Màs correo de lectores
Planetas peligrosos
El 5 de mayo a las 18.45 regresaba a casa. El atardecer estaba avanzado y comenzaban a verse estrellas. Reconocí la luminosidad de un planeta al final de la calle. Inmediatamente recordé que mi mujer había señalado una noticia en el suplemento Futuro. Algo así como “5 planetas 5 en una región limitada del cielo y durante la madrugada lluvia de estrellas fugaces”. Me apuré a llegar porque se suponía que Mercurio podía ocultarse. Busqué los binoculares, armé la escalera de madera y subí al techo. Unos molestísimos árboles me tapaban el oeste. Fui de una medianera a la otra pero sólo reconocí a Júpiter que estaba bastante arriba y a Venus metido entre los árboles. El perro del vecino ladraba ante mi presencia. Decidí cambiar a una posición un poco más estratégica y alta. Cambié de lugar la escalera, y me subí a la medianera del fondo. Ahora sí, sin árboles, aparecieron Marte y Saturno. Busqué sin éxito a Mercurio, las casas alejadas no me permitían ver el horizonte y me conformé con lo visto hasta el momento, en pleno centro de Mar del Plata. Me quedé un instante con la mirada perdida hasta que ... una voz gruesa que surgía de las sombras rompió el encanto:
–¡Qué está haciendo ahí! Los dos hombres, que sobresalían con la mitad de sus cuerpos en una terraza vecina pero algo alejada, escucharon la contestación.
–Estoy mirando los planetas.
Respondieron rápidamente:
–Usted, ¡¿Dónde vive?!
Sin terminar de salir de mi asombro y con pocas ganas de abandonar mi trance con el infinito contesté:
–Acá abajo, en esta casa.
–¡¿Por qué no saca las manos de los bolsillos?!
–Y ustedes, ¿quiénes son? –retruqué.
–¡Somos del comando!
Mientras escuchaba e interpretaba esas palabras, empecé a sacar lentamente las manos de los bolsillos. Desde mi estratégica y alta posición divisé a una mujer policía que se acercaba por el terreno del ferrocarril lindero, casa por medio, de mi hogar. La mujer, que evidentemente cubría la retaguardia, al escuchar voces de sus compañeros gritó: “¡¿Se escapó por acá?!”.
Manteniendo mi postura de “hombre mirando al sudeste desde la medianera”, mostrando las manos y con ellas el cielo, y con el riesgo que implicaba si no creían mis palabras, repetí mi discurso pero esta vez con voz pausada.
–Estoy mirando los planetas. Se ven Júpiter, Saturno, Venus y Marte. A Mercurio no lo veo porque me tapan las casas.
Mientras decía esto, salieron al patio los hijos del vecino y aproveché para decirles “¡Ey, che, díganles que vivo acá!”.
Fueron increpados a su vez con un “Y ustedes ¡¿quiénes son?!”. Muertos de risa, porque estaban al tanto de lo que ocurría, respondieron: “¡Eh, ya no se pueden ver ni los planetas! ¡Déjenlo al flaco!”.
Lentamente, los guardianes comenzaron a retirarse. Por las dudas bajé y llegué hasta la vereda. Grande fue mi asombro al ver dos patrullas con sus luces azules girando y muchos curiosos alrededor. Me presenté y mostré los binoculares. Los hijos del vecino se reían. Mi mujer regresó más tarde y junto con la historia le recordé que fue ella quien, conociendo mis gustos, me había indicado la nota del Futuro. Hoy le agradezco enormemente por tener nuevos y entretenidos temas de conversación con el verdulero, el carnicero, los almaceneros de la esquina y los vecinos de al lado. El conocimiento de ellos sobre mis actividades se enriqueció enormemente: saben que soy biólogo y hago cosas en el laboratorio, le agregan unafrecuente presencia en los medios de comunicación debido a mi rol de secretario general del Gremio Docente de la Universidad y en la CTA, y ahora le suman lo del “hombre de los planetas”, quedando una combinación perfecta para hablar casi de cualquier tema.
Me quedan algunos interrogantes: ¿Quién habrá denunciado al tipo que andaba en el techo? ¿Me creerán realmente los vecinos y comerciantes del barrio? Esta curiosidad que en ocasiones permite asombrar a las mujeres, ¿se puede convertir en algo peligroso en la ciudad? ¿Querrán mis hijos seguir acompañándome a mirar el cielo en los campamentos? ¿Cómo habrán estado las estrellas fugaces que esa noche no me atreví a ver?
Pedro Sanllorenti