Unos años atrás, la iraní Marjanne Satrapi produjo, en asociación con su colega Vincent Paronnaud, todo un suceso de estima con su ópera prima, Persépolis, traslación cinematográfica de una novela gráfica de su autoría. Ganadora de un montón de premios –incluyendo el especial del Jurado de Cannes y una nominación al Oscar–, ese film de animación en blanco y negro lograba narrar los aspectos más regresivos (y represivos) de la revolución de los ayatolás en clave autobiográfica, combinando con acierto densidad trágica, rigor histórico y liviandad animada. En 2011, Satrapi y Paronnaud presentaron en Venecia (al mismo tiempo que Abel Ferrara hacía lo propio con 4:44) su opus 2 y primera incursión en el cine “con actores”, Poulet aux prunes, que el sello Sony lanzará en días más con el título Pollo con ciruelas. Yendo y viniendo en el tiempo, narra –en una clave que oscila entre el melodrama de época, la fantasía alla Amélie y el humor naïf– la historia de un violinista (el gran Mathieu Amalric) que, tras una desastrosa experiencia con la mujer de su vida, vive con una mujer a la que no ama (la reaparecida Maria de Medeiros) y unos hijos a los que más o menos. Cine “de arte” para todo público, que le dicen.