Domingo, 17 de agosto de 2014 | Hoy
CINE › LAURENT CANTET HABLA DEL GIRO EN SU CARRERA CON FOXFIRE
El director de Entre los muros filmó en Estados Unidos y con actrices de ese país basándose en el libro homónimo de Joyce Carol Oates. “No fui allá para hacer mi película norteamericana, sino porque era importante para el núcleo narrativo”, se defiende.
Por Ezequiel Boetti
¿Cómo seguir después de tocar el cielo con las manos? ¿Cómo evadir la tentación de dormirse en una cama de laureles tendida por críticos y espectadores fascinados? ¿De qué forma plantarse nuevamente frente a una hoja en blanco a sabiendas de la futura atención generalizada ante las ideas que de allí surjan? ¿Tomar el modelo de los hermanos Dardenne y mantener inalterable un rumbo temático y formal o, por el contrario, pegar un volantazo y esfumar cualquier atisbo del pasado creativo reciente? Todas esas preguntas, y seguramente muchas más, debe haberse formulado Laurent Cantet después de alzarse con la Palma de Oro en Cannes ’08 gracias a ese retrato descarnado y naturalista de la sociedad francesa contemporánea que fue –y sigue siendo– Entre los muros. A la luz de los resultados, está claro que, para él, y al menos en este sentido, los directores de Rosetta, El hijo y El chico de la bicicleta no son un ejemplo a seguir. O al menos en parte. Estrenada en el Festival de Toronto de 2012, proyectada inmediatamente después en la Selección Oficial del Festival de San Sebastián –de donde se llevó el premio a Mejor actriz para Katie Coseni–, y con un estreno nacional a punto de concretarse durante el año pasado que nunca ocurrió, Foxfire es, a fin de cuentas, una de Cantet que por momentos parece no serlo. Habrá que recurrir al cable –suele rotar por las señales premium del paquete de Moviecity– o a Internet para comprobarlo.
El desconcierto se da desde el mismísimo comienzo, cuando se devela una ubicación geográfica y temporal hasta ahora inédita en su filmografía, como es el Estados Unidos de mediados de los ’50. Para colmo, está protagonizada por actrices norteamericanas y hablada en inglés. Por si fuera poco, Cantet deja de lado la idea de una cámara dispuesta a diseccionar los mecanismos del sistema, tal como lo había hecho con el económico/empresarial en El empleo del tiempo y Recursos humanos, o el educativo en Entre los muros, abrazando además una narración más clásica. ¿Acaso se trata de otro prestigioso realizador europeo dispuesto a probar suerte de este lado del Atlántico Norte? Eso pensaron varios de los principales medios estadounidenses especializados, con Variety y Screen a la cabeza. “Hubo un real contrasentido en esos periodistas. Ellos hablaron de un intento de película norteamericana y eso es absolutamente errado. No fui allá para hacer mi película norteamericana, sino porque era importante para el núcleo narrativo”, se defiende el cineasta durante una entrevista exclusiva con Página/12. Y algo de razón tiene.
Al fin y al cabo, y al igual que Entre los muros, Foxfire es un relato acerca de la construcción y el funcionamiento de la dinámica comunitaria de un grupo de adolescentes, con la consabida pérdida de la inocencia como rumbo aparentemente irrenunciable. “Hay muchos temas recurrentes en mis películas, como la idea de resistencia, de comunidad, de analizar la implementación de una conciencia política y su relación entre ella y el mundo. Tenía la impresión de que podía tratar estas cuestiones al mismo tiempo que contaba una historia de dimensiones novelescas”, dice ahora.
Basado en la novela homónima de 1993 de Joyce Carol Oates (“descubrí el libro y no pude cerrarlo hasta terminarlo”) y vista aquí en el ciclo de preestrenos Les Avant-Premières de 2013 con el título El fuego de las mujeres, el film sigue a cinco chicas que, además de ser marginadas por alejarse de los cánones de la popularidad generacional, son constantemente agredidas por el entorno en general y los hombres en particular. Hastiadas de todo y de todos, crean en una casa abandonada una suerte de fraternidad dark (la Foxfire del nombre original), cuyo objetivo no es otro que la venganza contra el mismo sistema que las desprecia mediante distintos actos y agresiones. El problema es que, como bien dice el realizador, el revanchismo se chocará contra las necesidades básicas insatisfechas y el surgimiento de una serie de conflictos internos: “Hay una especie de juego de apuestas que suben y que llevan a algo que algunos pueden calificar de terrorismo, pero que para mí es el fracaso del idealismo”.
–¿De qué forma ese desplazamiento temporal condicionó su trabajo y las recurrencias temáticas que menciona?
–Filmé igual que siempre; no tengo la sensación de haberme dejado aplastar por las películas de esa época. Ver si podía adaptar un método de trabajo que había funcionado muy bien en Entre los muros (la improvisación, la libertad) a un marco más reglamentado, por decirlo de alguna forma, era una de las apuestas principales. Es cierto que hubo y se siguen haciendo muchas películas norteamericanas sobre ese período, pero quería ver si podía mirarlo desde un ángulo lateral, centrado en los marginados.
