- Carlos Ulanovsky (periodista): “Una cosa que me llama la atención es que ni Alberto Olmedo ni Tato Bores tuvieron, después, reemplazos. Este año vi que Pettinato hacía de alguna manera un homenaje, un monólogo libre inspirado, con un doble homenaje a Verdaguer, pero estos personajes se fueron a la tumba y no dejaron relevos. En parte, la gran herencia está en los monologuistas que hacen ahora stand up comedy. Me parece que, en Jorge Guinzburg, hay un heredero bastante fiel: abría su programa de radio con un monólogo escrito y tenía algo de esa estirpe borenszteniana. Y sería una buena prueba volver a poner en el aire los monólogos de Tato, verificaríamos una vez más la insoportable circularidad de este país. Lo que hacía Tato era de un enorme esfuerzo: tenía que memorizar un largo texto, palabra por palabra: vivía por eso. Y éste no es un tiempo para sacrificios. Por contrato sólo estaba seis meses por año: creía que a cada cara que aparecía en TV se le caía un cacho. Ahora se impone el éxito rápido”.

- Rudy (humorista): “Desde 1990 y hasta el ’92 tuve la suerte de colaborar en su programa. Y de conocerlo personalmente... Y me encontré con un tipo simple, capaz de quedarse una hora en el camarín tomando mate y contando y escuchando chistes. Y profesional en serio, capaz de repetir el sketch o el monólogo las veces que fueran necesarias, un estudioso que tenía tal vez más autoridad que nadie para morcillear y no lo hacía. Respetuoso del guión, y también de los actores, permitía crecer a los personajes que lo acompañaban. Poco común en esta realidad farandulesca en la que los chistes buenos los dice el capocómico, y los demás están para apoyarlo, o ‘los goles los hace la figura’ o ‘el poder lo tiene el presidente’, y así... Algunos buscan un ‘sucesor’, se preguntan ‘¿quién será Tato en el futuro?’. Tato es Tato. Es el que hizo reír y reflexionar a cuatro generaciones de argentinos. El que, como era un grande, no necesitaba demostrarlo a cada rato. El que, siendo un maestro, no necesitaba ser un líder”.