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Jueves, 3 de agosto de 2006

CINE › EL DIRECTOR MARIO BOMHEKER EXPLICA EL SENTIDO ACTUAL DE SU PELICULA SOBRE EL OBISPO ENRIQUE ANGELELLI

“Sin debate, nunca se podrá superar la tragedia”

El cineasta cordobés, exiliado durante años en Alemania, habla de Angelelli, con un oído en el pueblo y otro en el Evangelio, el film de 1986 que se podrá ver hoy, gratis, en el Centro Cultural de la Cooperación. Después de la película habrá una charla-debate.

 Por Washington Uranga

Cordobés, nacido en 1948, Mario Bomheker es un creador que se hizo cineasta en Alemania, adonde emigró por imperio de las circunstancias políticas generadas a partir del golpe militar de 1976, después de haberse licenciado en Cinematografía en la Universidad Nacional de Córdoba y de ver cómo, en su propio país, se le cerraban las posibilidades de desarrollarse en el campo de su vocación. Las “circunstancias”, como él mismo lo señala, lo pusieron en el camino de realizar un documental sobre el obispo Enrique Angelelli. Para hacerlo contó con el apoyo de organizaciones alemanas. Nunca de Argentina. Angelelli, con un oído en el pueblo y otro en el Evangelio (1986), su film sobre el obispo asesinado, fue emitido por la televisión de varios países europeos y en salas de ese continente. En la Argentina nunca logró que su obra se pasara por la televisión abierta. Pero hoy, a partir de las 19, se proyectará, con entrada gratuita, en la Sala Raúl González Tuñón del Centro Cultural de la Cooperación. Luego de la película se realizará una charla-debate, con la participación de Adolfo Pérez Esquivel, José María Pasquini Durán, Susana Romero y el director del film.

Bomheker vive desde 1987 otra vez en Córdoba, donde ejerce la docencia y la investigación en la universidad. Está a punto de doctorarse en Artes en la Universidad de Córdoba y, con las dificultades propias que padecen los realizadores en nuestro país, intenta continuar con su labor como realizador cinematográfico. La trayectoria de Bomheker está vinculada con el cine y el video documental y su producción más reciente se titula Travesías. De la intemperie a la dignidad recuperada, una obra de 90 minutos sobre las empresas recuperadas en la provincia de Córdoba.

–¿Cómo se inició en el cine? ¿Cómo se fue cimentando su vocación?

–Uno podría tratar de encontrar antecedentes a su vocación. Y seguramente los hallaría. Pero también estoy seguro de que en la propia biografía uno puede encontrar antecedentes a cualquier otra actividad, si hubiese optado por otra vocación. Por eso más que de vocación prefiero hablar de las circunstancias particulares que, a comienzos de los años ’70, me llevaron a estudiar cine en el Departamento de Cine de la Escuela de Artes de la Universidad de Córdoba. Eran años de efervescencia política y cultural, de unidad obrero-estudiantil, de las rebeliones obreras, de las asambleas permanentes en la universidad, de la discusión y el debate perpetuo. En ese ambiente el cine era sometido constantemente al cuestionamiento: ¿arte autónomo o al servicio del pueblo y de la lucha por la independencia? Nuestros films “fetiches” eran La hora de los hornos, Los traidores, y más atrás Tire Die, Los inundados. O más atrás aún, Crónica de un niño solo o La guerra gaucha. Y por citar algunos extranjeros, Dios y el Diablo en la Tierra del Sol o Queimada o La Batalla de Argelia, etcétera.

–¿Sólo se ocupaban del cine político o testimonial?

–No. Claro que también me gustaban muchos otros films que poco tenían que ver con la militancia o la lucha política, como eran los de la Nouvelle Vague o los de Bergman o los del Free Cinema y muchos de la generación del ’60 en la Argentina.

–¿Y así nació y creció su vocación?

–En realidad, como todas las cosas, seguramente fue una vocación que fui construyendo a lo largo de muchos años de descubrimiento y también de frustraciones. Sobre todo la frustración de nuestra gran utopía como generación.

