futuro

Sábado, 13 de abril de 2002

La gripe viene marchando

Por Agustín Biasotti

No sólo el frío da cuenta de la llegada del invierno. Para eso también está la gripe, enfermedad también conocida como “influenza” debido a que en 1510 el papa Benedicto XIV atribuyó una epidemia que por aquel entonces asoló Italia a una indeseable “influencia de las estrellas”. Leyendas aparte, su voraz llegada –que coincide con la caída del mercurio en los termómetros y que no pocas veces da lugar a terribles epidemias– es conocida desde 1173.
Pero si de epidemias de influenza se trata, la más recordada es sin lugar a dudas aquella apodada “gripe española” que se desató en 1918, mientras buena parte del mundo occidental se batía en la Primera Guerra Mundial. Y no es para menos: en tan sólo un año esta epidemia de gripe afectó a una quinta parte de la población mundial, dejando a su paso entre 20 y 40 millones de personas muertas, más que la propia guerra.
Y aunque hace unos cuantos años que no se registra una epidemia de gripe de tales magnitudes, no vayamos tampoco a creernos que el virus de la influenza ha perdido sus mañas. Se estima que en cada nueva temporada invernal entre un 5 y un 20% de la población mundial cae en las garras de este sagaz microorganismo miembro de la familia Orthomixoviridae aislado por primera vez en 1933. Por eso, deben recurrir a la vacuna quienes se encuentran en los llamados grupos de riesgo que se definen por las siguientes características: tener más de 64 años, estar en el tercer mes del embarazo durante la temporada de gripe, haber tomado aspirinas por tiempo prolongado, sufrir una afección que debilite las defensas del organismo (SIDA o cáncer, por ejemplo) o alguno de los siguientes trastornos: afecciones cardíacas o renales crónicas, diabetes, asma u otra afección respiratoria.
Antes de adentrarnos en las complejas razones que hacen del virus de la influenza un huésped sumamente indeseable, veamos cuáles son sus síntomas, sus modos de contagio y otras cuestiones que caracterizan su periódica visita invernal.

Peligro: altamente contagioso
La gripe, se sabe sobradamente, es una afección altamente contagiosa. Desde el día previo a la aparición de sus síntomas –la gripe se incuba de dos a cinco días– y durante los siguientes siete días, la persona que ha contraído la infección la transmite fácilmente a través de las microscópicas gotitas de saliva pulverizadas al hablar, toser o estornudar. De ahí que las aglomeraciones de gente en lugares cerrados colaboran con la transmisión de este virus que penetra en el organismo a través de las vías respiratorias.
Una vez dentro del organismo, las partículas virales se depositan en el epitelio respiratorio, donde son barridas por las cilias de las membranas mucosas; sin embargo, muchas veces estas pequeñas partículas escapan al mecanismo de defensa y logran llegar al tejido alveolar (los pequeños conductos del interior del pulmón). Las víctimas preferidas del virus influenza son las células epiteliales a las que se adhieren mediante una suerte de lanzas de una proteína (hemaglutinina), para luego invadirlas y utilizarlas como factoría de una nueva camada de virus que se lanzan a la conquista de otras células.
Y entonces, de repente y sin preaviso, aparecen los síntomas: fiebre, dolor de cabeza, cansancio a veces extremo, tos seca, dolor de garganta, congestión nasal y dolor corporal. Estos síntomas pueden (y suelen) ser fácilmente confundidos con otras afecciones del tracto respiratorio también frecuentes durante los meses de frío, como por ejemplo el común y corriente resfrío.
¿Cómo actuar ante la gripe? Aunque existen medicamentos antivirales para combatirla (la Administración de Alimentos y Medicamentos, la FDA, de los Estados Unidos reconoce cuatro drogas: amantadina, rimantadina, zabamivir y oseltamivir), existe un puñado de medidas higiénico-dietéticas que ayudan al organismo a salir mejor parado de la infección: hacer reposo, tomar mucho líquido y evitar las bebidas alcohólicas y el tabaco. No automedicarse también podría ser incluida en la lista. Más aún cuando muchos argentinos echamos mano ciegamente a los antibióticos ante cualquier malestar; aquí vale aclarar que los antibióticos que son efectivos ante las bacterias no sirven de nada ante la gripe que es un virus. Por otro lado, la aspirina, a la cual se suele recurrir ante el primer estornudo, debe ser evitada en los chicos porque está demostrado que en los más pequeños la combinación gripe y aspirina puede dar lugar a una peligrosa afección llamada síndrome de Reye, muchas veces letal. Por último, algo que ninguna nota de salud puede obviar es que, siempre y cuando uno no pertenezca a los grupos de riesgo, y si no está dispuesto a pasar una temporada en la cama, siempre es mejor prevenir que curar. Hablemos entonces de vacunas, algo que merece un subtítulo propio.

