Miércoles, 18 de marzo de 2009 | Hoy
No es descabellado suponer que la figura del trotamundos es universal. El monje errante es sólo el más santito de una familia que incluye a alumnos y profesores medievales y sus desviaciones, como los goliardos. Asimismo existieron “modelos” más cercanos en el tiempo, en la línea de los cazadores franceses que en el siglo XVIII se denominaban Coureurs-de-bois, los wanderers alemanes o los “hobos” estadounidenses que prefiguraron a Kerouac y la movida beat. Por estos pagos se acuñaron varias expresiones para señalar el fenómeno. Baigorria asegura que la palabra “linyera” era originalmente utilizada para designar a quien andaba con un atadito de ropa colgado al hombro, rejunte que los italianos denominaban “lingera” en alusión a “lingeria”, lencería o ropa interior. ¿Y “croto”? De acuerdo con la etimología más aceptada, nació en la década del ’20, a partir de una norma del gobernador de la provincia de Buenos Aires, José Camilo Crotto, que permitía a los trabajadores golondrina viajar gratis en los trenes de carga. La diferencia entre “crotos” y “linyeras” es que el primer mote se aplicaba a aquellos que andaban siempre en la vía, mientras el segundo era destinado principalmente a los que iban a las juntadas de maíz o trigo y después retornaban a sus casas.
Por supuesto, el paso de las décadas ha ido borroneando esas diferencias. O más bien las ha puesto a mutar velozmente. En Internet pululan desde películas de la serie Bumfights –en las que se humilla a los marginales– hasta emprendimientos más interesantes, como el grupo de Facebook que admira al crotencio rosarino “Chiche”. Las agresiones nunca faltan, y aun así se mantiene esa fascinación difícil de verbalizar. Los mitos de la libertad crecen en la medida en que los hogares se van convirtiendo en cárceles con televisor.
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