Jueves, 31 de diciembre de 2015 | Hoy
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Por María Eugenia Ludueña
El 24 de diciembre, a las diez de la mañana, M.E.W tocó el timbre en la casa de Chicha Mariani en La Plata. Llevaba entre sus cosas un sobre con los resultados de un análisis hecho por un laboratorio privado de Córdoba. Por 5000 pesos, el estudio cruzó la sangre de dos tubos de ensayo rotulados “Isabel” y “María Elena”. Las muestras habían sido tomadas en La Plata por un extraccionista y trasladadas a Córdoba sin cadena de custodia. Después de analizarlas, un informe de tres hojas expresó que no se podía descartar que quizás existiera un vínculo entre ella y María Isabel Chorobik de Mariani por vía paterna. La línea materna no había sido analizada. Ese estudio incompleto se convirtió en la noticia del día.
No era cualquier día –era Navidad, cuando tantas familias se reúnen y brindan– ni cualquier mes –era un diciembre donde el gobierno de Mauricio Macri llenó los medios de primicias rimbombantes y, para muchos, demoledoras–. Una noticia esperada durante 39 años se parecía a alguna clase de recompensa, aunque estuviera un poco floja de papeles y de fuentes. Así funcionan muchas de las piezas que se convierten en fenómenos virales. La información se conoció a través de un comunicado de la Fundación Clara Anahí y creció veloz por las redes sociales.
Ese día, a la tarde, la mayoría de las personas que trabajan en agencias noticiosas y diarios no están al pie de las noticias, pero hay guardias y hay también medios públicos en plena transición –por llamar de alguna manera a estos días tensos y extraños en que “la nueva gestión” no terminó el desembarco–. A las tres de la tarde la noticia estaba en tapa de todos los medios. Lo raro era que esta vez la nieta 120 se anunciaba fuera de los protocolos de rigor. Que toda la prueba del vínculo fuera un estudio de un laboratorio privado, cuando corresponde al Banco Nacional de Datos Genéticos. Lo raro era que en la mayoría de las notas que anunciaban el reencuentro de la querida Chicha con su nieta, no se consultara a otra fuente como Abuelas –la institución que comunica estas noticias con una serie de rituales periodísticos– ni al resto de los actores que intervienen en una restitución. No había menciones a la Comisión por el Derecho a la Identidad (Conadi, organismo del Poder Ejecutivo Nacional responsable de la búsqueda de los niños apropiados durante la dictadura), ni a la Unidad fiscal especializada para casos de apropiación de niños por terrorismo de Estado (canaliza denuncias e investiga), ni al BNDG (único órgano habilitado legalmente para establecer la identidad en estos casos). La historia se presentó en general en los medios con bastante distancia de lo que implica una política de Estado.
Si el relato de las restituciones de nietos parece haberse instalado en la mayoría de la población, que las celebra como propias –un logro inmenso e impensable varios años atrás–, hay otra parte de la historia que parece más difícil de comunicar. La de por qué esa nieta o nieto debió ser buscado. El cómo, cuándo, quiénes, para qué. La trama en la que se inscribe la apropiación y robo de bebés, niñas y niños. Por ejemplo, noticias que cubren muy pocos medios: juicios por apropiaciones y otros delitos de lesa.
Chicha lo ha contando varias veces ante la Justicia. En octubre de 2011, durante el juicio por el circuito Camps, declaró ante el Tribunal Oral en lo Criminal N° 1 de La Plata: “Sigo viva por bronca, por necesidad y porque si me hubieran dicho que iba a pasar más de 35 años buscando a mi nieta, me hubiera muerto hace rato”. A pocos metros de ella estaba Miguel Etchecolatz –ex director de Investigaciones de la Policía Bonaerense, de 1976 a 1979 y mano derecha de Camps–. El día que Chicha declaró, el tribunal pasó el audio que alguien grabó del operativo descomunal de las fuerzas conjuntas a la casa de la calle 30. Quienes estuvieron este 24 de diciembre en la casa de Chicha, dicen que a las cuatro de la tarde había alrededor de 300 personas que se acercaron espontáneamente. Fue entonces cuando uno de los presentes, entendido en el tema, revisó los papeles del laboratorio y le formuló por primera vez la pregunta a M.E.W.
