Jueves, 22 de octubre de 2015 | Hoy
CINE › PAZ ENCINA Y EL REVELADOR MATERIAL HISTóRICO DE SU TRILOGíA TRISTEZAS DE LA LUCHA
La directora que causó sensación en Cannes con Hamaca paraguaya investiga en su trío de documentales aspectos de la historia reciente de su país que están lejos de ser saldados: “La postura de la sociedad paraguaya con respecto a la dictadura está muy dividida”.
Por Oscar Ranzani
La realizadora paraguaya Paz Encina, que sorprendió al mundo del cine en 2006 al presentar su ópera prima, Hamaca paraguaya, en el Festival de Cannes, ya mostraba allí un atisbo de lo que luego continuaría: Encina trabajaba sobre la guerra entre Paraguay y Bolivia de 1935, pero de forma tangencial, a través de la historia de un viejo matrimonio que espera inútilmente el regreso de su único hijo del campo de batalla. Nacida en Asunción, la directora se formó en Argentina: egresó de la Universidad del Cine (FUC) en el 2001, pero volvió a su país para filmar esa película que puso a Paraguay en el mapa cinematográfico. A tal punto que en esa edición de Cannes obtuvo el premio Fipresci en la sección Un Certain Regard. Ahora volvió a trabajar sobre la memoria de su país en relación a la etapa más nefasta del Paraguay, la dictadura de Alfredo Stroessner que duró 35 años. Y lo hizo a través de unos cortos, agrupados en la trilogía Tristezas de la lucha, que podrán verse hoy a las 20 y mañana a las 18 en la Alianza Francesa (Córdoba 946), como parte de la programación del 15º DocBsAs.
Para dos de los cortos, Familiar y Arribo, Encina utilizó audios e imágenes de expedientes que estaban en el Centro de Documentación y Archivo para la Defensa de los Derechos Humanos, donde se encuentran los “Archivos del Terror”. Esos audios formaron parte del sistema de control de la dictadura. En Familiar puede escucharse una delación, mientras se observan imágenes de una ficha de Apolonia Flores, una niña de 12 años que fue baleada y detenida en marzo de 1980 supuestamente por estar vinculada a un asalto. En Arribo se escucha el interrogatorio al ex senador Benigno Perrota cuando arribaba a Paraguay, tras un exilio en la Argentina de más de veinte años. En el tercer corto, Tristezas de la lucha, Encina se inspiró en el cuento homónimo de Rafael Barrett, que tiene como protagonistas a un hombre con arresto domiciliario y un soldado encargado de la custodia. Paralelamente, Encina está trabajando en su segundo largo, Ejercicios de la memoria, que relata la historia de Agustín Goiburú, un miembro del Partido Colorado (fundador del disidente Mopoco), que fue un férreo opositor a Stroessner, quien ordenó secuestrarlo y matarlo en el marco de la Operación Cóndor.
Paz Encina señala que la trilogía tiene una larga historia: “Yo nací y viví toda mi adolescencia en dictadura”, dice. Su padre era opositor y estuvo exiliado en dos oportunidades. “Vivimos también una situación de control que se hizo normal porque la dictadura de Stroessner fue muy larga. Llegó un momento en que era moneda corriente que hubiera una guardia frente a nuestra casa o una redada de la policía”, recuerda la cineasta. Tristezas... nació de una inquietud de lo que les tocó vivir a ella y su entorno. Por otro lado, “tuve estas infancias ambiguas donde iba a un colegio al que iban todos los hijos de los generales. No es que era una vida de hija de un opositor. Creo que eso tenía que ver con una cuestión de estructura social, con la clase social a la que pertenezco. Entraba en colegios donde mis amigos eran hijos de los jerarcas. Creo que también tenía que ver con una postura de mi papá porque en un momento él decidió dejar la política. Es mi sensación, aunque no se lo pregunté nunca”, confiesa Encina.
