Infancia...
Por Agustín Biasotti
“Los seres humanos pertenecemos a una especie que necesita cuidar especialmente su cerebro –afirma el doctor Jorge Colombo, director de la Unidad de Neurobiología Aplicada (UNA) del Cemic Conicet y de la Fundación Conectar–. Nuestro cerebro humano jamás hubiera tenido la oportunidad de alcanzar el grado de sofisticación actual si no existiera un período posterior al nacimiento (o posnatal) de cuidado de los niños.”
Los primeros años de vida, aquellos en los cuales además de desarrollar nuestros cuerpos aprendemos a interactuar con el entorno social, son sin duda uno de los períodos más amenazados por el agravamiento de las condiciones sociales que atraviesa la Argentina. Debajo de la línea de pobreza, en ese vastísimo espacio social en el que cada vez cabe un mayor número de familias argentinas, se gestan las condiciones de las que se nutre el círculo vicioso de la pobreza.
“Durante los primeros años de vida, la presencia de ciertos factores ambientales y familiares vinculados con la condición de ser pobre puede dar lugar al deterioro de la capacidad de procesar del cerebro –sentencia el doctor Colombo–. Si bien éste es un órgano que posee un alto grado de plasticidad, los daños de origen social no siempre pueden ser corregidos o revertidos.” ¿Cuál es el resultado de estos daños?
“Un chico con menos de 80 puntos de coeficiente intelectual (la media oscila entre 90 y 110 puntos) tiene un riesgo mayor de fracaso académico, ya que presenta déficit cognitivos relacionados con su capacidad de resolver problemas, desarrollar y ejecutar planes, y obedecer reglas sociales –agrega el licenciado Sebastián Lipina, también investigador de la UNA–. La sumatoria de todos estos déficit elevan las probabilidades de que fracase en su posterior inserción social y laboral.”
Al obstaculizar el desarrollo mental de los chicos, la pobreza se traduce a futuro en una mayor marginación social; dicho en otras palabras, la pobreza es en uno de sus múltiples y complejos aspectos una fábrica de más pobreza. Romper ese círculo vicioso no es fácil, pero tampoco imposible. Conscientes de ello, Colombo y Lipina se encuentran actualmente al frente del Programa de Intervención Escolar (PIE), una iniciativa que tiene como meta estimular el desarrollo mental de chicos pertenecientes a hogares con necesidades básicas insatisfechas.
A diferencia de muchas otras iniciativas (igualmente meritorias), el proyecto PIE está poniendo en práctica un puñado de herramientas para la estimulación y el desarrollo cognitivo infantil que poseen un sólido sustrato científico. Es más, comenta el licenciado Lipina, “el proyecto contempla una evaluación de los resultados de esta experiencia. Partimos del concepto de que es necesario tomar en cuenta los múltiples aspectos que repercuten sobre el desarrollo infantil en forma de módulos, de manera de poder evaluar en cada uno de ellos cuál es el efecto que tienen nuestras intervenciones”.
El peor de los mundos posible
El proyecto PIE es en gran medida la continuación lógica de años de trabajo de investigación sobre cómo influyen los factores asociados a la pobreza en el desarrollo mental de los chicos, desarrollo que involucra tanto aspectos cognitivos, emocionales, ambientales y de rendimiento académico. Sin embargo, no es muy arriesgada la hipótesis de que uno delos disparadores principales de esta iniciativa han sido los resultados de un estudio previo en el que los investigadores de la UNA evaluaron el coeficiente intelectual de 700 chicos menores de cinco años con necesidades básicas insatisfechas de la ciudad de Buenos Aires.
Y es que los resultados fueron, como suele decirse, sencillamente alarmantes: el 40% de los chicos provenientes de hogares con necesidades básicas insatisfechas que participaron del estudio demostró un coeficiente intelectual menor a 80 (recordemos que el promedio se encuentra entre 90 y 110). En chicos de la misma edad, pero esta vez provenientes de hogares con necesidades básicas satisfechas, el porcentaje por debajo de 80 puntos fue cero.
“Hemos visto una postergación en la maduración de las capacidades cognitivas de los chicos menores de cinco años con necesidades básicas insatisfechas, a veces en límites muy preocupantes”, sintetizó el doctor Colombo. El licenciado Lipina fue un poco más específico: “Nuestros resultados confirman los estudios previos que establecen que la pertenencia a hogares pobres se asocia con una alteración del desempeño cognitivo general. Los déficit observados en los procesos ejecutivos de planificación y control inhibitorio implican una diferencia entre niños de diferentes estatus sociales en cuanto a su capacidad de resolver problemas, desarrollar y ejecutar planes”.
