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Miércoles, 25 de abril de 2007

Textual

Fui yo quien mató a Lennon, pero no fui su asesino. Aquel invierno se ponía crudo. Yo disparé el revólver. Merodeaba por la calle 72 como tantas otras veces, con las solapas del abrigo rozándome las orejas. Trataba de reunir un poco de valor para acercarme al edificio Dakota. Por casual que resultara, hoy me avergüenza pensar que ese maldito 8 de diciembre un lunático y yo concibiésemos más o menos la misma idea. I am not what I appear to be. Así que caminaba aplastando la escarcha. Nada más. Un paseo nocturno, un autógrafo y listo. Let me take you down. De espaldas al oeste de un Central Park helado me asaltó ese terror que, desde entonces, no he podido dejar de interpretar como un augurio. Un terror más helado que aquel viento, más resbaladizo que la escarcha, más incierto que la guardia que inicié, apostado ya frente a la entrada del Dakota, esperando a John Lennon. El corazón me latía o, por así decirlo, no cesaba de girar sobre su eje bajo la lana negra. El single y el bolígrafo aguardaban dentro del abrigo. De vez en cuando los palpaba e intentaba tranquilizarme con sus formas familiares. En este momento del recuerdo me parece como si lloviznara, pero creo que me equivoco.

* Fragmento de “Cómo maté a John Lennon”, en Alumbramiento (Páginas de Espuma).

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