Mar 01.09.2015
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CULTURA › OPINIóN

Fuerza, belleza y claridad poética

› Por Cristina Quiroga

En este triste amanecer de agosto, honramos la vida de Cipe Lincovsky y abrazamos su obra como artista, con agradecimiento y valoración.

Hablar de Cipe en estos momentos me hace sentir la necesidad de escribir muchas páginas sobre su vida, pues nada alcanzaría para expresar el dolor de su ida, pero debo ser breve. Nació el Día de la Primavera, hace 85 años. La vimos siempre con su pelo ensortijado y su voz inconfundible gracias a la fuerza, belleza y claridad poética de sus parlamentos. Con profesionalismo y prestancia invitó a los espectadores de teatro, cine, televisión a sumergirnos en su propio arte. En el teatro Nacional Habima de Israel confesó por qué piensa y por qué respira, cuando, en 1998, le rindió homenaje a Bertolt Brecht. Parada sola en el escenario iluminada con luz propia, confesó ante los espectadores que Brecht es la prolongación de su papá, sus dos cunas en las que aprendió qué es ser artista. Escucharla tomar la voz de Brecht en este teatro nos deja una gran lección de vida y militancia política a todos los ciudadanos y artistas del mundo. Corro mis palabras para abrirle paso a Cipe narrando a Brecht, en la puesta del unipersonal Cipe dice a Brecht: Yo, Bertolt Brecht, nací en tiempos difíciles, pero ustedes que sobrevivirán a la marea en la que nosotros perecimos, recuerden que también el odio contra la bajeza endurece los rasgos, que también la cólera contra la injusticia enronquece la voz. Nosotros, que quisimos preparar el camino para la bondad, no pudimos ser bondadosos, pero ustedes que vivirán en el momento en que el hombre va a ser un amigo del hombre, traten de recordarlos con indulgencia, gracias. Estimados lectores, transcribo la Plegaria a Dios de nuestra querida Cipe, para que al leerla juntos, roguemos por su estadía en el nuevo espacio divino que habita desde hoy: Dios, no te voy a pedir lo que todos te piden porque seguramente de eso no te queda nada. No te voy a pedir la tranquilidad del alma ni la del cuerpo, ni siquiera la fortuna y tampoco la salud, eso te lo piden tantos que seguramente no te queda nada. A mí, dame lo que te sobra, lo que se te rechaza, yo quiero la intranquilidad y la tormenta, la insatisfacción y la pelea y dámelo para siempre, que yo esté segura de tenerlo para siempre, porque no siempre tendré el coraje de pedírtelo de nuevo.

Shalom, Cipe, Shalom...

* Docente, investigadora, crítica teatral. Presidenta de la Asociación Argentina de Investigación y Crítica Teatral.

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