De no haber estado surcado por el dolor, el velorio de Sandro podría haberse confundido con una fiesta religiosa. El Ave María alternaba con los “Olé olé olé olé... Sandrooo” y los “Olelé/ olalá/ si éste no es el pueblo/el pueblo dónde está”. Mientras oraba, una mujer enviaba mensajes por celular para ver en qué parte de la cola estaban sus amigas. Cuando “las nenas” veían una cámara o a un periodista, se ponían ansiosas por dar su opinión. “Vení, vení –le pidió una fan a este cronista–, anotá que mi tema preferido es...es...” Pero se olvidó. Sólo quería que la oyeran unos segundos. El olor a sandwich de milanesa se confundió con el de las rosas. Los vendedores ambulantes, que desde la mañana se habían preocupado por mandar a hacer remeras y posters, hacían su negocio. El menú más corriente fue el pebete de salame con gaseosa de segunda marca. Y el color rojo, que tanto le gustaba a la estrella, se coló por todas partes, resaltando entre los vestidos estampados de las amas de casa. Sobre todo eso, la transpiración colectiva, que algunos paliaron usando una toalla húmeda sobre la cabeza. Cualquier obstáculo era pequeño ante el deseo de saludar a uno de los hombres más deseados del país.