¿Cómo es que la pobreza se traduce en un retraso en la maduración de las capacidades cognitivas de los chicos? Aquí el doctor Colombo hace una distinción básica entre dos etapas o estadios: la prenatal y la posnatal. “El primero es un estadio de organización y estructuración del cerebro -explica este investigador–. Es un período muy lábil, las alteraciones que puedan llegar a producirse son las de más difícil recuperación porque es en este momento en que se produce la organización de los componentes del cerebro.”
En lo que hace al período prenatal, por ejemplo, “la pobreza está asociada al embarazo adolescente, que muchas veces se traduce en un menor cuidado médico del proceso gestacional, y a mayores dificultades para acceder al control sanitario del embarazo –comenta Lipina–. Es bastante frecuente que estas mujeres recién accedan a un primer control médico cuando ya están cursando el segundo o tercer trimestre del embarazo, mientras que el período crítico de organización del cerebro ocurre durante el primer trimestre”.
Los factores tóxicos constituyen otro capítulo muy importante de los factores que inciden negativamente sobre el desarrollo del cerebro durante el embarazo. “Aquí no sólo hay que mencionar el consumo de alcohol o de tabaco, sino también los factores tóxicos industriales (presentes en el agua o en el aire) que muchas veces se encuentran asociados a los asentamientos con problemas de recursos –señala Colombo–. Las lesiones orgánicas que se producen en estos casos son de origen social, ya que tienen que ver con aspectos políticos y sociales que condicionan la vida en estos asentamientos.”
Por último, agrega Lipina, “generalmente se asocia el efecto deletéreo sobre el desarrollo mental a la nutrición que por supuesto es uno de los componentes centrales, ya que durante su desarrollo el cerebro requiere nutrientes para organizar y estabilizar sus circuitos ante los requerimientos del comportamiento y de los sistemas fisiológicos. En este sentido, el bajo peso al nacer (resultado de la desnutrición intrauterina) es un gran factor de riesgo para el desarrollo cognitivo del bebé”.
Un entorno poco amigable
“Durante el estadio posnatal el cerebro atraviesa varias fases; continúa con su desarrollo pero caracterizado por procesos que tienen que ver más con la conexión y la comunicación entre distintas células y regiones del cerebro –cuenta el doctor Colombo–. El impacto de las condicionesexternas va a tener distintos efectos según sea el momento en que inciden sobre este desarrollo. En cuanto a los factores que pueden obstaculizarlo, siguen los ya mencionados y se suman aquellos que tienen que ver con la relación del chico con un ambiente que es menos protegido que el útero materno.”
Por menos protegido, explica Colombo, “me refiero a las mismas variables del asentamiento precario sumadas a las de dentro del hogar: hacinamiento, falta de salubridad, violencia doméstica, etcétera. Todos estos factores tienen un impacto sobre la construcción de una personalidad y de un comportamiento en el niño”. Según Lipina, “otro aspecto fundamental es el grado de estimulación que recibe el chico dentro del hogar, el cual se ha demostrado que está asociado al nivel educativo y al coeficiente intelectual maternos”.
El desarrollo mental de los chicos pobres también se ve amenazado por factores sociales con los que se encuentran en contacto permanentemente. “Las características de los vecindarios pobres son de tal naturaleza que es muy difícil encontrar allí modelos sociales adecuados (entendiendo por ello conductas adaptadas y prosociales), buenos recursos educativos y redes sociales suficientes”, enumera.
“Hay que pensar en un círculo vicioso de la pobreza que es absolutamente nefasto: si hay bajo rendimiento cognitivo durante los primeros años de vida producto de pertenecer a un hogar pobre lo más probable es que haya luego fracaso académico y deserción escolar –afirma Lipina–. Esto inmediatamente se asocia con un fracaso en la inserción social posterior del individuo adulto, condicionándolo a optar por empleos de menor calidad.”
Según Colombo, las condiciones mencionadas que se asocian a la pobreza “están generando una población que luego llega a la vida adulta con déficit cognitivos que no se han corregido y que se manifiestan a través de dificultades en el acceso a los distintos niveles de educación, pero también en problemas de comportamiento dentro de la comunidad o en problemas en el comportamiento familiar”.
¿Es posible revertir los déficit cognitivos causados por factores asociados a la pobreza durante los primeros años de vida? “El cerebro es un órgano particularmente plástico, en el sentido de la posibilidad de revertir algunas posibles alteraciones –responde–. Pero esto siempre dependerá de la duración y de la intensidad del daño al que fue sometido, por lo que las acciones que tendrán más posibilidades son las que se efectúan más temprano en términos de desarrollo y durante un tiempo más prolongado.”