La directora comenzó a estudiar en profundidad todo el período dictatorial y con mayor minuciosidad los Archivos del Terror, que, según relata, “eran de la policía y se encontraron ‘azarosamente’, justo antes de una elección. Por una cuestión de delación de unos a otros, estos archivos aparecieron. Con esos archivos quedó comprobado que hubo un terrorismo de Estado, algo que todavía no se reconoce en Paraguay”, detalla.
–¿Cómo llegó usted a los audios?
–Por una cuestión muy paraguaya: la directora del Archivo del Terror era mi profesora en el colegio, y me dejó acceder a lo que quería. Un día le pregunté: “¿Qué hay en estas cajas?”. Me dijo: “Parece que hay sonido”. Y eran casetes. Le dije que había que digitalizarlo, y me respondió: “Tenemos ver con qué fondos”. Entonces me junté con un amigo que tenía los medios para digitalizar. Ahí escucho estas delaciones e interrogatorios. Hay miles de otros archivos que no usé todavía pero que ya son de acceso para el público. Me pareció muy fuerte escuchar una delación.
–¿Qué función tenían esos audios en la dictadura?
–Tenían un objetivo de control. En la dictadura eran muy comunes lo que nosotros llamamos “Pyragues”, los silenciosos o los infiltrados. Ellos también eran controlados. A su vez, los Pyragues tenían que registrar qué controlaban. Respondían al Jefe de la Policía y a los militares. En Arribo, el hombre que se escucha interrogar al ex senador Perrota tenía que dar cuenta de que había hablado así, de que había amedrentado. Y el interrogatorio quedó plasmado en ese corto. Lo que se ve en Familiar sentí que era una cuestión de delación por una prebenda, porque en un momento que no traduje del guaraní, el hombre que habla pide unos documentos.
–¿Por qué no tradujo una parte de la delación en Familiar?
–Me pareció que si seguía traduciendo, el relato iba a estar muy cargado de información. Y ahí también hay una cuestión idiomática. De hecho, no lo traduje todavía al inglés.
–Aun así produce una sensación de opresión a través del tono de voz...
–Y de desprecio, que es algo muy fuerte que tiene el guaraní. Sentí que había algo que ahí ya estaba. Y hay una fijación mucho más fuerte en la ficha de Apolonia Flores, que se muestra en imágenes antes que en lo que se decía en la delación.
–¿Cómo llegó a conocer una historia tan estremecedora?
–El caso de Apolonia se volvió importante porque era una niña fichada. Cada vez que entraba al Archivo estaba el cuadro de ella. Empecé a preguntar y me contaron que era un caso muy emblemático de las ligas agrarias, que fue un movimiento muy fuerte en contra de Stroessner. Quien escuchó la delación y me dijo que era sobre la familia de Apolonia fue mi esposo, que es historiador. “Están delatando a la familia de Apolonia”, me dijo.
–Y era una nena de doce años.
–Y algo que a mí siempre me hizo ruido fue que esas imágenes que están en Familiar también eran cercanas a mi familia: el Teatro Municipal, donde yo bailaba, estaba a media cuadra de Investigaciones, donde se torturaba, se desaparecía.
–¿El trabajo con esos audios consistió no sólo en darlos a conocer sino también realizar una suerte de resignificación a partir de las imágenes?
–Es lo que quiero. Di a conocer una parte en unas instalaciones que hice en 2012 tituladas Notas de Memoria. Y después me creció la inquietud porque son materiales muy fuertes. No me deja de inquietar hasta hoy. No sé si hice todo lo que tenía que hacer con esos materiales. Los veo desde una cuestión estética y al escuchar eso digo: “Es lo más brechtiano que escuché en mi vida”. Ese interrogatorio es como si estuviera leyendo Terror y Miseria. Y la delación también: es como leer La cruz de tiza. Me impactó mucho. Sobre todo me pasó con Arribo.
–¿Con Arribo se propuso exponer la relación entre opresor y oprimido?
