Miércoles, 9 de abril de 2008 | Hoy
DISCOS › BATEA
En los últimos tiempos, la cadena de cafeterías Starbucks se postuló como una de las soluciones para la brutal crisis de la industria discográfica. La cadena vende discos selectos en sus locales y le sale bien: no sólo por su volumen de negocio (casi cuatro millones y medio de CD en 2007 en Estados Unidos), sino también por la naturaleza de sus compradores: un adinerado público adulto, al que las discográficas –obsesionadas por los consumidores juveniles– no saben cómo llegar. Con Starbucks se suele producir el efecto bola de nieve: Genius loves company, la colección de dúos de Ray Charles, fue un best seller en las cafeterías y terminó despachando millones de copias en todo el mundo. Artistas como Alanis Morissette o Madeleine Peyroux también se beneficiaron de estos empujones. Ahora, Starbucks subió la apuesta al contratar figuras de primera división, descontentas con las compañías tradicionales: además de Paul McCartney, consiguió los servicios de James Taylor y Joni Mitchell. Generalmente, Starbucks se reserva una “ventana de exclusividad”, unas semanas donde sus discos sólo se pueden adquirir en sus establecimientos; posteriormente, llegan a los puntos de venta habituales. Pero la entrada de lleno en el negocio musical está tropezando con escollos. Al igual que algunos de sus directivos, muchos clientes se quejan de que Starbucks ahora promocione artistas “nada finos”, como James Blunt o Alicia Keys, omnipresentes en las disquerías “clásicas”. Son fruto de acuerdos de la cadena con las multinacionales, que revelan insospechadas incompatibilidades: Starbucks decidió no vender Devil and dust, el trabajo que Bruce Springsteen editó en 2005, por contener una historia de prostitución. Starbucks también endureció sus condiciones para vender material ajeno: exige precios especiales y la posibilidad de devolver hasta un 20% de los discos pedidos. En el caso de las compañías pequeñas, llega a solicitar hasta la mitad de los beneficios que genera un lanzamiento, incluyendo las copias que no se venden en las cafeterías. ¿El resultado? Muchos artistas en desarrollo, que cumplían el “perfil Starbucks”, renunciaron a esa vía de comercialización y ahora hablan pestes de la corporación cafetera.
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