–Mucho más tarde hizo la película sobre el obispo Enrique Angelelli. ¿Hay algún antecedente de su relación con el tema religioso también en aquellos años?

–En esos años conocí al padre José Nasser, un sacerdote cordobés, de los primeros curas del Tercer Mundo. Así hice mi primera aproximación a esa corriente de la Iglesia comprometida con su tiempo y sus circunstancias. Había oído por supuesto de esos sectores: de los reportajes a los sacerdotes –profesores del seminario– del año 1964, del escándalo que sedesató y que culminó en la “renuncia”, entre comillas, de Angelelli a la dirección del seminario. Alguna que otra vez había llegado a mis manos la revista Cristianismo y liberación, pero no eran cosas que tenían que ver conmigo. Poco tiempo antes del golpe del ’76 logramos recibirnos. Después vino el cierre del Departamento de Cine y el de Teatro de la Escuela de Artes. Era un “nido de subversivos” para los militares genocidas. La actividad cinematográfica quedó en suspenso, como quedaron en suspenso muchas actividades en esos años. En mi relación de aquellos años con el padre Nasser pude apreciar su compromiso con los perseguidos, con los derechos humanos, que no se interrumpió a pesar del terror. Algunos años después emigré a Alemania y allí es donde verdaderamente inicié mi oficio de cineasta.

–¿Cómo se conectan Alemania, su vocación de cineasta y Angelelli en esta historia?

–En una ocasión en que nos visitó en Heildeberg (Alemania) el “Tío Buba”, como llamábamos cariñosamente al padre Nasser. Hablamos de lo que ocurría en nuestro país y apareció el nombre del obispo Angelelli. Yo recordaba que había oído la noticia de su muerte en un “accidente” en el año 1976 y que me había parecido extraño todo lo que se había dicho en torno de las circunstancias de su muerte, a pesar de que en realidad poco o muy poco sabía sobre su trayectoria. Pero volviendo a nuestra conversación, en el año 1983 en Heidelberg con el padre Nasser, en un momento me mira y me dice: “Vos que estás en esto, ¿por qué no hacés una película sobre Angelelli?”. Al principio quedó en eso, sólo en una conversación. Pero al tiempo, después de su regreso a la Argentina, Nasser me empezó a mandar material sobre el tema y yo, a medida que leía, comencé a interesarme cada vez más. Y fue así como preparé un exposé (presentación) y lo envié a instituciones que podían interesarse y financiar una investigación. Así fue que con un subsidio de Adveniat (N. de R.: organización católica alemana de cooperación con América latina) y de los jesuitas de Munich, pude viajar a la Argentina en 1984 y hacer una exhaustiva investigación sobre Angelelli y su trayectoria en Córdoba y en La Rioja. Descubrí un mundo que era bastante ajeno para mí.

–¿Cómo se llegó a concretar la producción de la película?

–A mi regreso a Alemania, comencé a hacer muchas lecturas acerca del tema y de la historia de la Iglesia en Latinoamérica. Al año siguiente redacté un guión que presenté a una emisora de televisión alemana con la que estaba relacionado por razones de trabajo y aprobaron el proyecto. También Adveniat se interesó por la producción y aportó financiamiento, al igual que la Compañía de Jesús. Al año siguiente, 1985, viajé a la Argentina, con un equipo de la televisión e hicimos la filmación en un mes. Luego el proceso de posproducción duró varios meses y se emitió por primera vez en junio de 1986. Se emitió también en varios canales de la televisión alemana y creo que austríaca.

–¿Y en Argentina?

–En Argentina, cuando volvimos en 1987, tuvo cierta difusión, pero nunca logré que fuera emitido por la televisión, por ejemplo. Se pasó en cines, en Córdoba, en Rosario y en Buenos Aires, pero nunca en la televisión.

–Pero volvamos a su vinculación con lo religioso y más concretamente con lo católico.

