Sábado, 7 de septiembre de 2013 | Hoy
TELEVISION › BORGES POR PIGLIA, CITA IMPERDIBLE EN CANAL 7
Con el mismo formato de clase abierta adoptado en Escenas de la novela argentina, el escritor encabezará cuatro programas especiales para analizar la figura del autor de Ficciones, producidos conjuntamente por la Biblioteca Nacional y la TV Pública.
Por Silvina Friera
El mayor enemigo del pensamiento es el estereotipo: un tenaz cerrojo que cristaliza prejuicios. Que expulsa, al fin y al cabo, las tramas complejas. “Me alegro mucho de que podamos encontrarnos para hablar sobre Borges en la TV Pública, donde lo lógico sería hablar de Jauretche”, dice el profesor. Los estudiantes y docentes de la carrera de Letras se ríen. La ironía se aproxima al punto de tensión, a ese flujo reiterado que abona el sobreentendido. Los primeros quince minutos de Borges por Piglia, cuatro especiales producidos conjuntamente por la Biblioteca Nacional y la TV Pública que comenzarán a emitirse hoy a las 21 por Canal 7, pulverizan las conceptualizaciones clásicas en torno de la obra del autor de El Aleph. ¿Por qué Borges es un buen escritor?, es una pregunta recuperada para empezar a despejar el campo en cuestión. “Borges estuvo más cerca que nadie de llegar a ser eso que le parecía que quería ser. La perfección es tal que lo que quedó fue algo que por momentos parece un milagro.” Ricardo Piglia va más allá. “En la literatura del Río de la Plata hubo dos cosas que se inventaron de cero: una es la gauchesca, y es lo mejor que se hizo en el siglo XIX. La otra es la literatura fantástica, que se hizo en el siglo XX. Eso lo inventó él. No sólo lo inventó sino que creó un procedimiento para que otros también lo hicieran, que es lo máximo a lo que puede llegar un escritor. Es como haber inventado el soneto: el tipo que inventó el soneto es mejor que Dante porque uno puede escribir sonetos con esa forma.”
Piglia analiza el relato “Tlön, Uqbar, Orbis Tertius” para plantear que Borges formula una ficción especulativa que “se parece mucho a lo que hacía Duchamp”. Y recuerda lo que Paul Valéry llamó en La soirée avec monsieur Teste una literatura no empírica. “No hace falta que esté el texto; hay que tener la idea de cómo puede ser, después otro lo hará”, explica. “Eso es Macedonio Fernández. El Ascasubi de Borges es Macedonio.” El profesor advierte que Borges nunca escribió un texto que tuviera más de diez páginas. “A veces leo la literatura argentina y la literatura mundial, y digo: ‘Qué buen cuento de cinco páginas hubiera sido’”, ironiza el profesor, que pronto dejará en claro que “el problema es ver cómo actúa la ficción en la realidad, lo que Gramsci llamaba hegemonía”. Otra vez invoca una frase de Valéry para argumentar la necesidad de ficciones en la sociedad: “No se puede gobernar con la pura coerción, hacen falta fuerzas ficticias”.
El formato de la clase abierta –adoptado ya en Escenas de la novela argentina– tiene la dinámica de un festín intelectual que va de la pantalla al libro y del libro a la pantalla. Piglia interpreta en un sentido fuerte y logra articular una lectura productiva. En esa cita “lindísima” del poeta francés encuentra que “hay que crear un consenso; por lo tanto hay que construir utopías, ficciones, ilusiones, cuestiones”. “Macedonio y Borges empezaron a hacer eso. Borges trabajó muy bien en la construcción de ese espacio que es la ficción. La ficción no es verdadera ni falsa. No se puede verificar. Borges mantiene clara la distinción. No es que todo sea ficción. Lo que hace ver es la vacilación, la dificultad de moverse ahí, pero en la realidad no podemos actuar así. La literatura es una experiencia con esa incertidumbre que debemos dejar de lado porque, si no, no se podría vivir.”
El profesor avanza contra “el cinismo obligatorio actual” que postula que la verdad no existe y que no hay totalidad. “No habrá totalidad, pero el sujeto se maneja con una totalidad, si no, ¿cómo hace? Ni puede tomar el colectivo. Si no sabe que el 60 va hasta tal lugar, si no sabe la totalidad y piensa que está todo fragmentado, es posible que no llegue a ninguna parte. Borges cree en la totalidad, está seguro de que existe el orden y la totalidad, si no, no escribiría lo que escribe. No tiene nada que ver con esa tontería que llaman posmodernismo. El escribía todas estas cosas en el ’40, cuando no habían nacido los abuelos de los tarados que hablan de posmodernidad. El escribe textos breves porque le gusta concentrar la prosa y le gusta ser preciso en lo que escribe. Ahora cualquiera que escribe un fragmento, dice ‘lo que pasa es que soy pos...’ no quiero ni decir la palabra.”
En el primer programa, “¿Por qué Borges es un buen escritor?”, las invitadas son María Pía López y Paola Cortés-Rocca. La segunda clase, “Memoria y violencia en Borges” –los cuentos de cuchilleros y la seducción por la barbarie– contará con la participación de Germán Maggiori y Marcos Herrera. La tercera clase, de la mano de Mario Ortiz y Luis Sagasti, transitará por el legado borgeano, Borges como lector y el lector borgeano. El último sábado de septiembre, Horacio González y Javier Trímboli repasarán las opciones políticas del autor. “¿Qué hacemos con un escritor como Borges? Si nos movemos con las cuestiones electorales, con las opiniones políticas o las intervenciones, entonces estamos con problemas... algunos”, agrega Piglia. “Borges tiene dos etapas muy definidas: hasta el año ’33 es yrigoyenista. En ese año, (Homero) Manzi le pide que entre en Forja, o sea que todavía era verosímil que le pidieran eso. Luego hay un momento de transformación y pasa de yrigoyenista a ser conservador. En el ’56 se afilia al Partido Conservador y dice algo que me parece que está en la discusión actual: el país está en decadencia desde la Ley Sáenz Peña. Muchos piensan eso, pero Borges es el único que lo dice. ¿Qué pasa con eso y la obra? ¿La obra obedece a ese cambio o mantiene su autonomía?”
¿Qué hacer, entonces, con un escritor tan fascinante como incómodo? “Borges es como un Aleph. Tiene una etapa populista muy clara, que es la de los cuentos de cuchilleros y su interés en el habla popular. Siempre estuvo muy interesado en lo que podríamos llamar el populismo estético, en cómo la cultura de las clases populares puede renovar los estereotipos de la cultura alta. Al mismo tiempo tiene posiciones aristocráticas racistas, de un machismo que quizá no es personal, pero que es el machismo de esos hombres que hace circular.” Piglia apela a otro ejemplo: José Hernández, “un estanciero de tradición rosista que luego se acerca a Roca”. “En La vuelta del Martín Fierro, los indios aparecen de una manera monstruosa. ¿Qué vamos a hacer con el poema? ¿Lo vamos a tirar a la basura? Es muy difícil leer la literatura si uno se maneja con el esquema de lo que le parece que está bien políticamente.”
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