Jueves, 18 de septiembre de 2014 | Hoy
SUS PAPELES EN LA PANTALLA GRANDE
Desde su debut en Un guapo del 900 (1971), de Lautaro Murúa, China actuó en cincuenta películas. Casi nunca fue protagonista, pero siempre supo ocupar la pantalla con un carisma natural.
Por Luciano Monteagudo
Fue, esencialmente, una gran dama del teatro. El escenario era su hábitat natural. Pero eso no le impidió a China Zorrilla participar en medio centenar de películas argentinas, desde que se radicó en nuestro país, a comienzos de los años ’70. Casi nunca fue protagonista, pero su presencia jamás pasaba inadvertida, por pequeño que fuera el papel. Tanta era su personalidad y su simpatía.
Y además empezó bien, con el pie derecho: sus primeras apariciones fueron en esa clase de películas que dejan huella, junto a renombrados actores y directores locales: Un guapo del 900 (1971), de y con Lautaro Murúa; La maffia (1972), de Leopoldo Torre Nilsson, con Alfredo Alcón; Heroína (1972), de Raúl de la Torre, con Graciela Borges; Las venganzas de Beto Sánchez (1973), de Héctor Olivera, con Pepe Soriano; y La tregua (1973), por supuesto, de Sergio Renán, sobre la novela de su compatriota Mario Benedetti, donde interpretaba a la esposa de Luis Politti.
En la década del ’80, China fue convocada por Adolfo Aristarain para Ultimos días de la víctima (1982); por María Luisa Bemberg para Señora de nadie (1982), como la madre de la protagonista, Luisina Brando; y por Raúl de la Torre para su experimento Pubis angelical (1982), sobre la novela de Manuel Puig. En Darse cuenta (1983), de Alejandro Doria, que veía en la recuperación de un ex combatiente de Malvinas la metáfora de un país que debía recobrarse de la dictadura militar, China no fue sólo actriz (interpretaba a una enfermera que junto al médico Luis Brandoni luchaba por curar al paciente Darío Grandinetti), sino también autora original de la idea de la película, que otro uruguayo, su amigo el dramaturgo Jacobo Langsner, convirtió en un guión.
Y sobre una obra teatral de Langsner se hizo un clásico del grotesco criollo rioplatense, Esperando la carroza (1985), también dirigida por Doria, donde China componía memorablemente a Elvira, la intrigante nuera de Mamá Cora. Ese trabajo le valió el premio a la Mejor actriz en el Festival de La Habana y su primer Cóndor de Plata (a la Mejor actriz secundaria), el premio de la Asociación de Cronistas Cinematográficos de la Argentina, que luego la volvería a galardonar con el Premio a la Trayectoria, en 2002.
Para su compatriota, el guionista y director uruguayo Antonio “Taco” Larreta, fue la protagonista de Nunca estuve en Viena (1989), justo antes de convertirse en la Emma Rieux de La peste (1991), dirigida por Luis Puenzo, sobre la novela de Albert Camus, donde compartió cartel con William Hurt y Sandrine Bonnaire.
Sus protagónicos más recordados, sin embargo, le llegaron cuando ya había pasado la barrera de los 80 años. Con Conversaciones con mamá (2004), de Santiago Carlos Oves, ganó los premios a la mejor actriz en los festivales de Málaga y de Moscú. Y Elsa y Fred (2005), de Marcos Carnevale, fue un popularísimo vehículo de lucimiento para China y su partenaire español Manuel Alexandre, embarcados en una comedia romántica algo más que otoñal (invernal, se diría), que le permitió a la Zorrilla no sólo enloquecer a su amante con sus célebres “morcilleos” (esas cataratas de improvisaciones y palabras dichas a medias, en las que era experta), sino también pasearse a toda velocidad con su autito por Madrid mientras cantaba a voz en cuello “Hoy puede ser un gran día” y darse el gusto de remedar a la Anita Ekberg de La dolce vita, bañándose en la Fontana di Trevi de Roma. Aunque un poco más abrigada, por las dudas.
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