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Martes, 11 de septiembre de 2007

TELEVISION

Nada de delirios

En el imaginario prevalece la idea de que el humor delirante es sinónimo de improvisación. El público cree que hay más divertimento que trabajo. ¿Es así?

P. S.: –No estamos tranquilos si vamos a grabar como venga. Cada tanto nos agarra el cagazo, que hace que uno corra hasta la casa de otro. No planificamos en términos mensuales o anuales. Nos juntamos a pensar ideas y desarrollarlas. A veces las reuniones son de 20 minutos, nos contamos ideas que no nos generan nada, y de pronto nos empezamos a cagar de risa con algo.

D. C.: –Está bueno que la gente piense de esa manera. Los espectadores no nos pertenecen. Uno no hace cosas para que a uno lo sigan como líder espiritual sino para conmover y que cada uno haga su lectura. Yo anoto todo el tiempo ideas y cosas que tal vez no sirven para este programa, pero sí para otro. Hay guiones, pero no los estudio dos días antes sino que los leemos en el momento de la grabación. A lo sumo yo puedo agregarle alguna cosita al guión. En el humor es claro: si algo está mal hecho, no te reís.

P. S.: –No prendemos la cámara y vemos qué onda. Al grabar tenemos claro a qué apuntamos. Incluso, después le agregamos una capa más en la edición.

D. C.: –Si nos ponemos a pelotudear delante de la cámara, nos agarramos a las trompadas y hacemos una bosta. No podemos esperar a que aparezca el duende de la brillantez. Si durante media hora me pongo a bailar y a delirar, no resulta algo gracioso, y la edición se hace imposible.

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