Un programa integral
Para paliar los efectos de la pobreza sobre el desarrollo mental infantil, la propuesta de los investigadores de la UNA (Colombo, Lipina, María Inés Martelli y Beatriz Vuelta) es el Programa de Intervención Escolar (PIE) que involucra desde febrero y por espacio de dos años a aproximadamente 240 chicos, de entre tres y cinco años, que cursan el jardín de infantes en escuelas de La Boca y Barracas, donde la mayoría de los concurrentes pertenecen a hogares con necesidades básicas insatisfechas. El programa cuenta con el apoyo de la Fundación Conectar, Unicef Argentina, Fundación Bunge y Born, Cruz Roja Filial Vicente López y la Secretaría de Educación del Gobierno de la Ciudad de Buenos Aires.
“Este programa se basa fundamentalmente en generar intervenciones directas e indirectas, divididas en diferentes módulos que contemplan las dimensiones que impactan sobre el desarrollo del chico”, explica el licenciado Lipina. El primer módulo consiste en ofrecerles a los chicos semanalmente pruebas de dificultad creciente que permiten ejercitar yestimular distintos mecanismos cognitivos, de control inhibitorio, de memoria a corto plazo y de planificación.
“En otro módulo, los chicos participan con sus papás de talleres de juego en los que se evalúan aspectos emocionales del vínculo que se ponen en juego a través de una dinámica lúdica: ¿qué actitud activa o pasiva tiene el papá?, ¿tiene alguna dificultad para conectarse con su hijo?, ¿qué tipo de propuesta le hace?, etcétera. Lo que se fomenta es que, independientemente de sus recursos, el papá entienda que lo más importante es una conexión emocional de juego con su hijo, y se promueve además la capacidad del papá de estimular en su hijo la verbalización de lo que le pasa.”
Dos de los módulos de acciones indirectas apuntan a quienes están a cargo de los ambientes de crianza y desarrollo de los chicos: los docentes y, nuevamente, los padres. “Con los docentes vamos a efectuar talleres de capacitación para aprovechar la currícula y orientarla de modo tal de poder estimular los componentes cognitivos que estamos trabajando con los chicos –cuenta Lipina–. Además, vamos a trabajar sobre aspectos socioemocionales que preocupan a los docentes y que tienen que ver con fenómenos emocionales que alteran la conducta, para aportarles estrategias que les ayuden a resolver estas situaciones.”
En cuanto a los padres, el PIE también les ofrece un taller de capacitación donde “se trabajan específicamente los aspectos socioemocionales relacionados con el funcionamiento ejecutivo. Es decir, les damos herramientas y elementos que les permiten en su hogar estimular la esfera cognitiva y socioemocional de sus hijos. Uno de los temas sobre los que nos consultan permanentemente es sobre la dificultad que tiene para poner límites; la idea es que puedan fomentar la expresión verbal de las emociones y pongan límites en función de una estrategia de crianza y no de una estrategia violenta”.
Por último, el programa contiene un módulo sanitario en el que un médico pediatra y un psicólogo reciben consultas espontáneas de los padres y los orientan en relación a problemáticas médicas, psicológicas o sociales. Este módulo descansa en una red hospitalaria para las derivaciones que sean necesarias (red conformada por el Hospital Argerich y sus dos centros asociados, el 9 y el 15, y la Casa Cuna), y en las defensorías de menores y los centros de la Dirección de la Mujer del Gobierno de la Ciudad de Buenos Aires, donde los padres pueden obtener asesoría jurídica, psicológica y asistencia social.
Reglas de juego
A principios del año que viene, los investigadores de la UNA contarán con los resultados preliminares del PIE y en el 2004 conocerán a ciencia cierta cuán efectivas han sido las intervenciones realizadas sobre los chicos que participan del programa. Aunque Colombo y Lipina creen que los efectos beneficiosos de dicho programa no se harán desear, son conscientes de que la experiencia es tan sólo eso; para cambios más profundos se necesita algo más que un programa que trabaje sobre 240 chicos.
“Por más que se den las condiciones óptimas en un hogar o en una comunidad, si las reglas de juego que pone el Estado no son las óptimas y, por ejemplo, los niños están expuestos a desechos tóxicos industriales o los altos niveles de desocupación generan una alta carga de agresión en la sociedad, se complica el cuidado posnatal de los individuos durante sus primeros años de vida y el cuidado de sus cerebros en desarrollo -sostiene el doctor Colombo–. Es por eso que el Estado no puede desentenderse de generar las condiciones básicas para que estos cuidados puedan producirse.”