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Martes, 18 de diciembre de 2007

PLASTICA › OSCAR BONY (1941-2002): ANTOLOGIA RETROSPECTIVA EN EL MALBA

Los itinerarios de un artista

A cinco años de la muerte de un creador fundamental de la década del sesenta, el Museo de Arte Latinoamericano de Buenos Aires presenta una antología de los caminos de Bony.

 Por Fabián Lebenglik

En el Malba se presenta la primera muestra antológica retrospectiva dedicada a Oscar Bony luego de su muerte, en 2002. Se trata de una exposición donde puede verse su creatividad aplicada a todos los formatos y técnicas: esculturas, pinturas, instalaciones, fotografía, cine... El visitante se encontrará con un pionero del conceptualismo y del videoarte. Su obra, siempre reflexiva y en algunos casos anticipatoria, trata sobre el tiempo, la muerte, la violencia y el peligro, entre otras cuestiones y temas. La exposición, curada por Marcelo Pacheco, arranca en 1965 y se cierra con las últimas obras realizadas por el artista, en 2001.

Bony nació en Posadas, Misiones, en 1941, donde hizo su primera muestra, a los 17 años. Con su formación autodidacta, le resultaba imperioso mostrar a los demás lo que hacía, darle estatuto artístico, concatenarlo con la mirada del otro; lanzar al ruedo sus ideas, sus trabajos.

Cuando terminó el secundario se vino a Buenos Aires: “Lo que hacía entonces era pintar, pintar todo el tiempo –le dijo una vez a quien firma estas líneas–. Fui a parar a un taller que tenían Castagnino y Berni en la calle Defensa y Brasil. Después pasé a ser ayudante de Berni. En la época en que él comenzaba su serie Juanito Laguna, yo era su asistente. Fue una etapa muy importante para mí”.

Su primera exposición individual en Buenos Aires llegó en 1964: presentó en la galería Rubbers la muestra Anatomías.

Ese mismo, el salón más avanzado de la época, Ver y Estimar, lo convoca a integrar la exposición en el Museo Nacional de Bellas Artes. Aquel salón mostraba parte de la mejor producción de los artistas jóvenes de los años sesenta, en contraste con las convocatorias dedicadas a los consagrados, reunidos alrededor del Premio Palanza y el Salón Nacional.

La Asociación Ver y Estimar, que había sido fundada a mediados de la década del cincuenta por un grupo de alumnos del crítico y teórico Jorge Romero Brest, fue impulsada por Francisco Díaz Hermelo, Samuel Paz y Samuel Oliver.

Bony integró el grupo que generó una renovación artística y cultural en la Argentina, en el marco del período cultural y político local que va desde la entrada a la modernidad (con el desarrollismo de fines de la década del cincuenta) hasta la clausura que produce el onganiato.

En Ver y Estimar, la combustión artística de aquellos años encontró un buen ámbito, porque oficiaba de plataforma de lanzamiento, mientras que el Instituto Di Tella funcionaba como centro y lugar de consagración. Consideradas generalmente como un nuevo punto de partida del arte argentino, las propuestas de aquellos años buscaban los límites, al tiempo que se delineaba el apogeo de la nueva figuración, surgían el pop, el hard edge, el minimalismo, el conceptualismo, el arte político y ecológico, y el informalismo llegaba a su fin. La generación de los años sesenta no es como las anteriores, que se pensaba como transmisora de los movimientos europeos, sino que su trabajo estaba en sincronía con lo que sucedía en otras capitales del arte, pero con una localización argentina. Los artistas de la década del sesenta dejaron bien claro que el arte moderno no tiene nada que ver con el gusto, sino que se relaciona con todos los otros campos de la cultura y el conocimiento.

Siguiendo con el itinerario del artista, en 1966 realizó –para presentar en el Instituto Di Tella– una serie de cuatro cortos cinematográficos a la que tituló “Fuera de las formas del cine”. “Cuando me decidí a hacer los cortos–dijo Bony–, también resultó ser una violencia para los que habían sido mis compañeros de ruta... El arte conceptual en 1965 todavía no existía, pero flotaba en el ambiente la necesidad de crear el andamiaje de eso que se venía. Todos, cada uno con un argumento distinto, me decían que dejara eso, pero que no me sintiera decepcionado. Eran tiempo duros.”

