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Viernes, 7 de marzo de 2008

CINE › MUERTE EN UN FUNERAL, DE FRANK OZ

Un velorio sin chistes no es velorio

La nueva película del director de la versión musical de La tiendita del horror y de Dos pícaros sinvergüenzas no hace más que reconfirmar su constante fidelidad para con la comedia algo ácida y ligeramente incomodante.

 Por Horacio Bernades

Una familia entera se descompone en público, en medio de la solemne ceremonia.

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MUERTE EN UN FUNERAL
(Death at a Funeral, Gran Bretaña/EE.UU., 2007)

Dirección: Frank Oz.
Guión: Dean Craig.
Intérpretes: Matthew Macfadyen, Keeley Hawes, Alan Tudyk, Kris Marshall, Rupert Graves, Peter Vaughan y Peter Dinklage.

Películas como La tiendita del horror (la remake musical de los ’80), Dos pícaros sinvergüenzas, ¿Qué tal, Bob? y Bowfinger algún crédito deberían darle a su director. Por más que no haya escrito sus guiones, aunque ninguna de ellas sea perfecta, en las últimas dos décadas nadie se ha mantenido tan fiel a una modalidad corrosiva de la comedia como Frank Oz. Richard Frank Oznowicz –para respetar lo que dice el documento de identidad– empezó poniéndole la mano y la voz a los Muppets, durante una larga década. Sobre todo, a la chillona Miss Piggy. A comienzos de los ’80 saltó al cine, con El cristal oscuro. Con el crédito en baja en Hollywood –por causa de su no muy destacada remake de The Stepford Wives–, este hombre de prematura barba blanca terminó dirigiendo en Inglaterra (donde nació, hace 64 años) la muy negra Muerte en un funeral. Con elenco binacional y a partir de un guión escrito por un tal Dean Craig, la película no hace más que reconfirmar su fidelidad para con la comedia ácida y ligeramente incomodante.

Desde el momento en que, en una más que señorial casa de las afueras, los ceremoniosos empleados de la funeraria abren el féretro frente a uno de los hijos del occiso y éste pega un salto y exclama que ese fiambre no es su padre, Muerte en un funeral inicia su sistemático –pero también parsimonioso– ritual de desacralización. Odios familiares que afloran, cadáveres confundidos, frascos de pastillas confundidos también, papelones en público, féretros abiertos por error, involuntarios viajes de ácido, aparición de extraños personajes, salidas del closet postmortem y hasta un muerto que se suma a otro completarán ese ritual. La idea de que una familia entera se descomponga en público, en medio de una solemne ceremonia, a algunos podrá recordarles a Un matrimonio, de Robert Altman, y a otros a la más criolla Esperando a la carroza. Es posible que Muerte en un funeral esté a medio camino entre ambas.

Como Altman, Oz les toma el pelo a las hipocresías familiares, desde una distancia que es tan dramática como visual: predominan en Muerte en un funeral los planos de conjunto, antes que los primeros planos. Pero la película incurre a la vez en cierto humor burdo, alla Carlos Paz, que aún sin escalar en decibeles como el film de Alejandro Doria, no escatima facilismos y obviedades. ¿O no es fácil hacerle tomar a un invitado unas pastillas que cree que son de Valium y resultan ser de ácido (lisérgico)? Cuestión de que el tipo ande por ahí volado, haciendo bufonadas y amenazando con tirarse, desnudo, desde el primer piso. No es que el recurso no funcione; toda puesta en escena de la inadecuación inevitablemente causa gracia. Pero suena tan viejo y trillado como tirar a un borracho en medio de una situación cualquiera, para animarla nomás. Sobre todo si el arsenal cómico del tipo consiste, como el del rubio Alan Tudyk, en revolear los ojos, transpirar y tropezarse.

Un viejo chocho que se caga encima, enchastrando al tipo que intenta ayudarlo, tampoco es algo que responda a ese “típico humor inglés” que muchos seguramente mencionarán, por pura costumbre, a propósito de esta película. En los papeles, recurrir a un enano como gatillo humorístico puede sonar poco sofisticado también. Pero claro, todo es cuestión de matices. Si el enano en cuestión es un tipo educadísimo y muy simpático, que viene a sacar esqueletos del ropero con las más rastreras intenciones, la cosa se complejiza. Si a eso se le suma que el pequeñín Peter Dinklage es un verdadero fenómeno de carisma, ahí hay que anotarle un poroto a Muerte en un funeral. Vaya otro por el protagonista, Matthew Macfadyen, cuya máscara –parece que siempre estuviera a punto de llorar, y sin embargo nunca lo hace– puede llegar a recordar, salvando las distancias, a su compatriota Stan Laurel.

Claro que de ser por el final, a la película de Oz habría que quitarle todos los porotos ganados. Allí se intenta limpiar, con una rápida mano de redención general, el cuadro de podredumbre que hasta entonces se había pintado con esmero. ¿Buena o mala, entonces? Las dos cosas. ¿Vale la pena verla? Sí, por qué no, si transcurre con fluidez, hace reír y lo único que lastima son algunos reparos...

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