Lunes, 17 de septiembre de 2007 | Hoy
LITERATURA
“Cuando me dijo que era Susan Sontag, al principio no le creí.” Así empieza “La yanqui y el polaco”, uno de los diez cuentos de Ferrocarriles argentinos. Su narrador, un sujeto con tendencia a gandolfizarse, se hechiza a dúo con una chica extranjera mientras esperan junto a un semáforo de Lavalle y 9 de Julio, se pasa con ella veinte horas de ensoñación y se deshechiza, justamente, cuando la dama le dice que es quien es. “Yo no la conocí, aunque sé que se enteró del cuento y que le dio mucha impresión, digamos –contó Gandolfo–. En este caso fue un recurso para hacer una contraposición: cuando aparece el aparato cultural, sonó lo erótico. Casi de inmediato”. Luego, ya fuera de “lo formal” de la presentación, el escritor Gustavo Nielsen contó a Página/12 otra parte de la historia: “Cuando fui a Madrid por primera vez visité la Editorial Alfaguara y Juan Cruz me dijo: ‘Mira, esta noche nos vamos a tomar vino por ahí’. Luego resultó que íbamos a cenar con Susan Sontag, que en ese momento presentaba en España El amante del volcán. Le conté: tengo un amigo que escribió un cuento en el que se encuentra con una mina, se la levanta, salen a pasear, y recién ahí ella le dice que es Susan Sontag. El tipo, entonces, no le da más bola: ‘No, esta mina es una intelectual’. ‘Pues cuéntaselo’, me dijo Cruz. Compré un libro de ella y le pedí que pusiera: ‘Para Gandolfo, por la noche que tuvimos en Buenos Aires’. ‘Soy homosexual’, me dijo. ¡Se enojó muchísimo! Al volver le expliqué a Gandolfo: ‘Mirá, cuando le recordé que había estado con vos, no le gustó nada...’”.
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