Martes, 28 de febrero de 2006 | Hoy
TEATRO › MARIANA SANCHEZ, DIRECTORA DE “MAMUSHKA”
Con su grupo Circo Negro propone un espectáculo de sosegado lirismo, sin apelar a la adrenalina como recurso estético.
Por Cecilia Hopkins
En una fábrica textil desafectada desde hace 10 años funciona hoy el Club de Trapecistas Estrellas del Centenario. Ubicado en Ferrari 252, en ese nuevo espacio recuperado para la actividad circense acaba de estrenarse Mamushka, un espectáculo de personal factura, creado y dirigido por Mariana Sánchez, junto a su grupo, Circo Negro. Si bien la artista había comenzado su carrera unos años antes, se destacó como intérprete de La Trup, cuando en 1993 el grupo estrenó Emociones simples, uno de los primeros espectáculos del llamado Nuevo Circo. Pero los años que siguieron no los pasó sobre el escenario, sino en espacios al aire libre: junto al conocido payaso Chacovachi fundó un nuevo estilo, el circo de calle. Fueron los primeros artistas de circo que, en Necochea y San Bernardo, realizaron montajes en plazas, pero con sistema de luces y sonido y hasta gradas para el público. Tanta era la gente que convocaban (en la gorra hasta aparecían billetes de 50 y 100 pesos), que hasta los artesanos de las ferias vecinas se quejaban porque a ellos les menguaba el público.
“Hasta hace poco seguí moviéndome por fuera del sistema –explica Sánchez en la entrevista con Página/12–. Me gustaba hacer una vida itinerante, independiente, como los cirqueros de antes. Recién ahora que tengo, junto a Pablo Zarfati, un lugar para hacer mis espectáculos, empiezo a hacer prensa y notas.” Con la apertura del espacio propio (ver recuadro), la pareja se propuso crear no sólo talleres de circo para adultos, sino también para niños, en los que la actividad plástica se relaciona con el aprendizaje de las técnicas propias del género.
En Mamushka se hace evidente la formación interdisciplinaria de su directora: “Me especialicé en técnicas aéreas, pero también estudié danza contemporánea y después yoga y contact, ambos muy importantes para la respiración y para trabajar con la propia intuición y percepción y lograr un cuerpo en estado de disponibilidad”. Hay un primer tramo de la obra que opera a modo de apertura y que marca la estética general del montaje. La luz del espectáculo es negra, de modo que predomina el blanco, color que se vuelve azul iridiscente en los momentos de mayor impacto visual. El clima de esta primera secuencia se distingue por su cadencia sosegada, distendida; el movimiento de los intérpretes y la música remite a lejanías orientales. Poco después, una serie de números rompe con el esquema étnico que sólo vuelve para cerrar el conjunto. La música se transforma en paródica para acompañar escenas cómicas de teatro negro y cuerpos en movimiento permanente, envueltos en telas, colgando de cuerdas, aros y trapecios.
Los intérpretes son todos alumnos de Sánchez: “Tienen la frescura y el compromiso de los que se suben al escenario por primera vez y fueron seleccionados por una afinidad con lo sensible: el espectáculo habla mucho del grupo que somos nosotros”, considera. Este acento ritual de Mamushka tiene que ver con algunas de las convicciones que mueven a la artista: “Me parece que, en general, la gente tiene una mirada comparativa y crítica del cuerpo del otro, que domina la idea de que el aspecto externo es lo más importante, y esto se aprende desde la infancia”. Asimismo, esa misma cuota de sosegado lirismo que trasunta el espectáculo expresa claramente que no es el riesgo aquello que la directora busca para emocionar a la platea: “No me interesa copiar al Cirque du Soleil, buscar aquello que se sabe que funciona –la pirueta espectacular, la prueba más alta y con los ojos vendados, la búsqueda de la adrenalina–, sino encontrar versiones de los números tradicionales y, con ellos, nuevas formas de comunicar emociones”, concluye.
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