RAMOS GENERALES
La ministra que llora
La ministra de Asuntos de la Mujer de Afganistán, Simi Samara, no tiene oficina, presupuesto ni equipo de trabajo. No puede costear su cuenta telefónica y está empezando a molestarse de las protestas occidentales en apoyo a las mujeres oprimidas en Afganistán. “Todos me dicen que están conmigo, pero me gustaría preguntarles: ‘¿Cómo?’. Cómo podría siquiera soñar con cambiar la situación sin dinero. Hay tanto para hacer, y ni siquiera tengo dinero para un curso de literatura.” Cuando la administración interina afgana se instaló, Samar, de 45 años, estaba tan sobrepasada por los relatos del sufrimiento de las mujeres bajo el régimen talibán que pasó los primeros días de su gestión llorando. Samar tiene las maneras directas de una activista experimentada. Médica, supervisó a las organizaciones de salud de la mujer cercanas a la ciudad paquistaní de Quetta, donde vivió desde su exilio en 1984, y también implementó programas de entrenamiento médico dentro de Afganistán.
En un nivel práctico, Samar comienza desde cero. Como primera ministra de Asuntos de la Mujer afgana, no heredó edificio ni equipo de trabajo. A pesar de que gracias al persistente lobby consiguió su espacio en el Ministerio de Bienestar Social la semana pasada, los burócratas se han resistido a darle espacio físico, por lo que está trabajando desde el living de una casa alquilada. Dice que apenas puede pagar los 800 dólares de alquiler mensual. “Me la paso diciendo a la gente de Estados Unidos y Canadá que tengo problemas mucho mayores que los otros ministerios. Todos los demás ministros al menos tienen un edificio en ruinas. Yo no tengo nada.” A pesar de sus frustraciones, Samar ha delineado un plan de acción para los próximos cinco meses de la administración interina. Quiere usar sus nuevos poderes para hacer lobby en favor de una legislación, incluyendo una nueva constitución que acerque la igualdad para las mujeres. “El hecho de que los talibanes se hayan ido no significa que la situación se haya resuelto. Todavía tenemos que realizar un montón de cambios sociales. No me canso de decir que la situación de las mujeres no es producto de los talibanes sino de 23 años de guerra. Los talibanes eran extremistas. Alcanzaron el pico máximo de violaciones a los derechos humanos tras todos estos años de guerra, pero estas violaciones todavía están cerca nuestro.”
Fragmento de Dinero, no compasión, es lo que necesitan las afganas,
que la periodista Suzanne
Goldenberg realizó para el periódico inglés The Guardian.