Jueves, 3 de agosto de 2006 | Hoy
“MONDOVINO”, DE JONATHAN NOSSITER
Por Luciano Monteagudo
“El vino está muerto. Seamos claros, está muerto. Y no sólo el vino, también las frutas, los quesos...” Quien habla es Aimé Guibert, un vinicultor considerado pionero del renacimiento de los vinos artesanales de calidad de la región francesa de Languedoc. Para el veterano Guibert, el vino es –o debería ser– el producto de “una relación casi religiosa entre el hombre y la naturaleza: el sol, el aire, la tierra”. Pero lo que deja muy en claro Mondovino es que son cada vez menos (o cada vez tienen menos voz) quienes piensan como Monsieur Guibert. Producto milenario, asociado a la cultura y la tradición judeocristiana y grecorromana, el vino nunca sufrió tantos cambios en el proceso de su elaboración y comercialización como en las últimas tres décadas del siglo XX.
Transformado en un negocio a escala mundial, fue perdiendo su carácter esencialmente popular para convertirse en un producto de ostentación cultural. ¿Qué hay detrás de las marcas famosas, de las bodegas de prestigio y del cada vez más sofisticado business del vino? Concebido simultáneamente como un periplo geográfico, sensual y político, el documental del realizador estadounidense Jonathan Nossiter (que en su juventud se formó en París como sommelier) logra no sólo responder a esa pregunta sino también ir más allá y reflejar cómo aquello que sucedió con el vino expresa, de manera más amplia, los intereses creados y los efectos nocivos que trae aparejada la globalización.
Como decía Alfred Hitchcock, toda buena película necesita de un buen villano y Mondovino tiene varios. El principal es Michel Rolland, enólogo francés convertido en superestrella a escala planetaria, que desde su ascético laboratorio en la región de Pomerol no sólo dictamina el gusto en materia de vinos Bordeaux, sino también impone sus criterios a las principales bodegas de doce países, entre ellos la Argentina. Hacia el final del film, cuando en su largo recorrido por el mundo Nossiter llega con su cámara digital hasta los viñedos salteños de la familia Etchart, el patriarca del clan, después de hablar despectivamente de los “indígenas” que trabajan para él, dice orgulloso, apretando el puño de plata de su bastón: “Rolland transformó por completo el vino argentino y ahora, gracias a él, es completamente diferente de lo que era”.
La astucia del film de Nossiter consiste en la aparente inocencia con que encara no sólo la investigación sino también a cada uno de sus entrevistados, que se expresan frente a él sin tapujos, como si el vino les hubiera soltado la lengua. En este sentido, Nossiter deja que cada uno de sus personajes hable por sí mismo y muera por su propia boca. En todo caso, lo que hace el director es, a través del montaje, establecer un diálogo, poner en relación distintos discursos, confrontar aquello que tiene para decir un viejo vinicultor apegado a la elaboración artesanal con las afirmaciones del godfather Robert Mondavi, desde su impresionante rancho en Napa Valley, California, del que salen 120 millones de botellas anuales.
Y las imágenes también hablan. Nossiter se cuida bien de ubicar a sus héroes de la resistencia –un alegre vinicultor sardo, una viuda que se dedica todos los días al amoroso cuidado de la viña– en relación con las uvas, el cielo y la naturaleza. Por el contrario, a Michel Rolland se lo ve hablando por teléfono celular desde el interior de su Mercedes con chofer, o en el bunker de su laboratorio, siempre con una sonrisa mefistofélica, regocijándose frente a un mapamundi de su imperio global. A su vez, la plantación californiana de los Mondavi luce como una fortaleza digna de Fort Knox, rodeada de un ejército de attachés de prensa. Y Robert Parker, el más influyente crítico de vinos del mundo, capaz de cambiar la cotización en bolsa de una bodega, se presenta como un norteamericano cualquiera, cuyo único motivo de orgullo es haber llevado “el punto de vista de la democracia estadounidense” al mundo de los vinos, mientras la cámara se fija discretamente en algunos objetos que adornan su despacho: retratos de Ronald Reagan y George Bush padre y una gorra del FBI. En ese momento, resulta difícil no asociar a Parker con Bush hijo y su concepto de la “democratización” en Irak.
Mondovino también puede ser leído como una múltiple novela familiar, en la medida en que le presta una particular atención a la relación de padres e hijos en la transmisión de los saberes del oficio, incluso aquellos que no tienen que ver con las vides sino más bien con los usos del poder y la política. Es el caso, por ejemplo, de los Frescobaldi y los Antinori, dos familias estrechamente ligadas al vino y a la vida política italiana –el fascismo mussoliniano incluido– por más de 700 años.
Si en el film de Nossiter el vino funciona como metáfora, de las muchas interpretaciones posibles la más cercana tiene que ver con el cine. Contra la homogeneización del gusto instaurada por la industria audiovisual de Hollywood (no muy lejos de los viñedos-factoría de Napa Valley), Mondovino permite asociar a las viñas artesanales con el cine independiente y de autor, cuya diversidad cultural está cada vez más amenazada por la producción a gran escala, formateada especialmente para el público consumidor por los grandes centros de poder. En este sentido, la cámara al hombro de Nossiter (a veces demasiado sobreactuada) da la impresión de asumir su bando de pertenencia.
8-MONDOVINO
Estados Unidos/Francia, 2004.
Dirección, fotografía y montaje: Jonathan Nossiter.
Estreno de hoy en el Malba y el Cosmos solamente.
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