Viernes, 7 de marzo de 2008 | Hoy
CINE › UN NIÑO DE OTRO MUNDO, CON JOHN CUSACK Y CAMEO DE ANJELICA HUSTON
Por Horacio Bernades
UN NIÑO DE OTRO MUNDO
(Martian Child, EE.UU., 2007)
Dirección: Menno Meyjes.
Guión: Seth Bass y Jonathan Tolins, sobre novela de David Gerrold.
Fotografía: Robert Yeoman.
Intérpretes: John Cusack, Bobby Coleman, Amanda Peet, Joan Cusack, Olivier Platt, Richard Schiff y Anjelica Huston.
La fórmula no puede no funcionar. Primero se coloca al encantador John Cusack como viudo deseoso de adoptar. A su lado, un chico que responde al abandono de sus padres con una suerte de neurosis extravagante. Se los junta y ¡bum! la llegada al corazón de la platea está asegurado. Las lágrimas se dejan para el final, narrando la relación entre ambos como buddy movie, esas comedias en las que dos almas que parecen cualquier cosa menos gemelas terminan siéndolo. Se rocía con secundarios bien identificados con el género y listo, ya está.
No es que se trate de una operación vergonzosa, eso hay que aclararlo. Un niño de otro mundo está dirigida con buen gusto y sin golpes bajos, el humor no suena forzado, los actores están creíbles y las costuras, bien disimuladas. Siempre y cuando se acepte la premisa que sostiene la verosimilitud entera del asunto: la idea de que David (Cusack), exitoso escritor, quiera adoptar y criar un niño, él solo, como deuda hacia su esposa, que falleció antes de que ambos pudieran hacerlo. ¿Y a qué chico elige David, en el centro de adopción? Al más raro de todos. A Dennis (Bobby Coleman), que vive metido adentro de una caja, mirando el mundo a través de una ranura y diciéndoles a todos, las pocas veces que se comunica, que viene de Marte y allí volverá algún día. La justificación es que, como indica el estereotipo del escritor, David siempre se sintió un bicho raro, y por lo tanto tiene afinidad con el chico de la caja. El problema es que, por más que lo diga, David no luce como un bicho raro, sino como el tipo más común del mundo. En otras palabras: trampita.
No habrá padre que no se sienta identificado con este par que lucha y se desangra, tratando de entender a un chico que es una verdadera colección de conductas raras. No sólo por el lenguaje “marciano” en el que cada tanto se expresa o por la costumbre de llevar un cinturón con pesas (para no ser arrastrado hasta su planeta de origen), sino sobre todo por sus extrañas y muy
inoportunas fobias y/o caprichos, que suscitarán el cálido deseo de protección por parte de las almas caritativas. Y el deseo del simple y llano bofetón por parte de los más bestias, como puede ser el caso del cronista. Las autoridades de adopción, que recriminan a David que se comporte como amigo en lugar de hacerlo como padre, lucen tan responsables y capacitadas que la película entera parecería haber contado con su sponsoreo. Cuando al no ver avances en el chico y amenazan con quitárselo al papá adoptante, cumplen con una función más práctica: la de introducir un poco de suspenso y melodrama. La siempre demasiado rica Amanda Peet hace las veces de tímido interés amoroso; Joan Cusack, de hermana de su hermano; el relleno Oliver Platt llena el casillero de agente del escritor y el notable secundario Richard Schiff se luce, por enésima vez, como funcionario de adopción. En una única escena, la decolorada Anjelica Huston impone presencia como despiadada gerente editorial, exigiéndole a David que le entregue de una vez el original “del nuevo Harry Potter que estamos esperando”.
Al final todos son felices y comen perdices, como era de esperar.
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