Poesía hay en todo: allí donde es evidente y se percibe hasta en las yemas, como en las canciones y las películas, y también donde no lo es. Hay poesía, por ejemplo, en la forma de hacer un festival de poesía. La nuestra tiene por faro la independencia. “Lo que sucede conviene”, reza un dogma que bien lavado va haciéndose mantra new age. No siempre. A veces hay que hacer que suceda. Y muchas veces no conviene. Ahí ilumina ese faro: con prescindencia de lo que conviene y de los vientos de moda y de lo que dictan academias y demás poderes. El Festival de Poesía de Córdoba nació con el sueño de perdurar. Con independencia de todo, salvo el amor: cómo olvidar la primera edición, cuando hasta los poetas invitados ayudaban a barrer el patio de un museo y dejarlo listo para el eco de los versos. Los poetas son cientos. Son más. No entran en cuatro días de festival, ni en cuatro festivales. Pero igual vamos, igual está ahí nuestra propuesta, intentando (tentando) abarcar géneros, generaciones, estéticas, geografías. Y música, y teatro, y muestras plásticas, y performances. Una pequeña porción, siempre recortada, siempre incompleta, siempre insatisfecha: ahí el germen de lo que vendrá. El Festival de Córdoba quiere perdurar, ser una muesca –y una mueca– en los días de cada año: alrededor del 21 de marzo, para comenzar el otoño, y del 24 de marzo, porque la poesía no olvida, es memoria que se escribe.

* Poeta, editor de Viento de Fondo y organizador del festival.