Viernes, 28 de agosto de 2015 | Hoy
DANZA
En Preciosura, el cuerpo de la niña-mujer es el que denuncia el maltrato padecido en la infancia, en clave de danza-teatro.
Por Carolina Selicki Acevedo
El piso está cubierto de hojas, varias, cientos de hojas secas. Apenas una luz tenue y ella, debajo de la mesa, la recorre, se recorre y algunos sonidos comienzan a salir de su boca. Aparentes significantes solamente. Sin embargo, de a poco, revelará su verdad. Cual glosolalia, la mujer da lugar a la niña, y su dolor se hace cuerpo y acontece el redescubrimiento. Ante nuestros ojos ella se balancea torpemente, de a poco reconoce sus partes hasta llegar a los dedos de los pies. Y lo que parece cotidiano de pronto se extraña. Porque esos dedos algunas vez fueron soporte de los primeros pasos o sensibilidades. Inocencia, curiosidad, exploración propia que da lugar a la ajena. Y luego, el momento de poder diferenciar cuál es el límite entre ambas. Pero en esta escena los tiempos se confunden. La información es dosificada, tal vez porque no sería soportable de otro modo. Vendrán el pudor, la angustia, el desconcierto por la violencia padecida, y es entonces que su cuerpo expone las huellas pero también la rabia y las animalidades se confunden.
En Preciosura, unipersonal de danza-teatro con idea y dirección de Pía Rillo e interpretación de Agostina Maldiño, “el eje argumental está puesto en narrar desde el movimiento las múltiples etapas que atraviesa un cuerpo que es sometido a un acto de violencia, y en las posibilidades de resistencia y lucha que encuentra”, explican. Asimismo, se intenta no caer en lugares comunes y utilizar el teatro y la danza para “abrir caminos desde la metáfora y los múltiples sentidos para una comprensión más profunda”, agregan. La música de Solana Biderman y Aldana Bello refuerza por momentos la expresividad de cada gesto llevado al límite por la bailarina y nos sumergen en la denuncia, ya no anclada en el pasado sino en un presente de reconstrucción.
¿Cuánto queda de esa niña en potencial? ¿Cómo seguir? Y la peor certidumbre: la de no ser la única que lo haya padecido. Querer rescatar de la memoria la esencia pero con la imposibilidad de poder contar, del cuerpo como reservorio, partes que no desean que conformen un todo. Al gemido, el lengüetazo, la mordida se le impone lentamente el grito visceral. “Palabras, piernas, dedos, casas, pelos, uñas, charcos, huesos, sombras, se rompen, se me caen, se pierden, desaparecen ¿Qué hago?”, dice finalmente la actriz, quien ha pasado, de estar recogida sobre sí misma, a imponerse con fuerza, desplazarse, gozar de nuevo, acelerar los tiempos. El lenguaje del cuerpo prima y ya no nos habla sólo de ella sino de “uno, dos, tres, tantas...”.
Al momento de pensar la propuesta, su directora junto al resto del equipo se preguntaron “cómo abordar un tema tan difícil de procesar y de poner en escena, sin redundar lo ya dicho. Al mismo tiempo deseábamos poder generar compromiso emocional en lxs espectadores. La metáfora como puerta de entrada a un tema complejo y dolorosamente real, que generalmente se sugiere mantener oculto”. Frente a ello, han logrado lo que fuera del artificio podría llevar más tiempo, un modo de procesar el dolor, la vivencia, para dar lugar a la experiencia –en clave benjaminiana– en caso de que ya no sea demasiado tarde.
La oscuridad da lugar a la luz y las hojas son apartadas para enunciarlas. Sus nombres resuenan y sobresalen al frente, su inscripción las rescata de algún modo del olvido y leerse asusta, duele. Tal vez sea éste el único momento en donde la conexión con la actualidad casi bordee el lugar común, pero, rápidamente, es en la intérprete que todas se hacen una y a medida que las luces bajan, fija en la retina queda la figura, restos de la imagen, restos de ella, como pequeños destellos de humanidad.
Preciosura. Sábados de agosto y septiembre a las 20.30. La lunares, Humahuaca 4037. Reservas: [email protected] o Alternativateatral.com
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