Una vacuna dinamica
Las vacunas contra la gripe contienen virus influenza muertos o atenuados. Una vez dentro del organismo humano, estos colaboran con el sistema inmunológico en la creación de anticuerpos contra el virus en su estado salvaje, en un proceso que se estima requiere de 10 a 14 días. Es por eso que, en el hemisferio sur, se recomienda que aquellos que opten por vacunarse contra la gripe lo hagan en marzo y en abril, de modo tal de estar preparados para la embestida que generalmente se desata en mayo.
Pero hay un problema: el virus de la gripe es bastante inquieto, tiene la mala costumbre de cambiar año a año, dejando sin efecto las vacunas elaboradas en temporadas anteriores. Esta es la razón por la cual las personas que se vacunen este año deberán hacerlo el que viene, si quieren volver a estar protegidos: quienes contraigan la infección este año pueden volver a infectarse en inviernos subsiguientes.
En ambos casos, los anticuerpos que con tanto esmero ha generado nuestro organismo para defendernos de este virus ya conocido desconocerán al virus que venga ataviado con genes modelo 2003.
Uno puede suponer entonces que la elaboración de vacunas contra la gripe es una tarea de nunca acabar. Así es: existe una red de vigilancia internacional administrada por la Organización Mundial de la Salud (OMS) que a través de 110 laboratorios monitorea constantemente las cepas de virus influenza que circulan por las diferentes regiones del planeta (por la Argentina participan el ANLIS, el Instituto de Virología de Córdoba y el Instituto Nacional de Epidemiología de Mar del Plata), para finalmente recomendar cuál es la óptima combinación de antígenos que ha de conjugar la vacuna el año próximo para alcanzar el mayor índice de protección posible.
Aun así, el virus influenza es terriblemente escurridizo a las redes que le tiende la medicina. De ahí que sea realmente imposible predecir cuál es la combinación de genes con que aparecerá vestido cada nueva temporada invernal; por eso debe considerarse como un índice muy alto que la vacuna normalmente tenga una eficacia que oscile entre el 70 y el 90% de los casos. De la misma forma, tampoco puede predecirse cuán virulenta será cada nueva cepa de influenza y qué posibilidades hay de que se desate una pandemia como la de 1918.Pero antes de continuar con las causas que hacen del virus de la gripe un personaje impredecible, un detalle para nada menor. Como todo sustancia ajena al organismo, la vacuna contra la gripe es capaz de despertar reacciones alérgicas y de causar efectos secundarios en ciertas personas.
Por eso, este producto está contraindicado para quienes son alérgicos al huevo, para los menores de seis meses y para aquellos que están atravesando cuadros febriles.

Genes a la deriva
¿Cómo hace el virus de la gripe para reinventarse constantemente, burlando así al sistema inmunológico del ser humano a las organizaciones sanitarias internacionales y, como veremos más abajo, a las barreras biológicas entre diferentes especies? Para comprenderlo, comencemos haciendo una distinción básica. Existen tres tipos de virus influenza: el A, el B y el C. A este último lo vamos a dejar de lado, ya que sólo causa infecciones respiratorias leves incapaces de alcanzar, en términos poblacionales, proporciones epidémicas; tanto es así que la vacuna contra la gripe no brinda protección contra el Tipo C.
Ahora, las diferencias entre los Tipos A y B merecen especial detalle.
Digamos primero que el Tipo B no posee subtipos, mientras que el Tipo A posee una aterradoramente inmensa variedad de subtipos determinada por la variación de dos proteínas o antígenos que se hallan en la superficie del virus: la hemaglutinina (H) y la neuraminidasa (N). Si bien el ser humano suele verse afectado por dos combinaciones de estos antígenos (la H1N1 y la H3N2), en las aves salvajes –el principal reservorio del Tipo A también presente en cerdos, patos, ballenas o caballos– existen quince formas de hemaglutinina y nueve de neuraminidasa.
Ahora que conocemos a los protagonistas del show genético de la mutación (los Tipos A y B, los antígenos H y N) veamos los dos caminos por los cuales puede producirse este fenómeno. El más leve y sencillo es aquel que los biólogos llaman deriva o flotación antigénica (antigenic drift, según su denominación en inglés) y que se produce gradualmente como respuesta a las defensas del sistema inmunológico que han aprendido a reconocer una determinada conformación antigénica, dando lugar cada dos o tres años a una nueva cepa de virus influenza Tipo A o Tipo B.
El otro camino, el cambio antigénico (antigenic shift), es exclusivo del Tipo A, y es aquel que da lugar a un nuevo subtipo. Este cambio ocurre en forma abrupta y radical, a partir del intercambio de antígenos entre un subtipo que afecta al ser humano y un subtipo animal. Se estima que aproximadamente cada diez años un antígeno H o N de un subtipo animal de virus influenza Tipo A salta la barrera entre especies y se incorpora a un subtipo humano.
Cada uno de estos saltos deja al sistema inmunológico inerme frente a un nuevo virus de la gripe del que no puede defenderse. En estos casos, el peligro de la epidemia o la pandemia está ahí nomás, al alcance de la mano.

