Martes, 20 de septiembre de 2011 | Hoy
PLASTICA › ESCULTURAS DE CHALO TULIáN EN LA NAVE CULTURAL DE MENDOZA
Un nuevo e impactante centro cultural en la ciudad de Mendoza ofrece durante septiembre su primera exposición de artes visuales: un tour de force del escultor Chalo Tulián. Sintonías entre el lugar y la muestra.
Por Fabián Lebenglik
La Nave Cultural es un nuevo espacio para la cultura en la ciudad de Mendoza, inaugurado a fines de 2010 en antiguos terrenos del Ferrocarril General San Martín. Está ubicado casi en el centro geográfico de la ciudad y es el resultado de haberse reciclado un inmenso galpón ferroviario que ahora ofrece diferentes expresiones artísticas.
Durante septiembre se está presentando la primera exposición de artes visuales, en la sala mayor de la Nave, un espacio privilegiado y muy bien equipado, de 800m2 –y un entrepiso de 180 m2–, preparado como sala multidisciplinaria.
Se trata de una enorme exposición de esculturas recientes de Chalo Tulián, que lleva por título “La mesa donde desayunó mandinga”, con curaduría de la artista y curadora Laura Valdivieso, interinamente a cargo del Museo de Arte Moderno de esta ciudad.
Podría decirse que se trata de la muestra adecuada para un lugar donde la escala y la teatralidad son cruciales: la exposición ocupa los dos niveles de esta sala gigantesca. Cada nivel alberga diferentes series: en la planta baja, la mayor parte de las obras pertenece a la “serie de las mesas” y el entrepiso, a la “serie de las serpientes y las víboras”. En la explanada exterior del centro cultural se exhiben otras tres obras de carácter monumental.
Chalo Tulián nació en San Juan en 1947. Estudió Artes Visuales en la Universidad Nacional de Cuyo. Ganó los principales reconocimientos artísticos oficiales. En 1997, el Gran Premio de Honor del Salón Nacional; y cinco años después, el Premio Manuel Belgrano, del porteño Museo Sívori. Además, en 2004 ganó la Bienal Internacional de Escultura del Chaco.
Ha ejercido la docencia en las universidades mexicanas Iberoamericana y Autónoma de Puebla y en el Instituto de Artes Visuales de Puebla. Es profesor titular de la Universidad Nacional de Cuyo, Mendoza.
Ha expuesto y participado de simposios internacionales localmente, en América latina, Europa y Canadá.
Además de las piezas monumentales de la explanada, una vez adentro del centro cultural, pero antes de ingresar a la sala, una obra curiosa anuncia uno de los temas alegóricos de la exposición: la muerte. Una suerte de móvil compuesto de cientos de piezas colgantes, hechas con llaves, ilustran en clave tragicómica (a la mexicana) sobre el culto a la muerte a través de la figura del esqueleto. También hay videos que aluden a la violencia y la muerte.
En la gran sala se distribuye la “serie de las mesas”, obras de impecable factura que funcionan como interpretaciones o escenificaciones de recuerdos infantiles, pesadillas, corporización de metáforas de la práctica artística en general y del oficio escultórico en particular; o directamente piezas de carácter crítico, analítico, político o poético.
Las “mesas” de Tulián van descomponiendo, estilizando, complicando, volviendo barroco o simplificando el concepto y la función de la mesa, según las necesidades expresivas y técnicas de cada pieza.
La proliferación o austeridad de cada obra; su densidad, sobrecarga simbólica, su dramatismo o sentido del humor surgen en la medida que lo requiera el propio lenguaje del escultor. Como escribe Ulises Naranjo en el catálogo, el artista “no se deja llevar por inspiraciones aladas, sino por inspiraciones de herramienta en mano”. Este imperio del hacer resulta inherente a la obra de Tulián. Las obras van construyendo su forma y su sentido a medida que el artista las esculpe, fabrica, adapta o inventa. Se trata de una poética de herramienta en mano; hecha, al modo arltiano, por “prepotencia de trabajo”.
El mentado mandinga del título está citado de múltiples maneras a lo largo de la muestra: o bien de manera directa en las esculturas o bien en los títulos, o en citas literarias y filosóficas que acompañan y complementan el sentido en cada caso.
El montaje y la iluminación acompañan a las obras: luces puntuales que al mismo tiempo que señalan detalles exhiben la textura de la madera; distancias prudenciales entre las piezas, que devuelve con teatralidad las obras a su lugar originario: un bosque de esculturas como resultado de la transformación a la que fue sometido un bosque de árboles, gracias a la cultura de la herramienta.
La noche es el mejor momento para apreciar esta muestra, porque es entonces cuando la iluminación artificial adquiere todo el sentido y ofrece pausas entre obra y obra; el espacio entre obras, de noche, pierde cualquier atisbo retórico y se vuelve espacio significante y complementario, porque ayuda a generar las pausas necesarias entre la densidad que va una a otra pieza. Y a su vez genera una creativa sensación de laberinto borgeano. La teatralidad del espacio resulta gratamente operativa en este caso.
Las obras atraviesan un largo espectro del realismo: del hiperrealismo a la variación de escalas; de la síntesis formal al surrealismo; de la cita estilística (en referencia a la historia del arte) hasta la autorreferencia del propio oficio.
También la aplicación de color tiene el objetivo de volverse un signo elocuente, aportando sentido.
Junto con el anunciado tema de la muerte, otro tópico de la exposición es la violencia: desde la violencia propia del escultor que transforma la naturaleza hasta la violencia política, de género y contra los animales: “Con seis o siete –dice el escultor– vi por primera vez transformar una mascota en un festín”.
La “serie de las serpientes y las vívoras” evocan al animal: su cuerpo lineal, sus movimientos ondulantes... y se transforman en citas y señales. Citas de la historia (antigua y contemporánea) del arte que transforman a la serpiente en puro impulso, en símbolo ritual; en una fuerza cargada, según el caso, de religiosidad, de poder, de síntesis de ideas, de diseño, etc. (En La Nave Cultural, Avenida España y Maza, Mendoza, hasta el 24 de septiembre).
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