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Martes, 28 de febrero de 2006

PLASTICA › ACABA DE PUBLICARSE EL LIBRO SOBRE JUAN MELE (1923)

Obra y vida a la vanguardia

Melé integró las vanguardias de los ‘40 y en el 2005 ganó el Gran Premio del Salón Nacional. Dos textos inéditos.

 Por Juan Mele *

Michel Seuphor insistió mucho en que fuera al estudio de Brancusi y lo conociera personalmente. “Es un personaje muy importante en el arte actual”, comentó. Indudablemente yo conocía su valor y admiraba su obra, pero no me había atrevido a tal visita, ya que comentaban lo poco que las aceptaba. Fue así que una hermosa mañana, el 18 de agosto de 1949, con todo el impulso de un día lunes, decidí probar mi suerte con el Maestro.

En esos años, y especialmente en Europa, no era necesaria una cita previa por teléfono, ni esperar turno especial. Como lo había hecho con otros artistas importantes, me presenté sin preaviso ante su estudio. Llegué hasta la vieja casa de un suburbio de París, y golpeé –un poco temeroso– sobre la rústica puerta de madera. Esperé unos minutos, emocionado y dispuesto al posible mal recibimiento. De repente, la puerta apenas se abre y un anciano de largo cabello y blanca barba de patriarca se asoma detrás de la abertura y me dice en tono decidido, firme, casi autoritario, pero amable: “Estoy con el soldador caliente y no puedo atenderlo ahora. Vuelva a las dos de la tarde”. Sin más, la puerta se cierra y el silencio calmó mi nerviosidad. Quedé unos minutos fijando mi vista en la rústica portada que era suficiente para impedir ver al artista en acción. Me alejé con la idea fija de regresar a la hora indicada.

Por costumbre soy puntual y en esta ocasión, con más razón que nunca, apenas llegada la hora volví ante su estudio, aunque más confiado luego del primer contacto con Brancusi. Me invitó a pasar y me miró sonriente. Realmente quedé muy sorprendido. Desde el primer momento conversó amablemente disculpándose por no haberme recibido en la mañana. Me presenté como participante del Movimiento Arte Concreto-Invención de la Argentina. Le manifesté que deseaba conocer su obra, ya que la admiraba y nunca había tenido la oportunidad de ver originales. Le agradó la presentación y se alegró de que no fuera un turista o un “snob” coleccionista. El taller es enorme y bien iluminado. Es impresionante la cantidad de obras a la vista. Algunas las conocía por fotos, pero la mayoría fueron una revelación para mí. Comencé a mirar las esculturas una por una. Hice comentarios sobre lo que yo descubría en sus estructuras, sus ritmos y armónicas proporciones, como así su funcionalidad plástica.

Quedó sorprendido que un joven artista venido de tan lejos pudiera ver así sus esculturas. Me miró con atención y me dijo: “Muchos vienen a visitarme. Por lo general no los recibo. La mayoría son turistas o coleccionistas que no tienen ninguna idea del sentido de mis obras. En cuanto comienzan a decir ‘¡qué lindo!’, ‘¡qué bonito!’, inmediatamente los echo de mi estudio sin importarme perder las buenas ofertas que hacen para adquirir mis obras. No me interesa vender a cualquiera que me pague. No quiero cederlas a quien no entiende el sentido de mis esculturas. Yo trabajo por el arte, no por el dinero”.

Como hacía en todas estas ocasiones, no sólo me presenté como un joven artista argentino que tomaba el Neoplasticismo y el Arte Concreto como base de una forma racional y concreta lanzada en la Argentina, sino que le describí la labor de un grupo de jóvenes, que trabajábamos juntos, con la ambición de aprovechar todas las experiencias e impulsar a sus mayores consecuencias las conquistas de los movimientos citados, que en ningún momento considerábamos agotados, sino que todo lo contrario, nos brindaban los elementos para construir un arte integral y humanista, pues exaltaba la función creadora del hombre. Observando que me escuchaba con mucho interés, abrí una carpeta en la que llevaba una colección de fotos de obras del grupo Arte Concreto de Buenos Aires. Quedó muy entusiasmado con nuestra actitud y los conceptos que teníamos sobre arte moderno. Tomó el álbum y comenzó a mirarlo detenidamente, interesándose sobre cada uno de los trabajos. “Es muy importante –dijo– que la juventud tome nuevamente el camino de lo constructivo. Actualmente muchos están negando el arte no objetivo, por el cual estamos trabajando. La razón es que no ven el futuro de nuestras búsquedas. Es que no las comprenden. Creen que los limitan y se lanzan a un automatismo que indudablemente carece de todo orden. Es lamentable que no sepan aprovechar nuestras experiencias.”

Volví a recorrer sus esculturas y comparé los distintos materiales que usaba, como la piedra, la madera y el bronce. Viendo mi interés sobre los materiales y cómo los usaba, me dice: “Estoy trabajando con formas puras y el material que empleo lo manejo en relación con sus propias funciones expresivas. El mármol o el bronce pulido tienen sus propias características plásticas y trato de sacar el mayor provecho de ello. La emotividad no está en la anécdota sino en la función de las formas”. Recordé mis experiencias en el Museo del Louvre y comprendí cuánta razón tenía Brancusi. Recorriendo las salas de los egipcios, griegos, renacentistas o modernos, había comprobado que lo importante en cada época era el particular lenguaje plástico que tenían y que cambiaba según las épocas y personalidades. La auténtica “personalidad” radicaba en cada invención plástica. Seguí recorriendo sus obras y recibí un gran impacto al verme frente al “Nouveau Né”. Su pureza es tan grande como para despertar la mayor emoción estética. Para mí, tanto como la síntesis de las formas egipcias.

Mi entrevista con Brancusi fue una gran experiencia, en lo artístico y en lo humano. El ejemplo de un hombre puro en sí mismo, dedicado desinteresadamente a su arte, sin preocuparse de la publicidad y el exhibicionismo. Me sentí tan consustanciado en los ideales que las horas pasaron más rápidamente de lo deseado. Al salir de su estudio sólo ambicioné poder un día llegar yo también a una ancianidad tan sabia, auténtica y creadora.

* Texto de 1951 inédito hasta ahora, incluido en el libro Melé, de Gabriela Siracusano (Fundación Mundo Nuevo), que acaba de publicarse, y que integra la colección dirigida por Diana Wechsler.

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Marco recortado Nº 3. Abajo: Homenaje a Mondrian II. Ambos óleos sobre madera, de 1946, son de Juan Melé.
 
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