Sábado, 28 de noviembre de 2015 | Hoy
ARTE
Palabras en matsiguenga (una lengua de la selva amazónica de Perú) que abren mundos de imágenes en la muestra de Natalia Revilla.
Por Cristina Civale
Desde sus inicios como artista visual Natalia Revilla (Lima, 1981)desarrolló una serie de trabajos poéticos basados en la violencia y la represión que afectaron su país natal, Perú, en las décadas de los ochenta y noventa. Lo suyo es el dibujo, recrear cuerpos de mujer en la cotidianeidad de la violencia urbana. Cuerpos en reposo, como acostumbrados a la vejación de la que son víctimas. Revilla dibuja con trazos sutiles pero irrefutables en su representación. La fuerza de sus dibujos reside en retratar escenas desgarradoras (apropiadas de documentos fotográficos) con una mirada sugestiva en donde “el ausente” es sutilmente revelado. Provoca complicidad e incertidumbre con imágenes de cuerpos violentados que yacen inertes en medio de paisajes sublimes, recuperando aquello que subyace en nuestra memoria colectiva a través del vacío que genera la huella del fuego sobre el dibujo. La violencia de las imágenes se traslada al soporte mismo de la obra, dejando un trazo vacío que resulta en siluetas finamente caladas sobre el blanco del papel.
En la muestra que actualmente exhibe en Buenos Aires, 6 palabras, desnuda los universos de vida de toda una comunidad que se rebeló al mundo; maravillándose de él, resistiendo en sus recuerdos y propagándose en sus historias.?Son palabras surgidas del encuentro de un Diccionario Matsiguenga – Castellano y de entrevistas realizadas a hablantes de ambas lenguas.
El machiguenga o matsiguenga es una lengua arahuaca nativa de la selva amazónica del centro y sur de Perú. En la actualidad se calcula que cerca de quince mil personas pertenecen a este grupo étnico y por lo menos doce mil hablan la lengua. Es una lengua aglutinante y sus verbos despliegan argumentos.
Revilla eligió algunos siempre actuados por mujeres donde se destaca el énfasis por la identidad. Entre ellas: Kamakagagantsi (morir junto con uno) o Takovitagantsi (No querer separarse de alguien por alguìn motivo), donde queda en claro que la lengua primitiva en una única palabra narra una situación compleja y particular. Las palabras elegidas se presentan sin admitir paridad con el español y, desde esa imposibilidad, nos hablan de una cualidad compleja de la comunicación que también encontramos en la imagen. Aquí, la palabra se debate entre la trampa de resolver una equivalencia y la amplitud narrativa del mundo simbólico que las originó en sus figuraciones sobre la muerte, la naturaleza y su gente. Cada palabra recoge la historia de su pueblo en un canto tejido de experiencias heredadas por sucesivas generaciones en sus tradiciones orales y escritas. Porque es la palabra, la palabra como grito, como gesto, la que se convierte en el primer eslabón de una cadena de significados, la palabra o mejor su ficción o las seis azarosas elegidas por Revilla nos hablan de la primera institución humana, de la que toda producción se sirve y participa para completar sus creaciones. La lengua originaria evidencia la presencia de un espíritu comunitario y es reflejo de una forma particular de vivir en el mundo. En ella, toda universalidad encuentra su límite en la particularidad del testimonio y el despliegue del ímpetu comunicativo más urgente que se desbarata en ambigüedades del lenguaje como las que surgen del encuentro entre distintas lenguas.
Estas imágenes nos enfrentan a traducciones múltiples: una palabra es igual a muchas palabras que a su vez son iguales a los trazos del dibujo elocuente de Revilla que husmea en otros lenguajes para decir aquello donde las palabras, en cualquier lengua de cualquier época, trastabillan.
Pabellón 4. Ramírez de Velazco 556 PB. De Martes a sábado de 16 a 20. Hasta el 4 de diciembre.
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