Viernes, 28 de agosto de 2015 | Hoy
ESCENAS
Un experimento escénico que da cuenta del trabajo de toda una vida y que su autora, Marina Otero, no duda en calificar de “incendio performático” se condensa en Recordar 30 años para vivir 65 minutos. Una autobiografía que se narra a través de un cuerpo que baila y que también se arma para denunciar ese lugar común del abuso sutil pero persistente con el que vivimos las mujeres desde niñas.
Por Laura Rosso
“¿Cómo sería la escena donde se encuentra la esencia de la vida?” Esa pregunta, escrita con marcador negro en una hoja blanca, está colgada al lado de la puerta del departamento de Marina Otero. “Todavía no lo sé”, responde ella, bailarina, coreógrafa y actriz, autora de Recordar para vivir, un trabajo performático y en proceso permanente sobre su propia vida. Este año, su obra autobiográfica lleva por título Recordar 30 años para vivir 65 minutos. Allí, vuelca en escena su historia y recorre el trayecto desde los recuerdos de la infancia hasta la confesión final. A través de proyecciones de video, fotos, objetos desparramados, ropa, canciones, coreografías y preguntas, Marina da cuenta de sí misma. Y lo hace desde un cuerpo potente y político que entrega entero para iluminar este “incendio performático”.
En 2008 inició una investigación sobre sí misma. Quería entender(se), saber cómo era, enfrentarse con sus partículas elementales. Como si desde el fondo de su ser empujara a la superficie aquello que era (aquello que es) para que por sus poros saliera despiadadamente lo que tuviera que salir. Empezó a grabarse, registró imágenes, documentó lo que le pasaba, interrogó a su familia. Buscó sus propios límites. Transitó dudas y atravesó ficciones y realidades con la idea remota de encontrarse. Escribió sueños y poesías. Tuvo amores, tuvo sexo (llama Pablos a esos encuentros), tuvo deseos de bailar y de no bailar. Ensayó sola y dejó de ensayar. Un día leyó una novela con un personaje llamado Andrea. Era La ley de la ferocidad, de Pablo Ramos, y tanto el personaje como el libro le llamaron mucho la atención. Descubrió que ese personaje y ella misma tenían muchas cosas en común. Entonces decidió que Andrea fuera esa “muñeca” que estaba buscando para hablar de sí misma. Y armó el personaje con todo lo que ella pensaba y sentía. Todo lo que no podía decir si su nombre era Marina y no Andrea. Andrea fue su opera prima, que estrenó en el 2012. De las catorce funciones programadas interpretó sólo diez. No pudo continuar y mató al personaje en la última función. “Me producía un dolor que no sabía de dónde venía, unas ganas de no existir. Un dolor que no se apagaba con nada. Me preguntaba: ¿Cómo hago para trasformar este dolor en amor y después en obra? ¿Puede ser que este dolor sea una puesta en escena? Todo lo biográfico lo metí en ese personaje. Por eso tuve que matar a Andrea”, revela. Al año siguiente, el personaje se le presentó en un sueño y le dijo que hiciera una obra sobre ella, sobre Marina. Así nacieron las performances Recordar 28 años para vivir 50 minutos, Recordar 29 años para bailar 22 minutos y Recordar 30 años para vivir 65 minutos, esta “idea caprichosa” que Marina baila con retazos de su vida transformados a través del tiempo. Diferentes puestas que se van transformando junto con ella a lo largo de los años. Una obra “incompleta e interminable” donde desnuda secretos que reconstruyen los primeros 30 años de su vida. Marina baila y su cuerpo se expande, se golpea, se abre tanto como pueden abrirse sus piernas. Marina baila y deja ver su interior.
“Después de Andrea vino Recordar para vivir y todo fue bastante más luminoso”, dice Marina y sonríe. “Primero sentía que no encajaba en el mundo, pero después continuó la vida y pasaron cosas que me llevaron a estar en otro momento. Empecé a descubrir cuánto de eso que sucedió tiene hoy una consecuencia. Una de las cosas que hice fue leer mis diarios, que comencé a escribir a los ocho años. Con ese material, iba sola a una sala de ensayo, o me prestaban una casa. Y llevaba objetos. Mi enagua de la fiesta de quince –que hoy usa en la obra como vestuario–, bolsas de basura –tema que la obsesionaba y que hoy también está en la obra–, cuadernos con anotaciones. Me filmaba en la intimidad de mi casa, escribía los sueños. El trabajo físico de la investigación me hizo volver a ciertos lugares. Pero llegó un momento en que todo se agotó.” Los ensayos parecían no llegar a ninguna parte y casi siempre Marina terminaba desnuda y tirada en el piso haciendo movimientos bruscos. Fue ahí cuando decidió trabajar con una asistente, Agustina. Luego de varios ensayos más quiso mostrarle su trabajo a Pablo Rotemberg, con quien había trabajado en La idea fija y “fue rarísimo”, dice. “Ese día, él me dijo que todo estaba como en un esqueleto, que yo estaba sin poder dar el salto, sin abrirme de verdad. Estaba preocupada porque mi obra estuviera buena más que por entregarme.”
