Como todo pequeño mundo, el de los bailarines de tango está atravesado por ideas previas que se instalan como verdades entre quienes no habitan ese mundo. Que son celosos y envidiosos entre sí, que la competencia es feroz. Que el ambiente es machista, las mujeres deben tener personalidad fuerte para abrirse paso. Que todos juntan montañitas de euros con shows en el exterior o clases a extranjeros. Entre la verdad y el prejuicio, el tono de grises es amplio y los bailarines coinciden en un punto: cada uno hace su trabajo lo mejor posible y trata de no meterse con el de los demás. Lo cierto es que en un momento de resurgimiento del género, los bailarines tangueros pasaron a primer plano y se multiplicaron. Algunos, como Mora Godoy, lograron hacer de su nombre una marca, cuidadosamente construida e instalada (desnudo en Playboy incluido). Como jurados o en el dictado de clases, los bailarines más reconocidos también son protagonistas del Campeonato, donde ponen en juego su prestigio aunque no compitan.

“Si conoce a algún bailarín millonario, preséntemelo”, dice Julio Balmaceda, riéndose, y marca una diferencia: “En la primera época del boom del tango, la de Tango argentino, sí se hacía mucha plata afuera. El que era inteligente podía juntarla. Claro que no todos fueron inteligentes”, evalúa. “Es como en todos los ambientes”, sigue, sobre el famoso “ambiente difícil” del tango. “Quizás antes era peor, porque eran pocos los bailarines conocidos, entonces se sacaban los ojos. Eran jodidos entre ellos, pero en su ley. Ahora somos más y hay mucho trabajo. Nadie tiene por qué matarse”, asegura.

Para María Nieves, quien además de ser madrina del Campeonato tendrá a su cargo una clase gratuita el próximo martes y una exhibición junto a Miguel Angel Zotto el sábado 26, la época “brava, brava” fue la suya. “Los hombres terminaban a las piñas. Si, por ejemplo, caía a Atlanta, donde yo me hice, un tipo de Villa Urquiza o de puente Alsina y quería copar la parada, no había que dejarlo. Ahí se armaba”, recuerda. ¿Y las mujeres también eran bravas? “¡Sííí! Nos dábamos, también... Eran otros códigos. No sabe cuánto más tranquilo es todo ahora”, se ríe Nieves, dueña de unas piernas admirables y de un humor que contagia.

A la hora de ejercer como jurados, los bailarines tienen que seguir un reglamento estricto, que indica que en un Tango Salón se debe girar en el sentido de las agujas del reloj, no están permitidos los ganchos ni las figuras fuera del piso, y que en Escenario hay que tener en cuenta vestuario y maquillaje. Pero los jurados coinciden en que el reglamento es sólo una parte. “Hay que tener criterio. Si alguno se le escapa un movimiento prohibido, pero tiene chamuyo, es atorrante, no se lo puede impugnar por eso. Si baila, baila”, sanciona Balmaceda. María Nieves asegura que puede empezar a evaluar desde antes que comience a sonar la música. “Uno empieza a mirar de entrada cómo se paran, cómo colocan los pies, cómo abrazan. Todo es importante, hasta cómo saludan cuando se van”, explica. “El buen bailarín tiene personalidad, además de ritmo”, define Nieves. ¿Entonces no importa tanto la técnica? “Sí importa. Cuando se baila con el bobo, también se está poniendo técnica”, concluye.

Como en todo arte, el perfeccionamiento no termina nunca y puede ser todo lo específico que el bailarín se proponga. Dentro del Campeonato hay seminarios que incluyen asuntos que suenan a cosa seria: “Diferentes posibilidades con la pierna libre de la mujer”, “Interpretación y cambios de dinámicas”, “Colgadas en giros y enrosques”, por ejemplo. Otros, directamente, se presentan ante el desconocedor como sacados de algún manual de básquet: “Marcación corporal”, “Ejercicios simples para el pivot”, “Introducción a las volcadas”, “Colgadas encubiertas” (ver recuadro). Balmaceda, programador de estas clases, aclara que no hay manual posible para aprender a bailar tango. El secreto se devela en cada pista donde ocurre el milagro.