Jueves, 17 de abril de 2008 | Hoy
MUSICA
“Es una puesta atravesada por la época en la que la obra se estrenó –explica Marcelo Lombardero—. No hay Obelisco ni funyis y eso es posible que decepcione a algunos, pero María de Buenos Aires no tiene que ver con esa ciudad ni con ese tango. Buenos Aires está presente pero en una ciudad reinventada, un poco como el propio texto lo hace. Una fuente de inspiración fue la arquitectura. Los techos, las cariátides, las columnas, remiten a una Buenos Aires real, pero no calcan a ninguna de las existentes. Aquí, María, en realidad, es como una cariátide. El tono general es una especie de mezcla entre Las alas del deseo, la psicodelia del ‘68, una especie de surrealismo porteño y el mundo del tango.” Uno de los problemas de María.... es su falta de acción dramática. Pensada más como un largo poema con intercalaciones musicales que como un oratorio o una ópera, y férreamente estructurada en números cerrados, fue estrenada sin escenificación: apenas había unas proyecciones que, en su momento, fueron sumamente criticadas. El desafío, para Lombardero, fue “encontrar un relato; hacer posible una historia”. Su mundo, dice, “está más cerca del musical”. La escenografía se basa exclusivamente en proyecciones y en la transformación de unas pocas formas siempre presentes en el escenario, que pueden ir desde las ojivas con vitreaux de una iglesia a las arcadas de una recova –o del túnel donde había tenido lugar otro viaje iniciático, el que llegaba al mundo de los ciegos en la obra de Sabato—, a la propia cara de una María con mucho de Hair o de las tapas de los discos de Miles Davis de fines de los ’60 y comienzos de los ’70, o a las cornisas de una ciudad palpitante y oscura. “Lo que le da muchísima unidad a la obra es el trabajo magnífico de Oscar Aráiz”, concluye el director de escena.
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