Jueves, 22 de octubre de 2015 | Hoy
CINE › LOS HONGOS, DEL REALIZADOR COLOMBIANO OSCAR RUIZ NAVIA
En su seguimiento de las andanzas de Ras y Calvin, dos jóvenes artistas de diferente extracción social dedicados al graffiti, la película cae en algún slogan innecesario, pero evita la violencia extrema o el golpe bajo de la muerte innecesaria.
Por Diego Brodersen
Algún memorioso podría imaginar que Los hongos es una nueva versión de Beat Street, ese clásico del street art (y del hip hop y el breakdance) visto por el cine de los 80. Pero el segundo largo del colombiano Oscar Ruiz Navia –luego de El vuelco del cangrejo– no parece tener entre sus ambiciones el llevar a las masas un fenómeno contracultural sino de registrarlo de la manera más sensible posible en un formato de ficción. Ambos films comparten, sin embargo, cierto concepto de fondo: el retrato generacional de un Bronx pre Giuliani en aquella película (producida por Harry Belafonte, es bueno recordarlo), una porción de la juventud de Cali en la segunda década del siglo XXI en Los hongos, film que supo conseguir el Premio Especial del Jurado de la sección Cineastas del Presente del Festival de Locarno.
Sin subterráneos urbanos pero con paredes relucientes como “víctimas” ideales para el graffiteo, Ras y Calvin –dos amigos apenas posadolescentes– recorren los vecindarios de la ciudad colombiana con ideas conceptuales para su próximo despliegue de arte visual. Ruiz Navia y su coguionista César Augusto Acevedo ubican a ambos personajes en distintos escalones sociales: el primero, de raza negra, vive con su madre y subsiste gracias a un trabajo como pintor en el rubro de la construcción; el segundo, blanco y de clase media, parece cada vez menos interesado en su carrera universitaria en Bellas Artes y convive con su anciana abuela. Unión de clases al fin, el enemigo invisible parece ser el futuro, el mundo de los adultos, cierto ideal de orden y progreso, representado en gran medida por esa policía que, en más de una ocasión, aparece para aguar la fiesta y detener la producción de los murales.
Hay una novia en el caso de Calvin –uno de esos noviazgos poco formales, más cercano a la amistad sexual– y una relación problemática con la madre en el caso de Ras. Amén de otros personajes –bastante más veteranos que los protagonistas– también involucrados en el arte callejero (muchos de ellos, es de suponer, interpretados por auténticos artistas colombianos). Lo más interesante de Los hongos puede hallarse en su estructura fragmentaria, en esos interludios que no hacen avanzar la historia pero describen certeramente personajes y situaciones: la secuencia de canto y baile que la madre de Ras encabeza junto a un grupo de mujeres, la escena de sexo con final abrupto entre Calvin y su amigovia, un recital algo improvisado cuyo registro semi documental oculta una precisa puesta en escena: la posición de la cámara y la ubicación de los actores resulta de enorme importancia a la hora de generar y mantener un suspenso de corte minimalista.
Menos relevante resulta la propuesta política del film, que al seguir muy de cerca el punto de vista de los personajes parece apropiarse de su discurso, v.g.: una lectura superficial de los eventos de la reciente revolución egipcia que –signo de los tiempos– se convierte en puro slogan visual, vaciada una buena parte de su contenido real. Mientras, en los televisores prendidos y en los afiches callejeros pueden verse y leerse algunos discursos y consignas políticas de ocasión ante la inminencia de unas elecciones locales. Es una auténtica bendición que Los hongos evite la violencia extrema o el golpe bajo de la muerte innecesaria. Para el cine latinoamericano contemporáneo, ese parece ser un auténtico acto de resistencia a los imperativos del mercado cinematográfico global.
(Colombia/Francia/Argentina/Alemania/Italia/Holanda/EE.UU., 2014)
Dirección: Oscar Ruiz Navia.
Guión: César Augusto Acevedo y Oscar Ruiz Navia.
Duración: 103 minutos.
Intérpretes: Jovan Alexis Marquinez, Calvin Buenaventura, Atala Estrada, Gustavo Ruiz Montoya, María Elvira Solís, Dominique Tonnelier.
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