Explicando
una tragedia
Algo de esto último es lo que los científicos creen que sucedió en 1918 con la “gripe española”, pandemia que en realidad se propagó desde China. El apodo se debe a que, por aquel entonces, mientras la mayoría de los diarios europeos no incluía ninguna noticia sobre la epidemia para no sumar una nueva preocupación entre las tropas que combatían en la Primera Guerra Mundial, los diarios de España, país que no había tomado parte en el conflicto, eran los únicos que llenaban sus páginas con la triste estadísticas de la influenza.Hoy se estima que aquella virulenta cepa del virus de la gripe segó la vida de entre 20 y 40 millones de personas, la mitad de ellos hombres sanos y jóvenes. ¿Por qué tal voracidad? El año pasado, un grupo de investigadores de la Universidad Nacional de Australia en Camberra parece haber resuelto el enigma. Tras examinar la estructura genética de muestras del virus recuperadas en las biopsias de dos soldados norteamericanos fallecidos en 1918 y de una tercera víctima hallada congelada en las frías tierras de Alaska, los investigadores australianos se llevaron una sorpresa.
En vez de encontrar rastros de material genético de subtipos de influenza propios de las aves –recordemos que estas son el principal reservorio del virus y que normalmente se cree son los intercambios antigénicos entre los subtipos de las aves y los de los humanos los que crean virus letales– en las células infectadas por la “gripe española”, los investigadores liderados por el virólogo Mark Gibbs hallaron un fragmento de un gen perteneciente a una cepa de influenza que afecta a los cerdos.
Según el estudio de esta cepa publicado en la revista Science, sería la integración de la cepa viral porcina de la influenza con una cepa de influenza humana Tipo A la que le habría permitido al virus de la “gripe española” resultante evadir las defensas del organismo y, por ello, ser el protagonista una de las pandemias más letales del siglo XX.

Los pollos de Hong Kong
Así como toda película taquillera tiene sus secuelas, el recuerdo de una pandemia mundial como la “gripe española” también fue revivido en las décadas siguientes por las llamadas “gripe asiática” (1957-1958) y “gripe de Hong Kong” (1968-1969). Pero las segundas partes nunca suelen estar a la altura de la obra original: las cepas virales que protagonizaron estas
epidemias no lograron pisarle los talones a la “gripe española” que tan sólo en Estados Unidos mató a 500.000 personas; apenas lograron (en conjunto) apagar la vida de unos 104.000 norteamericanos.
Sin embargo, los expertos de la OMS que monitorean constantemente las cepas de influenza que circulan por el mundo saben que en cualquier momento puede repetirse la tragedia. En 1997 hicieron sonar la alarma cuando 18 personas debieron ser hospitalizadas en Hong Kong víctimas de una infección protagonizada por un nuevo subtipo de virus que hasta el momento sólo había sido aislado en aves (Influenza A H5N1). A los pocos días, seis de las personas infectadas murieron. El brote –hoy conocido como “gripe aviana”– pudo ser controlado gracias a dos factores: el nuevo virus resultó no transmitirse fácilmente de persona a persona y las autoridades de Hong Kong ordenaron la matanza de todos los pollos de la región. Nada menos que 200.000.
Desde mediados de febrero de este año, está prohibida la venta de perdices vivas en los congestionados mercados de Hong Kong, luego de que resultase imposible de hacer cumplir otra medida anterior que prohibía la venta de perdices y de pollos vivos por separado. ¿Por qué tanto intentar introducir prolijidad en un mercado caracterizado por la heterogeneidad de la oferta? Estudios de biología molecular realizados con posterioridad al brote de “gripe aviana” de 1997 revelaron que el virus en cuestión contenía genes provenientes de un virus de influenza que afecta a los gansos y de virus de influenza de perdices que se habrían fusionado en los pollos.
Hoy los mercados de animales vivos del sureste de Asia constituyen quizá la principal preocupación de las autoridades sanitarias que monitorean los cambios que experimenta el virus de la gripe, y que temen ver salir de estos formidables caldos de cultivo a un nuevo sucesor de la “gripeespañola” que finalmente pueda calzarse sus pantalones y salga de gira por los caminos del globo.

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