Viernes, 27 de octubre de 2006 | Hoy
PLASTICA
Los retratos de personajes del rock, ¿expresan la plenitud de cada artista?
–El único que está igual es el Flaco. Charly está como una manzanita y, en cambio, Luis Alberto no cambió. Yo, en los ’80, estaba contando mi vida. Esto fue precisamente en el ’84, recién terminada la dictadura, y no me había dado cuenta de la cantidad de sangre que hay en los retratos de la época. Mire (yendo a otro retrato): ésa soy yo con sangre y máscara antigás. Sólo recuerdo con nitidez la pesadilla que fue ubicar cada obra según el año en que la realicé. A veces ni me acuerdo de cuándo, cómo y dónde hice cada una de las cosas.
–La sensualidad de la obra elude en todos los casos el encuentro amoroso...
–A mí me interesa mucho más lo sensual que lo sexual explícito. Para mí, hablando vulgarmente, tiene más ratones una obra como la que hice apoyada en Jean-François Casanovas que un desnudo. A mí me pasa la cabeza por otro lado. A mí no me gusta la pornografía. Hay gente que se recontracopa y se calienta. Pero no es mi mambo.
–Su obra más reciente (los vestidos dorados) hacen ingresar el diseño de vestuario al Museo... ¿Una toma de posición? –Esas son mis mezclas. Todo se relaciona: yo trabajo en teatro, y mientras hago El barbero de Sevilla, me pregunto: ¿qué estoy haciendo vistiendo a estos señores grandes con máscaras de látex y pelucas mientras se preparan para cantar? Me parece todo tan loco y fantástico. Yo no sé cómo se dan las mezclas. El teatro es como estar en el vientre de la ballena, muy preservado; somos como chicos que miran y que asimilan, y aprenden. –Parecen los vestidos de una princesa... –Ni ahí vestidos de princesa, jamás de la realeza. Son muy simples para serlo. El dorado lleva a pensar en el metal, y en lo pesado. Lo lindo es ver lo ligero de la tela y de sus pliegues, ligado a un material muy sólido.
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