–Hasta entonces nunca había tenido vinculación con el tema religioso y menos con el catolicismo. Yo provengo de un hogar judío. Así que de la investigación y el contacto con las personas, de la lectura de mucha bibliografía conocí un mundo hasta el momento desconocido para mí y del que aprendí sobre todo el compromiso, el verdadero compromiso por la justicia, que no se queda sólo en palabras o en declamaciones. Y que es un compromiso que equivale a una toma de posición ética. Claro, me estoy refiriendo a aquellos sectores de la Iglesia como eran los sacerdotes del Tercer Mundo o los que pertenecían al grupo próximo a Angelelli. Bueno... esos que están retratados en el documental.

–¿Qué ecos recibió del documental?

–Creo que la gente que lo vio, en ocasiones fue a sala repleta, salía bastante impresionada de la proyección, sobre todo en esos primeros años de la democracia. O por lo menos con mucho ánimo de pensar y reflexionar sobre lo que veían. Un detalle: ya entrados los años ’90 muchos se sorprendían de la posición de algunos de los entrevistados en el documental, que habían hecho un giro de 360 grados.

–¿Alguno conocido?

–Carlos Menem, por ejemplo. Cuando yo lo entrevisté en 1985 para la película él me habló del asesinato de Angelelli, de los treinta mil desaparecidos. Ese era su discurso. En 1990, ya como presidente, dictó los indultos.

–¿Qué pretende un realizador cuando hace un documental como éste?

–En realidad no sé si podría decir que tuve un objetivo al hacer la película. Por lo menos no conscientemente. Como le dije, el impulso me lo dio el padre Nasser y quizás eso que quedó en mi memoria cuando pasaron la noticia de la muerte de Angelelli y que, vaya a saber por qué razón, quedó resonando. Pero en aquellos primeros años de la democracia, los que vivíamos afuera y actuábamos en las organizaciones de derechos humanos y de apoyo a la Argentina veíamos la necesidad, la obligación de contar lo que había pasado y de hacer algo al respecto. Y a mí “me tocó” hacer este documental. Supongo que podría explicarse por el lado de la casualidad, pero también por el de la amistad, el cariño y, sin duda, por el lado del inconsciente. Como le dije, algo que quedó “resonando”, “colgando” y que me hizo sospechar. A pesar de que en ese momento era grave o peligroso hablar de algunas cosas, siquiera pensarlas.

–¿Cuáles son las facilidades y las dificultades de los realizadores en la Argentina de hoy?

–Ya se sabe, como se dice siempre, “que Dios está en todas partes pero atiende en Buenos Aires”, y de eso sufrimos todos los que de alguna manera nos dedicamos a la creación artística –escritores, músicos, pintores gente de teatro, cineastas, etc.–. Y supongo que también lo han de padecer muchos otros sectores. Llevar adelante proyectos de este tipo es muy difícil, aunque más no sea porque las instituciones que apoyan simplemente tienen su sede en Buenos Aires (Incaa, Fondo Nacional de las Artes, Secretaría de Cultura, etc.) y por el simple hecho de que hay que viajar a llevar las cosas o hasta para enterarse. Si nos fijamos, las actividades que lleva a cabo la Secretaría de Cultura de la Nación y que se publicitan en los medios, resulta que en un 80 por ciento tienen lugar en la Capital. O, por ejemplo, cuando leo esta iniciativa de los cafés culturales en los que intelectuales van a bares a dialogar con el público: de nuevo el 80 o el 90 por ciento son intelectuales de la Capital.

–¿Qué proyectos tiene entre manos?

–Por un lado una idea que elaboré hace casi quince años, que era la de hacer un film de ficción sobre Angelelli. Escribí un guión que presenté al Incaa y que fue rechazado por las autoridades de aquellos años con el argumento de que se trataba de temas viejos, que “hay que mirar hacia adelante”. Ahora parece que hay interés por parte de un productor por llevarlo adelante. Así que estoy revisando y corrigiendo ese guión. Además estoy trabajando en un guión sobre un caso de una militante cordobesa que murió en la lucha armada. Hay un tema que también hace mucho me anda dando vueltas en la cabeza y acerca del cual empecé a escribir también –y que me toca bastante de cerca por cuestiones familiares– que tiene que ver con la Shoá y su repercusión en nuestro país.

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Bomheker se conectó en Alemania con la historia de Angelelli.
 
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