–¿En algún momento pensó en trasladar la acción a Francia?
–Lo intenté, pero nunca logré estar totalmente satisfecho; había muchos detalles que eran muy difíciles de trasladar. Estas jóvenes son motivadas por un deseo de igualdad que funciona como contracara del anticomunismo norteamericano de esa época, pero ese anticomunismo nunca existió en Francia. Es más, el Partido Comunista era el segundo más importante. Además, creo que si en aquel momento hubiera existido un grupo de chicas de quince años que decidían vivir juntas en una casa abandonada, el Estado francés se habría hecho cargo de contenerlas. Eran muchos pequeños elementos que me llevaban una y otra vez a Estados Unidos.
–¿Sentía algún interés por esa época o surgió a raíz del libro?
–No soy un nostálgico de esos años ni tampoco de aquellas películas. Al contrario, tenía ganas de sacarles a esos años la mitología que el cine había construido porque de alguna forma me interesaba desmontar el sueño americano. Quería filmar los decorados como si fuera algo cotidiano; centrarme y conectarme con los personajes antes que con la estética, más allá de la excitación y el placer que me generaba filmar esas calles y esos autos.
–El aula y los alumnos de Entre los muros funcionaban como una caja de resonancia de la Francia actual. ¿De qué forma cree que Foxfire dialoga con la coyuntura?
–La violencia contra la mujer sigue siendo tan fuerte como antes, así que no creo haber hecho una película nostálgica o histórica, sino una tan contemporánea como Entre los muros. Ellas experimentan muchas cosas en su cuerpo y creo que sus conciencias políticas se despiertan justamente cuando reconocen esa situación. Siempre miré un microcosmos que representara más ampliamente a la sociedad porque me interesan los individuos y estar cerca de ellos para ver cómo encuentran su lugar dentro de un grupo y cómo este grupo se integra a lo sociedad. Reducir el campo de visión me permite amplificar esa mirada. Siempre me gustó que el mensaje no sea demasiado explícito, sino que pase a través de una historia, que vaya construyéndose progresivamente y apareciendo en la superficie.
–¿Los roces internos son, entonces, producto de esa búsqueda dentro del grupo?
–Sí, pero hay que aclarar que la mayoría de estas fricciones son generadas por factores externos. Es decir, la radicalización de las actividades del grupo construye un ideal que de alguna manera termina de afianzarse cuando las chicas se instalan en esa casa y aparentemente encuentran una estructura que les permite ser felices. Pero rápidamente se chocan contra una realidad mucho más violenta (hay que tener dinero, hay que comprar, hay que vivir) y empiezan a correrse de la idea inicial de combatir a la sociedad.
–Entonces el film es el recorrido por un proceso madurativo cuya culminación es el fin de la inocencia.
–Siempre y cuando se considere que la adolescencia es inocente. Estas jóvenes son crueles porque crecieron en un ámbito muy violento. Quería observar las contradicciones que surgen por el hecho de que al mismo tiempo sean chiquilinas a las que uno puede compadecer y también tener comportamientos indignantes e injustos.
–Para este film volvió a conformar un elenco con chicas debutantes o con muy poca experiencia actoral. ¿Qué le interesa de esa elección?
–Es una manera de trabajar que reivindico cada vez más. Cuando leí el libro, sentí una atracción directa para con esos personajes. En ese momento estaba montando Entre los muros y había pasado un muy buen momento filmando a aquellos chicos y adolescentes, y la posibilidad de dirigir nuevamente a un grupo de intérpretes de esa edad me parecía apasionante. Me da mucho gusto trabajar así porque me obliga a pensar la película de otra forma. Evidentemente, escribo un guión, pero después es permanentemente cuestionado en los ensayos y uno tiene que estar muy abierto a eso; con actrices como éstas sabía que tenía que explotar lo que ellas podían aportar a la película.
–Podría pensarse que ese método requiere un conocimiento de la persona detrás del intérprete.
–El trabajo de casting es esencial y a menudo muy largo, porque necesito captar a quien tengo enfrente. Cuando algo me seduce, repito la entrevista a la semana siguiente para confrontarlo con otras personas. En el caso particular de Foxfire, lo complicado era encontrar personalidades fuertes que al mismo tiempo pudieran funcionar y mantenerse en la dinámica del grupo. Esto me obligaba a intentar comprender y conocer con mucha antelación a cada una de las actrices.
–Muchas críticas del festival de San Sebastián y Toronto marcan a este film como un quiebre dentro de su carrera...
–(Interrumpe.) Es que las películas no tienen por qué tener una coherencia con las anteriores; cada historia impone una forma de ser contada y cada película es distinta. Creo que hay una continuidad temática muy grande que arrastro desde mis cortos, son centros de interés que se imponen. No hay premeditación, sino que uno tiene ideas fijas y cierta atracción hacia determinados tipos de personajes, y esas cosas son las que quiero filmar.
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