Domingo, 4 de noviembre de 2007 | Hoy
El intelectual es un personaje que podría callarse la boca, pero Nicolás Casullo dice que sigue reivindicando ese espacio que el intelectual tuvo en la modernidad. “A pesar de que nadie lo demandara o que sus posiciones fueran dificultosas, que causaran cierta intolerancia, el intelectual aparecía, se jugaba, intervenía”, señala el ensayista, autor de Itinerarios de la modernidad y Pensar entre épocas. “En esta recuperación de la palabra del intelectual comprometido que interviene en la cosa pública, veo dos grandes alarmas –advierte–. Una es la alarma del mercado, que sitúa al intelectual en un casillero y lo llama de manera muy burda como una mercancía más del campo cultural. Se necesita un intelectual que explique lo que es la guerra de Irak, entonces se hace una mesa redonda. Y por otro lado, la academia en su rutina, en su repetición investigativa sin mayor apasionamiento, también debilita la función intelectual.” Frente a tendencias que plantean que el intelectual ha pasado de moda, Casullo admite, como contrapartida, que reivindica una figura casi mítica del intelectual. “Pero lo hago conscientemente, y sigo pensando en un intelectual de corte sartreano que intervenga fuertemente en la esfera pública”, concluye.
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