Según mi criterio la zona de mayor calidad es la alternativa (off, independiente o el término que se quiera usar, menos citarla como vocacional, que ya resulta irritante), no obstante que este elemento trabaja con frecuencia con un sustento edilicio precario, con montos mínimos para la producción de los espectáculos y con muchas, ¡muchísimas!, dificultades para obtener una buena difusión de los mismos. Se suele atacar el peso del fenómeno alegando que reluce porque ha acudido al ardid de ofrecer, de cada título, una sola función en el fin de semana, lo que permite el efecto multiplicador de más de trescientos espectáculos un sábado a la noche.

Acaso esta situación actual que, reitero, me entusiasma, sostenga su existencia más o menos tiempo, pero mientras tanto convendría disfrutarla, sobre todo aquellos teatreros que no van al teatro y sin embargo pontifican su desesperanzada versión de los sucesos. Se lo pido a ellos porque el público va, siquiera ocupando plateas para cincuenta personas. De otro modo sería imposible explicar que Buenos Aires, como pocas o ninguna otra de las ciudades del mundo, cuente con más de un centenar y medio de salas alternativas en funcionamiento pleno todos los fines de semana.