–Entre opresor y oprimido y también ese blanqueamiento que había desde el opresor: “Se te va a controlar, no podés decir nada”. Era un blanqueamiento directo. No había ni siquiera una sugerencia. Se movían de una manera tan impune que me impactó mucho.
–Al que interrogaban era al ex senador Benigno Perrota. ¿Por qué?
–Fue un dirigente muy importante en Paraguay. Había periodistas que estaban esperando que llegara, era una vuelta después de muchos años.
–¿Por qué decidió filmar Arribo y Familiar contados prácticamente desde el punto de vista del represor?
–Porque son archivos que no se tienen corrientemente. Y también me parecía muy interesante mostrar una narrativa desde mi punto de vista pero filtrada desde el represor, porque ellos documentaban esto. Es desde ellos que está grabado, desde ellos que está fichado, que está puesta la fotografía. Mis preguntas siguen siendo miles. Yo veo esas miles de fotografías en el archivo y son perfectas. Me pregunto: “¿Quién sacaba estas fotografías? ¿Quién copiaba? ¿Quién revelaba?”. Y hay miles de cosas en mi cabeza que todavía andan dando vueltas.
–¿Considera que el corto Tristezas de la lucha es el más ficcional?
–Es el más ficcional porque no uso un documento, pero la situación fue muy común. La dictadura en Paraguay encontró una prórroga muy grande porque después de Stroessner siguió un militar como presidente y después siguieron stronistas en las estructuras de poder. De hecho, cuesta mucho hoy todavía que se asuma la figura del desaparecido. Estamos muy atrasados en materia de memoria. Me pregunto yo misma en relación a la trilogía: ¿Hasta qué punto me involucro de lleno en algo así? Porque te pide mucha resistencia. ¿Hasta qué punto estoy dispuesta a estar exactamente del lado de los que quiero defender? Me lo pregunto todo el tiempo.
–¿Por qué?
–No sé si es suficiente hacer una película. No sé si uno debería hacer algo más.
–¿Qué relación puede establecer entre esta trilogía y la película que está filmando?
–Ejercicios de la memoria vendría ser la conclusión de todo mi estudio de estos seis, siete, ocho años que vengo trabajando el tema de la memoria. Con Ejercicios... cierro una etapa porque me implicó mucha búsqueda y estudio. A pesar de que yo viví la dictadura, me tuve que sentar a estudiarla, a analizarla y hacer el trabajo de que la dictadura deje de ser para mí algo tan pasional y se convierta en objeto de estudio. Ejercicios... viene a ser como ese objeto de estudio. También es un trabajo sobre la memoria y sobre el tiempo, pero eso tiene que ver con algo estético que yo vengo haciendo.
–¿Cómo definiría el lugar que ocupa la figura que aborda en Ejercicios..., el político Goiburú, en la historia de Paraguay?
–Es una figura muy ambigua por el hecho de que no tenemos trabajada la memoria. Goiburú puede ser para un sector de la sociedad un luchador enorme (que lo fue) y para otro puede ser un guerrillero, un terrorista. Y tiene que ver con que no tenemos trabajada la memoria. Está la simple reflexión de que “si el Estado es el que está violando los derechos, ¿qué vas hacer?”. Una vez que el Estado es violento no sé si queda otra opción.
–¿Cuál es hoy la postura de la sociedad paraguaya, en general, en torno a la dictadura?
–Está muy dividida desde miles de lugares, según lo que vivieron porque también hubo todo un sector de la sociedad que se enriqueció mucho con Itaipú. Al enriquecerse mucho con la dictadura no fueron reprimidos. Para ellos Stroessner sigue siendo lo máximo. Y, además, lo pueden decir, que para mí es lo grave. Lo dicen con una impunidad enorme. El nieto de Stroessner fue senador. Se cambió el nombre para tener los de su abuelo. Y después, durante el período de Lugo fue senador elegido por su partido. Eso es una impunidad muy grande. Y hay otro sector que sí asume esto como una dictadura. Y está el sector que se enriqueció pero es el campesinado y tiene una cosa más difusa. Tiene que ver con una falta de educación.
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