Miércoles, 1 de agosto de 2007 | Hoy
DISCOS › “MALAMARISMO”, DE LA MALA
El tercer disco de la cantante va mucho más allá de su espíritu rapper: un excelente pasaporte para el show que dará en Buenos Aires en septiembre.
Por Eduardo Fabregat
“Acá hay un negro que va a partirte el microphone en diez/ acá hay un negro que va a jugar contigo al ajedrez/ acá hay un negro pa’ que le digas que su raza es qué/ acá hay un negro que va a enseñar a follar a tu mujer.” Está claro que Mahoma, el invitado de La Mala Rodríguez en “Miedo”, sabe cómo meter el dedo en la llaga de la xenofobia española. No es una simple provocación, las ganas de meter ruido. En la mejor tradición del rap combativo, María Rodríguez, la mala, no hace más que utilizar el potente vehículo de su música para hablar del aquí y ahora, de esa crispación de la Madre Patria por querer a todos los moros fuera, tan similar al tachero porteño clavado en Radio 10 que gruñe sin pausa sobre piqueteros y boliguayos. Mejor aún: eso no la convierte solo en una chica enojada. Aunque le pese al apodo, La Mala es encantadora.
Malamarismo, el disco que acaba de editarse en Argentina, es el tercero en una carrera iniciada con Lujo ibérico (2000) y Alevosía (2003), y quizá el mejor pasaporte al show que la andaluza dará en Buenos Aires en septiembre. Felizmente más cerca de otra María, “la Canillas” (cantante de Ojos de Brujo) que de artistas bastante más estereotipadas como Bebe, La Mala escapa aquí a los límites usuales del hip hop, encontrando otra musicalidad, una ampliación de horizontes, en la participación de artistas como Raimundo Amador (que pone su voz en el marchoso “Te convierto” y su virtuosa guitarra en “Déjame entrá”) y Julieta Venegas, que completa un notable dúo en la souleada “Tiempo pa pensá”. Sí, por allí aparece Tego Calderón, astro de esa cosa llamada reggaetón, para prestar su voz a “Enfermo”. Pero lo mejor de La Mala es quizá esa capacidad para saltar sobre lo que se presupone que hace una artista relacionada con las rimas y los ritmos entrecortados.
Y entonces, la española oscurece el clima con las inquietantes “Toca toca”, “Caída libre” o “Memoria del futuro”, donde el tempo se arrastra a otra velocidad y la chica demuestra los matices de su garganta. Se ríe de los lugares comunes masculinos en “Menos tú” (“todo el mundo es una mierda menos tú, ¿quién te crees que eres?”), y emprende su propia cruzada personal contra los designios políticos de la guerra en “La loca”, afirmando que “dos cosas flotan en el agua, la mierda y los barcos”, y recordando que “igualdad de condiciones, igualdad los cojones”. Expresiva, pasional, con el fuego que suele alentar a esa clase de artistas que pone el discurso en primer lugar, La Mala Rodríguez va contagiando sin apuro pero sin pausa las orejas y sentidos del oyente, llegando a la infección total con “Nanai”, el single de difusión que dice “Mírame a los ojos si me quieres matar, nanaí, yo no te voy a dejar”. Y, claro, con ese moro de nombre aterrador para la conciencia cristiana que viene a reírse sardónicamente del facho con acento castizo y el facho de acento porteño, el negro que promete enseñar a follar a su mujer. Y, de paso, hacerla bailar.
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