La importancia del taller
Los protagonistas de Mi propio niño Dios, al igual que los intérpretes de sus tres obras anteriores, pasaron alguna vez por los cursos de entrenamiento que Chávez dicta en el Estudio que posee en Palermo. Alumno de Luis Agustoni, Carlos Gandolfo, Lito Cruz, Agustín Alezzo y Augusto Fernandes, desde hace una década Chávez entrena a actores formados, y desde hace 25 años inicia a interesados en el trabajo actoral. “El taller fue, es y será el alimento más importante que tengo como actor. Es un espacio autónomo que puedo hablar puramente del trabajo y conlleva fe y esperanza”, apunta el protagonista en cine de Un oso rojo, El visitante y No toquen a la nena, entre otros títulos. Aunque en el ámbito artístico se lo conoce como uno de los actores más importantes de la cartelera porteña desde hace años, Chávez no descansa en los laureles: cada una de las noches que tiene función de la obra Ella en mi cabeza, el actor llega al teatro con dos horas de antelación para ensayar. ¿Es tan exigente con sus alumnos como lo es para con usted mismo?
–Me someto a mí mismo a lo que soy yo. Si hay algo que reconozco es que yo tengo fe en las herramientas que intento que el actor se valga. Yo me someto a mí mismo a esas mismas herramientas, hago los ejercicios que pido que se hagan. Soy más exigente conmigo que con el alumno, porque yo no puedo ejercer presión sobre la voluntad del otro; sólo puedo golpear su puerta. Lo que sí puedo es ejercer presión sobre mi propia voluntad. Pero no puedo manejar el caballo del otro: sólo lo puedo acompañar. Por eso soy más exigente conmigo en la aplicación de la herramienta que intento comunicar.