En esta versión de Recodar 30 años para vivir 65 minutos hay dos situaciones puntuales que le ocurrieron a Marina hace poco y ella las relata, micrófono en mano. Un alumno suyo de yoga, de noventa años, le ofreció estar con él a cambio de plata y un departamento. “Me mandó un mensaje por WhatsApp”, cuenta. En un momento de la obra, se proyecta la captura de pantalla que muestra ese mensaje. “No quería denunciarlo a él específicamente sino al sistema en el que las mujeres tenemos que soportar estas cosas. ¿Qué lugar ocupamos?”, se pregunta. El otro episodio ocurrió durante el Festival de Performance. La propuesta de trabajo que recibió de un coreógrafo y un artista plástico consistía en caminar con tacos sobre una tarima, para lo cual ofrecían pagarle 400 pesos por tres ensayos y dos funciones. “Yo les dije que esos días daba un montón de clases y que poner un reemplazo me salía mucho más caro. Finalmente –y de esto me hago cargo porque es un tema mío– por miedo a no ser nadie, a no estar ahí y no trabajar con tal y tal, acepté. Ellos me pagaban los reemplazos y yo hacía el trabajo gratis. En el primer ensayo, les presto un par de zapatos. En el segundo ensayo me dicen que tengo las piernas muy cortas para esa acción y que no me necesitan. Cuando vuelvo a mi casa recibo dos mensajes: ‘Las piernas que necesitamos son más largas’, decía el primero. Y luego, el segundo: ‘Lamentamos los inconvenientes. Vení igual si querés y nos ayudás con algo del montaje’. Y por último un mail en el que me dicen que no encuentran los zapatos que les presté. El mail termina diciendo: ‘Qué garrón’. Fue todo bastante feo. Lo que yo denuncio en la obra es esto de no dar la cara, de no pedir disculpas.” En la puesta, Marina les dedica a ambos un tema de AC/DC y arremete: “Para vos, coreógrafo de moda, y para vos, pintor exitoso. Yo soy una persona, ¿sabés?”.
–El cuerpo es el eje. Mi búsqueda es desde el cuerpo, desde ahí escribo, experimento. Por eso me permití experimentar brutalmente. Consumir drogas, no sé si está bien o está mal, no importa, fui y lo hice. ¿De qué estaba hablando ese cuerpo que se golpeaba, que se angustiaba? Ahora lo cuido mucho más que antes, me doy cuenta de la fragilidad que tiene. Me va a acompañar y para sostener un montón de cosas tiene que estar bien. Una de las cosas que me interesa es que esté presente, más allá de la estructura. Estar viva, consciente de lo que huelo, de lo que siento al mirar a alguien, de la información que me dan, de lo que yo devuelvo. Aceptar si estoy nerviosa, si tengo miedo. Quiero que mi propio cuerpo esté frágil, que no esté en guardia aunque algunas escenas lo requieran así. Que esté cuestionándose todo lo que dice.
“Mi búsqueda es estar en trayecto y no en conclusión” dice Marina. “Ahora voy a cumplir 31 y el título de la obra va a volver a cambiar. Veremos qué pasa. Se trata, en definitiva, de la aceptación. Esa es la esencia. ¿Acaso hice todo esto para conseguir muchos ‘me gusta’ en Facebook? No. ¿Qué hay detrás? Que tengo miedo a que no me quieran. Eso es quizá lo que sostiene el trayecto. Expresar, comunicar, tomar conciencia de que lo que una está haciendo hace que la cosa se transforme. El trabajo está basado en la entrega. Si yo no puedo abrir, entregarme y compartir algo de mi fragilidad, no es nada. Y esa presión es un montón en el cuerpo y lo padezco. Pero después de la obra, cuando encuentro un rinconcito en otros ojos, es una alegría. Es todo lo opuesto. Está buenísima la vida. Tiene sentido.”
Recordar 30 años para vivir 65 minutos
El Excéntrico de la 18º, Lerma 420
Sábados de agosto y septiembre a las 22.
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