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Sábado, 28 de noviembre de 2015

HOMENAJES

Con el secreto a la tumba

Aurora Venturini (1922-2015)

 Por Liliana Viola

Peronista hasta los huesos -rotos pero nunca frágiles, con soladuras que suponía de peltre y cristales heredados de un palacio de Caserta- Aurora Venturini murió pocos días antes de tener que votar por un nuevo presidente. O dicho en su lengua, antes de que la historia argentina nos vaya a lanzar “ese vómito que tiene atravesado en su buche de gorila”. Si afirmar que se dio el lujo de elegir una fecha para apagarse suena a plagio de lo que fue su genial y delirante negociación con la realidad, entonces digamos sólo que viéndose la muerte llegar, eligió el día para sus necrológicas. Y que por eso le hizo prometer a su querido sobrino Gustavo Castro que no daría la noticia inmediatamente, que iba a dejar pasar unos días. Es muy probable que temiera, con ese olfato de los perseguidos, que los festejos de los otros se sumaran a las bromas típicas de los velorios. 

Aurora era peronista de las de antes, de los incondicionales que le debían a Evita la dentadura, el techo, las vacaciones, los juguetes de Reyes. Sólo que ella no le debía nada de esto. Nació en una casa platense que se ufanaba de descender de la rama sarmientina de los Melo y de tener sangre de Lampedusa. “El dormitorio de los progenitores era de roble, la cama amplia, el toilette con un gran espejo ovalado, muchos cajoncitos a derecha e izquierda y un caracol donde mi mamá descansaba su dentadura postiza.” Esto es lo que le debe a Evita: la daga y la coartada para matar a sus mayores y hacer literatura con esta carnicería. Aurora escribe con la lengua heredada de su clase, de su barrio y de su época mientras pone las patas en el resentimiento, cuela las interpretaciones de los test de Rorschach que le hacía a los niños del internado y el sopor de la sexualidad de las señoritas liberadas de los años 40. Con eso y las lecturas de Rimbaud, de Ducasse y de Leduc en su carterita consigue saltar de su casa hacia un raro costado del costumbrismo, del realismo y también del grotesco que la esperaron siempre hambrientos en los márgenes de sus libros. Esa voz predecible y sorprendente es el secreto Venturini.

Era muy joven cuando se hizo peronista militante, se puso a trabajar como psicóloga en la Fundación Eva Perón y así fue cómo consiguió que los radicales (uno de los eufemismos que usa para sus padres) la echaran de su casa por una causa mucho más indeclinable que el desamor filial que ella había estado presintiendo desde chica. En los últimos tiempos intercambiamos una serie de mails donde yo le hacía preguntas tontas y ella respondía con escenas de una autobiografía dislocada. La pregunta que buscaba con impertinencia una reconciliación con sus padres, siempre producía una justificación novelesca. Las historias de Aurora no podían ser todas ciertas, pero señalarla como mitómana es reducirla a la medida de la cordura. “Una noche de invierno escuché ruido en la habitación matrimonial y no hice caso. Dos o tres noches después volví a escuchar ese ruido y algo que decía mi mamá con acento de llanto. Me bajé de mi cama, crucé la habitación de las estatuas y me asomé al dormitorio y vi al innombrable pateándola. Cuando me preguntan insistentemente por cierto parentesco progenitor no contesto porque juré no nombrar jamás al sujeto que golpea a su mujer, la tira al piso y la patea. Mi mamá sufría el síndrome de Estocolmo. El sujeto se fue un día porque tenía familia paralela y yo devolví la pistola que me había prestado un primo porque sabía que una noche lo iba a matar.” 

¿Un recuerdo lindo? 

Algunas de las habitaciones estaban destinadas a doña Carola que hacía tantos años que estaba en la familia que la llamábamos tía Carola y que aseguraba que había ballenas en Mar del Plata y que una vez suspiró tan fuerte la ballena que se llevó un niño que estaba en las rocas. Los cuentos de esta señora no me dejaban dormir y me inspiraron cuentos de terror para el futuro. 

Aurora Venturini siempre se creyó escritora, por eso durante más de 80 años estuvo pagándose ediciones en editoriales de nulo prestigio, sufriendo por la ausencia de reseñas y lectores, y por eso nunca dejó de escribir. Su descubrimiento público que llega en 2007 con Las primas, la novela que escribió en dos meses para participar con algo nuevo en el Premio Nueva Novela de este diario y se completa con la edición de muchos de sus libros en Penguin Random House, le dieron una seguridad que se tradujo en la exploración de sus propias limitaciones. Su compulsión registradora y sus “primeras personas” se enrarecen todavía más en Los rieles y en los cuentos que aparecerán en estos días con el título de Cuentos Secretos. Los rieles es un ensayo sobre la decadencia física, sobre la rehabilitación y también un ensayo personal sobre el morir. En los Cuentos aparece la más vieja y más infantil de todas las Auroras. 

Entre los mensajes que guardo, creo que el único que corresponde revelar es el siguiente: “Siempre fui escritora y si podés, ya verás en qué momento, decirle a esa periodista cruel que vino a mi departamento, miró por encima mis  libros, me escuchó y se fue y después puso que Aurora Venturini hace pis con la puerta del baño abierta, que soy mentirosa, que invento, que no conocí a Sartre ni a Simone, que tengo la piel que parece un papel, la voz muerta y las manos horriblemente deformadas… que a mí se me ocurre que esta muchacha no sabe que las personas de mi edad avanzada,  que han  escrito desde los 9 años a máquina, y ponele que hasta  los cuarenta y tantos estuve escribiendo en máquina inglesa Remington que exigía un esfuerzo desmedido de los   dedos (de ahí la deformidad), que después seguí durante tantos otros años con máquina eléctrica a la que me costó adaptarme porque apretaba una tecla con fuerza y se me iban dos, tres. Pero que al final aprendí a escribir con todos los dedos porque he sido sobresaliente en todo. Después llegó la computadora y no nos entendimos. Llamé a mi abogado y me dijo que sí, que había lugar para hacerle un juicio. Pero después pensé, ¿en qué llaga profunda de la infancia, habría yo con alguno de mis cuentos, metido mi dedo? Pobre esta muchacha pensé, y todo lo que le habrán hecho. A todo se lleva el viento.” Nunca le contesté este mensaje a Aurora, perdí el tiempo buscando sin suerte dónde habría salido la crítica cruel de la muchacha alcanzada por una mala de la literatura.

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