Miércoles, 14 de septiembre de 2016 | Hoy
CINE › DOS PELíCULAS FRANCESAS REIVINDICAN EL CINE DE GéNERO EN EL FESTIVAL DE TORONTO
En Platform, la única sección competitiva del TIFF, el francés Bertrand Bonello provoca el debate con Nocturama, mientras el japonés Kiyoshi Kurosawa traza un puente entre la tradición de los fantasmas orientales con el relato fantástico occidental.
Por Luciano Monteagudo
Página/12 En Canadá
Desde Toronto
El cine de género sopla donde quiere, y oyes su sonido, pero no sabes de dónde viene ni adónde va. ¿Quién iba a decir que un director de culto como el francés Bertrand Bonello, “uno de los más originales que ha dado el cine francés” según Le Monde, autor de films tan sofisticados como L’apollonide, Saint Laurent o Le pornographe, todos presentados en el Festival de Cannes, iba a hacer ahora una película inspirada en el cine de John Carpenter y George A. Romero? Pero eso es Nocturama, que tuvo su premier internacional en el Toronto International Film Festival (TIFF) luego de la tormenta que desató su estreno en París, dos semanas atrás.
La polémica es comprensible. En un país como Francia, que viene siendo blanco de una trágica serie de atentados terroristas (y donde el cine todavía sigue siendo materia de debate), Nocturama imagina el ataque indiscriminado que una decena de jóvenes y adolescentes perpetran en distintos puntos de París. Nada que ver, sin embargo, con el Estado Islámico. Esta suerte de doce del patíbulo en versión teen no parece tener otro programa que expresar su saciedad, su frustración, su inconformiso y su confusión de la manera más ciega y brutal: asesinando a tiros a un banquero, volando el ministerio del Interior y una torre comercial en el barrio de La Défense, y haciendo arder tanto a los automóviles estacionados frente a la Bolsa de Comercio de París como a la bellísima estatua de Juana de Arco, nada menos, en pleno centro de la ciudad.
¿Quiénes son? ¿Qué quieren? Tienen las edades más diversas (algunos todavía cursan el Liceo, otros ya estudian carreras superiores o trabajan) y parecen provenir de los orígenes más diversos, desde la visible herencia magrebí y proletaria hasta rubios y pelirrojos de la pequeña o incluso la alta burguesía. De un modo que el film no se molesta en explicar (lo que lo hace todavía más violento y misterioso) están sin embargo silenciosamente complotados para hacer estallar su ciudad, su mundo. Y cuando cumplen con su cometido, su calculado refugio será en la nocturna soledad de un lujoso shopping center, en el que piensan pasar esas horas que intuyen serán sus últimas.
Bonello se defendió de las diatribas en su contra (“irresponsable” es lo menos que le han dicho) contando que comenzó a concebir la película en 2010, casi cinco años antes de la masacre del 7 de enero de 2015, en la redacción de la revista Charlie Hebdo, que marcó el comienzo de una saga sangrienta para Francia. “Ya por entonces sentía una palpable tensión social, que era casi tangible, una sensación de explosión inminente, que fue mi punto de partida para el guión”, explicó Bonello aquí en Toronto. “Pero no quería hacer una película plena de discursos políticos. Quería hacer un film de acción, de género, me parecía que era la mejor manera de expresar este sentimiento de tensión. Quería que el discurso estuviera en la puesta en escena”.
Con la película ya terminada, su primera consecuencia fue el rechazo del Festival de Cannes. El rumor dice que a su director, Thierry Frémaux, le gustó, pero con el atentado en Bruselas de abril pasado, Cannes no podía arriesgarse a proyectarla apenas un mes después. Y Bonello ahora cree fue una sabia decisión: “La película requiere ser asimilada, necesita un tiempo de reflexión y en Cannes eso casi no existe, los juicios son sumarios, la ejecución es por Twitter”. Para el director, “está claro que las motivaciones de mis personajes son muy distintas a las del Estado Islámico: mientras el EI ataca símbolos de la libertad, los jóvenes de mi película atacan símbolos de la opresión”.
Si, como dice el propio director, el discurso está en la puesta en escena, esta no podría ser más ajustada, más precisa: la preparación de los atentados está filmada con un seco virtuosismo que habla de un determinismo inapelable, en el que todo conduce inexorablemente a la tragedia. Una vez refugiados en el centro comercial, Nocturama (que toma su título del álbum homónimo de Nick Cave y sus Bad Seeds) trabaja sobre dos modelos emblemáticos del mejor cine clase B. De Asalto a la prisión 13 (1976), opera prima de John Carpenter, Bonello toma la idea de unos jóvenes cercados en un espacio cerrado, con la significativa diferencia de que los atacantes del mundo exterior no son como en el original una pandilla vengativa sino los grupos de élite de las fuerzas de seguridad del Estado, tanto o más violentos y vengativos que los del film de Carpenter. Y de El amanecer de los muertos (1978), de George A. Romero, Nocturama rescata la idea de un grupo de resistentes refugiados –en un centro comercial– de un mundo exterior dominado por zombies, que en este caso sería la población anestesiada de París. Al mismo tiempo, que esos refugiados no puedan sino verse seducidos por la posibilidad de empacharse de todos los bienes de consumo que están a su disposición, habla también a las claras de las limitaciones de esos activistas de una causa tan vaga como inconducente, de un nihilismo sin otra consecuencia política que la militarización de un Estado democrático.
Nocturama participa de Platform, la única sección competitiva en Toronto, con un jurado presidido por Brian De Palma. Y en Platform también hay otro impensado film de género, en este caso estrictamente fantástico: Le Secret de la chambre noire (El secreto de la cámara oscura). Impensado no por su director, el japonés Kiyoshi Kurosawa, uno de los grandes cultores del fantástico, sino por su origen: se trata del primer film que el autor de Cure y Pulse, entre sus más de 40 títulos, realiza fuera de su país, en este caso Francia. Y el resultado no podría ser mejor, en la medida en que Kurosawa (sin relación alguna con el legendario Akira) no sólo no resigna nada del sólido cuerpo de su obra anterior sino que, por el contrario, traza un puente con la tradición del relato fantástico occidental.
Buscando trabajo, un joven desempleado llega a una decadente mansión de extramuros donde un fotógrafo solitario (el belga Olivier Gourmet, actor fetiche de los hermanos Dardenne) tiene una impresionante colección de aparatos fotográficos antiguos, a los que les da un uso enfermizo: no cesa de retratar a su hija, como una forma de invocar a su esposa muerta, fallecida en extrañas circunstancias. Pero esas sesiones fotográficas no dejan de ser, como lo fueron para la difunta, sesiones de tortura, en las que la retratada es inmovilizada durante horas con unos extraños instrumentos para lograr impresionar la delicada superficie de plata del daguerrotipo.
Viejo cultor de los yurei, el nombre con el que en Japón se conoce a los fantasmas de los muertos apartados de su pacífico descanso debido a algún hecho traumático ocurrido en vida, Kurosawa aquí funde esa tradición oriental que siempre ha honrado en su cine con una evidente influencia occidental. En El secreto de la cámara oscura repican los ecos de relatos clásicos, como “El retrato oval” de Poe, o “El Horla”, de Maupassant, donde una presencia fantasmal vampiriza el aliento vital de los protagonistas y los empuja hacia la locura y la muerte. Y exactamente eso es lo que le sucede tanto al fotógrafo como a su joven ayudante, arrastrados ambos al otro lado de la frontera de la realidad.
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