La dura convivencia en el invierno polar
Por Ricardo Capdevila*
Aislado en el sentido literal de la palabra, sin medio de comunicación alguno con el mundo de más al norte, en el clima más riguroso del planeta, con precaria e improvisada vestimenta polar, acompañado por cinco hombres que hablaban un idioma distinto y desconocido para un joven marino argentino, las dificultades en la convivencia no habían de hacerse esperar. José María Sobral había aprendido inglés en los cursos de la Escuela Naval, y ése era el único puente de comunicación con sus compañeros en la aventura polar. El doctor Nordenskjöld, Bodman y Ekelof iniciaban el diálogo en este idioma, pero luego, en la misma rutina de la conversación, volvían al idioma nativo y dejaban a nuestro marino en ayunas de la mayor parte de las conversaciones. La inteligencia y fuerza de voluntad de Sobral, sumadas a su reconocida capacidad, le permitieron –al término de la primera invernada– hablar y leer el sueco en forma corriente, lo que se tradujo en mejores condiciones para la convivencia en el segundo y duro invierno que debieron soportar en el lugar a raíz del naufragio del “Antarctic”, que no los pudo rescatar a tiempo. Además, como él mismo lo registra en sus memorias, al conocer mínimamente el idioma sueco pudo acceder en ese segundo año a la literatura nórdica que formaba parte del equipaje de sus compañeros.
Cuenta Sobral en su diario de viaje (y no lo menciona en su obra Dos años entre los hielos), que las dificultades de convivencia no pasaban sólo por el idioma sino que existían distintos enfrentamientos dada la personalidad de cada individuo. Mientras que el joven cocinero Åkerlund era amable y servicial, el marinero Jonassen tenía actitudes agresivas que le molestaban, especialmente en el maltrato a los perros polares, a los que no les mezquinaba castigos brutales e injustificados, quizá como cable a tierra de otros problemas o de su propia y rústica personalidad. Esta conducta de Jonassen tuvo picos de crisis que lo llevaron incluso a desafiarlo a pelear a golpes de puño.
El peso de la conducción de un grupo de invernada en aquellos tiempos y con los escasos recursos disponibles, sin un entrenamiento previo de convivencia como los que se practican actualmente, sumaron a las diferencias entre pares y a la relación de éstos con el jefe de grupo. Así, Sobral relata en sus apuntes los problemas con el doctor Nordenskjöld. Las diferencias surgían especialmente con motivo de la composición de los grupos de exploración, en los que José María Sobral, según el compromiso adquirido antes de la partida, no debía estar excluido. Para estas travesías, el equipo de exploración estaba siempre compuesto por el jefe Nordenskjöld y Jonassen, mientras que Sobral participaba en las salidas que el jefe consideraba más significativas, como la expedición de 600 km realizada a pie hacia el sur, en octubre y noviembre de 1902, y que llegó hasta las proximidades del Círculo Polar Antártico.
Bueno es señalar que, pese a estas diferencias, que tienen otra dimensión en aquellas latitudes, el saldo final fue muy positivo, en grado tal que al término de la expedición Sobral cambió el rumbo de su vida al dejar la marina, para trasladarse a Suecia y cursar –con el padrinazgo de quien fuera jefe de la expedición– la carrera de geología, ciencia a la que dedicó el resto de su vida, en Suecia y en la Argentina.
* Historiador y jefe del Departamento Museo e Historia del Instituto Antártico Argentino.