HISTORIETA › BALANCE DE LOS TRES DíAS DEL FESTIVAL FRANCéS
› Por Andrés Valenzuela
Tres días de festival y cantidad de actividades después, cantidad de calles lyonesas recorridas, tiene mucho sentido que el festival internacional de historieta Lyon BD, de esa ciudad francesa, haya buscado asociarse con sus similares argentinos. En parte porque su modelo organizativo es el mismo que siguen muchos de sus pares locales, como Crack Bang Boom: un equipo de apasionados y militantes de la disciplina trabajando en conjunto con la estructura y un sustento parcial estatal (aunque aquí la ciudad paga prácticamente todo).
Con todo, hay algunos rasgos diferenciales. Por ejemplo, en Lyon BD las charlas y conferencias no generan la atracción que sí generan sus pares argentinas. En cambio, las actividades paralelas o en las subsedes convocan a numeroso cantidad de gente. Una “impro” de teatro e historieta llenó la sala del teatro Odeón Comedie varias veces y la ceremonia de apertura de una muestra dedicada al desembarco de Normandía convocó a jóvenes y ancianos por igual y colmó la sala del Centro Histórico de la Resistencia y la Deportación. Por otro lado, toda la promoción del evento supera con creces a la que se realiza en cualquier ciudad argentina. El transporte público, los carteles en la calle y las oficinas estatales exhiben las fechas del festival con total devoción. Y el público responde, aun cuando algunos invitados y gran parte de la prensa no pudieron llegar a la ciudad por la huelga de transporte que tiene semiparalizado al país. El sábado estaba lleno de gente, mientras que el domingo –Día del Padre también aquí– la recorrida fue menos fervorosa.
El festival sostiene el mismo modelo que en Buenos Aires impuso Viñetas Sueltas, multisede y en toda la ciudad. Aunque su sede central estuvo en el Palacio de Comercio del centro, hubo actividades en el Hotel de Ville, el Museo de Bellas Artes local, centros culturales, mediatecas, bibliotecas, otros museos y hasta en una iglesia.
La presencia argentina, en tanto, fue muy apreciada. Participaron de muestras (Dante Ginevra con la suya, en solitario), estuvieron nominados a los premios del festival y algunos hasta se fueron con puertas abiertas en editoriales europeas para publicar nuevos libros. Eso más allá de las ventas particulares, que resultan anecdóticas en comparación con el evidente efecto enriquecedor del contacto con otros autores. Charlas y cenas con figuras de la talla de Lewis Trondheim, Guy Deslile y Jean-Claude Fournier se sumaron al descubrimiento de autores en ascenso, como la notable Marion Fayolle.
Finalmente, el festival permite poner en perspectiva cuestiones de mercado, más allá de lo que las estadísticas de la Asociación de Críticos local señalen cada año. El público francés realmente se vuelca a la historieta sin distinción de género, condición social, edad e intereses. En una ciudad de 800.000 habitantes como ésta, hay una docena de comiquerías y, como pudo comprobar Página/12, todas venden a toda hora. Es que, aquí, la “bd” es una cuestión cultural.
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