En la Argentina, usted tiene un segmento de público que se mantiene. ¿Por qué cree que se da esta conexión?

–¡Es que el público no sabe lo que hace! Muchas canciones mías son complejas: juego con conceptos, me contradigo, estoy perpetuamente autocriticándome... Quizás allí está la conexión: una de las características de los argentinos es que sois gente que se automanijea constantemente. Están todo el tiempo criticándose, poniendo todo en cuestión.

–¿Recuerda alguna actuación en la Argentina en forma especial?

–La primera, en un sitio muy pequeño, La Casona del Conde de Palermo. Por entonces me dedicaba a escribir mis canciones y grabarlas, pero no salía de España, tardé mucho tiempo en dar conciertos. Por eso me sorprendió mucho que aquí hubiera gente que conociera lo que yo hacía, y que fuera a escucharme. Y luego, por motivos obvios, recuerdo con gran emoción mi participación en el concierto del 25 de Mayo, en Plaza de Mayo, con tremendos cantantes y compositores como Silvio Rodríguez.

–Y en el resto de sus conciertos, ¿encuentra cosas que todavía lo sorprendan?

–Me sigue sorprendiendo, siempre, no sólo los conciertos sino el proceso todo. ¿Cómo es posible que uno esté escribiendo la canción en su casa, sin saber bien cómo va a acabar eso, y que luego se grabe, y que de repente haya gente que la escuche? ¿Cómo es posible que eso que tú estabas escribiendo, sin la más mínima importancia, termine llegando a tantísima gente? Esa inmediatez de comunicación con un público inmenso ocurre sólo con la canción popular. Una canción es una cosa pequeñita, que uno ve nacer solo en un cuarto. Y luego provoca cosas tan grandes, como que lleguen a decirte: “Has escrito la banda sonora de mi vida”.

–Debe ser un gran piropo.

–¡Seguro! Pero también da miedo... ¡Hay bandas sonoras terribles! Espero que las mías sean más cercanas a una comedia romántica, que a una película de terror.