LITERATURA › OPINIóN
› Por Osvaldo Bayer
La noticia de la muerte de este grande me llenó de tristeza porque estaba acostumbrado a leer sus declaraciones sobre la actualidad, siempre jugadas, nunca de circunstancias. Es que Saramago fue el modelo de lo que debe ser un intelectual para su sociedad: escribió lo que se le dio la gana, nunca aceptó censuras ni de su propio partido político. Pero eso sí, salió a la calle cuando vio injusticias en su sociedad y en el mundo entero. Recuerdo que, cuando estuvo en Buenos Aires, fue a visitar a nuestros presos de La Tablada, cosa que ningún político argentino hizo y, tal vez, poquísimos de nuestros intelectuales. Jamás hubiera aceptado él una condecoración de Pinochet, como la aceptó nuestro Jorge Luis Borges, nuestro profundo escritor pero que en su concepto de la ética política dejó mucho que desear.
De Saramago siempre me gustó su obra poética, tal vez poco conocida, pero que en portugués se prestaba a una declamación dulce, como un cántico en voz baja con el eco de fondo de olas marinas. Fue muy justo el Premio Nobel que recibió. Me acuerdo que ese día descorché una botella de buen vino y brindé por ese triunfo de un intelectual ejemplar en su vida de compromiso social. Gracias, don José, por su vida.
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