LITERATURA › OPINIóN
› Por Federico Andahazi *
José Saramago era una usina de buenas ideas conducidas por una pluma singular. La mayor parte de sus novelas se despliega a partir de una hipótesis, tan sencilla como original, que puede resumirse en una pregunta: ¿Qué pasaría si...? La isla de piedra es la respuesta a la pregunta: ¿Qué pasaría si de pronto la Península Ibérica se desprendiera del continente europeo? En Ensayo sobre la ceguera, la conjetura parte del interrogante: ¿Qué pasaría si una epidemia de ceguera se abatiera sobre un país? Las intermitencias de la muerte se despliega a partir del interrogante: ¿Qué pasaría si la parca dejara de hacer su trabajo y la gente dejara de morir?
Saramago demuestra, además, que en materia literaria no es posible escindir forma, fondo y posición política. Es decir, una obra literaria no es el desarrollo de una buena idea, sino que la misma prosa constituye y define el argumento, a la vez que ubica al autor en una posición ético-política ineludible. Saramago era comunista y ateo militante. No de todos los autores marxistas podría afirmarse que su obra también lo fuera. La obra de Saramago, en cambio, era tan comunista y atea como él.
Los ateos militantes y confesos, los escritores que combatimos la religión desde la narrativa, los que escribimos en contra de los dogmas hemos perdido uno de los mejores maestros.
* Escritor.
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