Como si se tratase de una fórmula para plasmar la urgencia de su repertorio, Acorazado Potemkin registró sus dos álbumes en algo cercano a un tiempo record, ambos en los legendarios estudios ION. “La grabación del primer disco fue en dos días, y con este tuvimos uno más... ¡Fue como de ricos esto!”, se ríe Fernández. “Hay una frase muy común del mundo musiquero que dice que un disco es una foto del momento de la banda y nosotros nos tomamos el trabajo para que fuera efectivamente así, lo más apremiante posible”, agrega. Para Esaín, la experiencia de su debut influyó en la delineación del plan estratégico de Remolino: “Quisimos que fuera así de vuelta. Con Mugre pasó mucho tiempo desde que grabamos, terminamos el disco y lo subimos a Internet. Acá teníamos esa necesidad, no aguantábamos más. La mezcla fue de manera analógica, y ahí lo que hacés, quedó. No podés volver atrás”.

Para poder llevar esto a cabo, el grupo definió de antemano qué quería para su álbum, aun antes de grabarlo. “Muchas decisiones se toman en el estudio, pero nunca lo vimos como un lugar de composición”, explica Fernández. “Hay grupos que trabajan treinta o cuarenta temas para terminar eligiendo veinte y de ahí bajarlos a doce. No-sotros trabajamos para que todo lo que llevamos sea imprescindible y no haya forma de que algo se quede afuera del disco. Es importante hacerlo así porque te obligás a ser sintético y preciso. Lo que va es porque tiene que estar, no hay nada de relleno”, detalla el guitarrista.