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Miércoles, 15 de agosto de 2007

La entrañable madre judía

Silvia Finkel, madre de Flor (Florencia Peña), fue la madre judía que no sólo le trajo la repercusión masiva desde el formato de la sitcom adaptada La niñera, sino que le entregó una nominación al Martín Fierro y la coincidencia en que estaba a la altura de la gran Renée Taylor que estaba a cargo del original de The Nanny (con Fran Drescher). Busnelli la consideró, desde el principio, “como un monstruo, una mujer que a pesar de querer y mucho a su hija no podía reprimir el instinto de casarla con un millonario cualquiera, no uno en particular”. Le tocó hundirse en el barro de la cholula, enjoyada de la cabeza a los pies, con todos los vicios más negros de la idishe mame: ni cuidados intensivos ni sobreprotección entre sus virtudes más comentadas, pero sí una obsesión por engordarse a sí misma y engordar a su hija Fran/Flor, casamentera sin distinción de nombre propio, totalmente entregada a su fascinación por los famosos y por una estética kitsch, pero que en ella no incluye desdoblamiento irónico.

Se apoyó en el vestuario para encontrar un perfil propio; creyó, como siempre, en la importancia de las formas para dar con la composición adecuada para Silvia, hizo crecer el mamarracho con una ternura que incluso no se le vio al personaje del original, conmovida por los logros de su hija, a veces superada por su propio aspecto y su soledad. Ese papel ideal, de pelo hiperbatido, silueta rolliza engordada con rellenos y ropas amplias, maquillaje intenso en fucsias, le calzó perfecto para jugar, a pesar del formato estipulado desde los Estados Unidos. “Está todo muy pautado”, asegura Mirta Busnelli. “Eso es parte de la sitcom: coreografía de movimientos, risas pregrabadas y diálogos cronometrados. Poder insertar un estilo, algo propio, en esa maqueta importada, supervisada por los ejecutivos de Sony, fue no poco mérito en su carrera: fue la satisfacción de dar personalidad a la copia, de atribuir humanidad al calco. Si Renée Taylor exacerbaba la voz chillona y la malicia, Busnelli le aportó un sesgo local en cierta contención, más lamento que histeria, y más onda que enchastre.

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