Aquellos cortos soportaron el paso del tiempo porque su tema es precisamente el tiempo. Tal vez, como mucha de su obra, estas películas se corresponden más con el tiempo actual que con aquel otro aunque perdieron por completo su condición ríspida y molesta. Los obstáculos que pudiera haber habido ya no existen. En algún sentido, al haberse perdido las aristas de aquel tiempo, las obras de Bony muestran hoy, de manera transparente, la naturaleza de los problemas que analizan.

En la muestra Experiencias 67 del Di Tella presentó “Sesenta metros cuadrados de alambre tejido y su información”, una de las primeras manifestaciones del equívoco género de las instalaciones, así como parte del rumor del naciente arte conceptual.

Una de las obras más revulsivas de Bony fue La familia obrera, que presentó en las Experiencias 68. Su obra consistía en la exhibición en vivo de un obrero matricero (con su mujer y su hijo) contratado por el doble de su salario usual para que posaran sentados sobre un podio durante el horario de visita de la muestra. Fue una experiencia límite que buscaba reflexionar sobre la ética y el problema social.

A partir de entonces y hasta mediados de la década siguiente, Bony, como muchos artistas argentinos de entonces, abandonó la práctica artística.

Pasó varios años en Europa, luego volvió a la Argentina, pero el clima de la dictadura y la censura sufrida a una muestra que hizo en Artemúltiple en el ’77 lo llevaron al exilio, especialmente en Italia, donde presentó varias muestras e hizo carrera internacional. En 1982 fue invitado a participar del Aperto en la Bienal de Venecia.

En 1988 volvió a la Argentina y presentó una exposición el en CAYC.

A partir de entonces comenzó un recorrido variado, en el que pasó por fotografías autobiográficas. Trabajó sobre la memoria, recuperando objetos e imágenes con la impronta sepia del paso del tiempo, de su propio tiempo familiar y personal.

En el decenio que va del noventa al dos mil, y por el corte violento que significó la última dictadura, con la consiguiente fragmentación del campo cultural, social y político, surgió la necesidad de revisitar los años sesenta. Esta necesidad se transformó en una estrategia institucional en varias instituciones públicas y privadas de la Argentina. Fue así como Bony no sólo mostraba su obra actual (de los noventa), sino que volvió a exhibir y reconstruir su producción de los años sesenta. En este sentido, Bony, junto a algunos otros artistas, funcionó como un puente entre generaciones, a través del diálogo casi simultáneo de su obra histórica con su obra reciente.

En el ’93 el artista levantó una pared de ladrillos de quince metros por tres, que presentó colocada en diagonal en una sala del Centro Cultural Recoleta, para obligar a los visitantes a realizar un doble camino y toparse siempre con la pared y siempre ante el inaccesible otro lado del muro.

Luego produjo una larga serie de fotografías de paisajes y autorretratos baleados. La violencia de sus trabajos se hizo evidente en “Fusilamientos y suicidios” y en “El triunfo de la muerte”, dos conjuntos de obra emblemáticos del artista y, por supuesto, representados en la retrospectiva. En aquellas fotografías baleadas, el estallido de los vidrios y la doble violencia, real y simbólica, marcaron un nuevo límite en la obra de Bony.

En 1999, junto con Luis Benedit, Jacques Bedel y Dino Bruzzone, formó parte del envío argentino a la Bienal de Venecia. Y en el 2000 fue invitado a la de La Habana para reciclar su instalación “Familia obrera” con una familia cubana, pero Bony desistió cuando las autoridades de la Bienal le indicaron que la familia debía ser seleccionada por el Partido Comunista.

A fines del año 2001, en medio de la crisis (local, por la quiebra económica y política del Estado, e internacional, por las consecuencias del atentado a las Torres Gemelas), en el contexto del Premio Banco Nación, Bony resultó distinguido por su trayectoria. Allí presentaba un trabajo propio, histórico, en el que anticipaba la masacre de Nueva York. Esa obra está también exhibida en la muestra del Malba. Al lado de la propia obra en pequeño formato (realizada en 1996), el artista reprodujo una gigantografía con el momento en que un avión impacta sobre las torres. El trabajo pequeño lleva la firma de Bony, mientras la gigantografía está firmada por su autor: Bin Laden. De modo que la obra exhibe no sólo su carácter de anticipación, sino también la relación estrecha y ambigua entre el arte y la violencia.

(Malba, F. Alcorta 3415, hasta el 4 de febrero.)

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“Kriminal”, 1998, foto baleada de Oscar Bony.
 
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