Martes, 23 de noviembre de 2010 | Hoy
CULTURA › OPINIóN
Por Luis Gusmán *
Los escritores de mi generación estuvimos marcados por la literatura rusa. Esa literatura impuso una manera de leer, una estética, una mirada sobre el mundo. En mi juventud, cualquier joven soñaba con ser Raskolnikov, porque ese personaje no sólo formaba parte de nuestra vida, sino de nuestra existencia. En ese estado de lecturas, quizá Gogol y Pushkin quedaban en un segundo plano, mientras que Chejov indicaba una manera nueva de contar y una dramaturgia, en tanto que Las memorias del subsuelo de Dostoievski anticipaban el mundo de Kafka. A. Biely con su extraño Petersburgo nos hacía imaginar que algún día podríamos caminar por la perspectiva Nevski. También estaban los poetas. Por supuesto Maiakowski, más tarde O. Mandelshtam. En los comienzos de los años ’70 descubriríamos los formalistas rusos: una nueva manera de leer los textos, una conjunción de formalismo lingüístico y poética. Más contemporáneo Nabokov que, sin duda, modificó el campo de procedimientos de la novela. A lo que habría que agregar ese mundo revelado por la biografía del poeta Alexandr Blok, escrita por Nina Berberova.
“Tolstoiemos”, juguemos con las palabras como propone Nabokov en su curso de Literatura rusa. ¿Qué significó Tolstoi en esta constelación? En los intersticios de la monumental Guerra y paz, y del inolvidable universo de la Bovary rusa, la Karenina, emergieron los relatos de Tolstoi. Entre nosotros, con la formidable edición de Jaime Rest. De ese volumen de cuentos se impusieron rápidamente dos: “El padre Serguei” y “La muerte de Ivan Ilich”. Como señala Nabokov, habría que decir: “La vida de Ivan Ilich”. El cuento nos informa desde la primera página que ese burócrata llamado Ivan Ilich ha muerto. ¿Dónde reside para el lector el suspenso que le hace seguir leyendo la vida de un muerto? Podemos enumerar una serie de razones que no agotan el misterio que encierra la existencia de Ivan Ilich, ya que después de muerto dice: “La muerte ha terminado”; “No existe más”. Ilich cree que muriéndose ha matado la muerte. El tormento de Ilich surge con su enfermedad. Esa enfermedad lo vuelve un enfermo más: “Lo que más le interesaba ahora eran las enfermedades y la salud de los hombres”. Entonces comienza a leer libros sobre aquello que lo aqueja. La enfermedad lo hace entrar en el conjunto de los mortales. Por eso, el plural “los hombres” lo hace formar parte del silogismo: “Cayo es un hombre, los hombres son mortales, luego Cayo es mortal”; por lo tanto: Ilich es mortal.
El suspenso del relato no reside en las vicisitudes de su enfermedad ni en su agonía, sino en la lucidez de su conciencia. Parafraseando el título de Italo Svevo, podemos decir: “La conciencia de Ivan Ilich”. En el cuento se pueden seguir los tropismos de su conciencia, “una desesperada conciencia de que la vida se iba, pero que aún no se había ido”. La conciencia y su doble; Ilich mantiene con ella una batalla hasta el final. Como suele suceder en estos casos, sin tregua.
* Escritor.
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