–¿Vos te hiciste algún análisis de este tipo antes?
–No –dijo ella.
Los más cercanos pusieron a Chicha al tanto de las dudas. “Mirá que parece que no es. Mañana vamos al juzgado”. Su biógrafo, Juan Martín Ramos Padilla, asumió junto a ella la comunicación y redactó otro comunicado en nombre de la Fundación Clara Anahí agradeciendo el entusiasmo, pidiendo cautela hasta tener la definición del Banco Nacional de Datos Genéticos. El 25 de diciembre Chicha Mariani fue con M.E.W. al Juzgado Federal Nº 3 de La Plata, a cargo de Ernesto Kreplak. Llevaron el resultado del análisis. Estaba allí también Hernán Schapiro, fiscal de la unidad que interviene ante crímenes del terrorismo de Estado en esa jurisdicción. Claudia Carlotto, directora de la Conadi, aportó los estudios que M.E.W. se había realizado en el Banco Nacional de Datos Genéticos y dieron resultados negativos respecto de las familias cuyo material genético está muestreado. M.E.W. se había acercado el año pasado a la filial de Abuelas en Córdoba. Había sido derivada a la Conadi, que abrió un legajo. Se le tomó la muestra, se cotejó con los perfiles reconstruidos de los Mariani y los Teruggi, se le notificó el resultado y se le dio copia del informe del BNDG, con firma y sello de la anterior directora, María Belén Rodríguez Cardozo. El segundo fue elaborado ese día por la directora actual, Mariana Herrera Piñero. M.E.W. debió reconocer ahí, ante la evidencia de la documentación, que sí, se había analizado en el BNDG y había sido notificada por escrito del resultado negativo en junio. Enseguida, otro comunicado: no era Clara Anahí. Se habló de un “error comunicacional”. Toda la alegría por Chicha se convirtió en dolor por ella. ¿Cuánto tiempo más llevará encontrar a su nieta?
Es una problemática de la búsqueda. Hay casos como el de M.E.W.: personas que acuden con la fuerte sospecha de ser hijos e hijas de desaparecidos, y cuyos resultados no arrojan compatibilidad con las familias que hay hasta ahora en el BNDG. Aquí documentan más de 7000 casos analizados. Uno de los pocos casos donde el nieto llegó antes que la muestra de la familia fue el de Martín Amarilla Molfino, que se analizó en diciembre de 2007. Su perfil genético no dio compatibilidad. En agosto de 2009, una sobreviviente de Campo de Mayo contó que Marcela Esther Molfino había dado a luz, la Conadi abrió un legajo y se incorporó el ADN de los Amarilla y Molfino. En noviembre de 2009, Martín conoció a su familia.
En un momento en que desde muchos sectores se trabaja para defender la política de derechos humanos y el avance y la profundización de los juicios, la difusión de esta noticia no ayuda. Por más que Abuelas, la Conadi, el BNDG, hayan salido fortalecidos por su trabajo sólido y contundente. Por una estrategia de comunicación aprendida a fuerza de años de trabajo, con un proceso muy complejo y delicado. Por el rigor del procedimiento científico, porque como dice Estela de Carlotto: “Cuando empezamos, era buscar, mirar, observar. Decir “me parece que ese es mi nieto”. ¿Cómo me parece? Es o no es. Uno no quiere un nieto cualquiera sino el propio. Entonces tuvimos que buscar a la ciencia”.
La alegría por la supuesta aparición de Clara Anahí no era falsa: la búsqueda está legitimada. Pero también es cierto que quienes tengan dudas de acercarse, probablemente volverán a dudar. O mirarán las fotos, tratarán de ver los parecidos a través de internet y creerán que vale la pena tocar el timbre, en lugar de sumarse a la búsqueda colectiva. El 28 de diciembre, triste día del inocente, regresó a Córdoba. Y Chicha y tantas familias siguen buscando a todxs los que faltan.
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