Jueves, 31 de diciembre de 2015 | Hoy
FOTOGRAFíA
Presente, retratos de la educación argentina fue editado por el Ministerio de Educación, sobre la fecha de cierre del ciclo lectivo y sobre el final, quizá, de un ciclo de políticas educativas sostenidas durante más de diez años. Por qué era necesario actualizar el discurso visual sobre la educación, recuperar a la escuela como pasaporte a otro mundo, contar qué nuevos cuerpos y saberes la habitan, reivindicar el afecto y la libertad como la mejor manera de aprender.
Por María Mansilla
Tirada en el piso, mameluco azul, brazos en alto, ella arregla el fuselaje de un avión en una escuela industrial de Río Gallegos (Santa Cruz). En una técnica de Santa María (Córdoba), otra adolescente empuña un taladro. Dos mujeres adultas dialogan frente al pizarrón en el Bachillerato Trans Mocha Celis de Chacarita (CABA). Un joven en puntas de pie y brazo en segunda posición mira un punto fijo en el horizonte, junto a la barra, haciendo equilibrio, haciendo ballet en un centro polivalente de arte de Salta. Un bebé duerme junto al perfume del escote y la caricia de su madre, que con la otra mano anota las tareas, en un centro de educación básica de Mendoza. Se ve a estudiantes entrerrianos en Laguna Escondida, Tierra del Fuego; sentaditos sobre un tronco le hacen sombra a la pantalla de sus netbooks para que el solazo no meta la cola en su aula virtual.
Las imágenes no son un relato ni una puesta en escena publicitaria para la televisión. Es el tiempo presente y el color del territorio mezclándose con la tradición escolar. Es la captura de escenas que con espontánea prepotencia son cosa de todos los días en las 50.000 escuelas argentinas, habitadas por 12 millones de alumnos y alumnas y por un millón de docentes que les dan vida.
“Cada retrato es en sí mismo un retrato. Cada foto es una historia, y cada historia es un mundo, un mundo complejo”, escribió el profesor Alberto Estanislao Sileoni (ex Ministro de Educación) en el prólogo de Presente, Retratos de la educación argentina.
Así como todavía en las aulas hace estornudar el olor a tiza, la publicación tiene gusto a tinta: sus 300 páginas salieron de la imprenta antes del 10 de diciembre de 2015. Fue realizado por la mirada colectiva de nuestrxs grandxs reporterxs gráficos, con domicilio en distintas provincias del país: Gianni Bulacio, María Eugenia Cerutti, Mariana Eliano, Julieta Escardó (que además cuidó la cobertura y la edición), Santiago Hafford, Diego Levy, Daniel Muchiut, Gabriel Orge, Julio Pantoja, Cecilia Reynoso. Héctor Rio, Sebastián Szyd y Jazmín Tesone. El libraco se repartió en escuelas y en el ambiente académico.
“¿Qué imágenes quedarán en la memoria de estos diez años de educación en la Argentina? ¿Serán las de las aulas vacías y bancos rotos? ¿Serán las de caras nuevas y las computadoras? ¿Serán las de escuelas centenarias que sobreviven entre rampas y andamios, o las de los cientos de edificios nuevos? Contra el supuesto de que son una evidencia transparente de la realidad, estas distintas opciones revelan que las imágenes construyen un discurso sobre el mundo, no sólo lo reflejan -observó Inés Dussel, del Departamento de Investigaciones Educativas, al patrullar instituciones y al ver este material. Señalar esto es todavía más importante en esta época saturada visualmente, donde parece que ya hay demasiadas fotos y que lo hemos visto todo, y por eso ya sabemos en cuáles confiar y de cuáles sospechar.”
Parafraseando al artista y ensayista Joan Fontcuberta, Dussel se pregunta si, en este contexto cultural, necesitamos más fotos de la escuela. Y entiende que sí. Pero que lo que se necesitan son mejores imágenes: que nos inviten a pensar, que desafíen a construir memorias más complejas, que ayuden a producir otros discursos sobre el mundo. “Estas fotos traen una mirada fotográfica no sólo por su calidad técnica sino por las preguntas estéticas y éticas que las motivan –profundiza Dussel–. Aparecen otros cuerpos diferentes a los habituales, con muchos tonos y colores, tatuados, pintados, con cortes de pelo que hasta hace un tiempo no hubieran traspasado el umbral de la escuela. Se ven cuerpos indígenas, cuerpos con muletas, cuerpos que conviven con la enfermedad, y cuerpos de edades muy distintas, desde bebés hasta adultos mayores. Como iconografía escolar, está Sarmiento como padre del aula y está Belgrano como busto venerado, pero también está el Che en un aro de básquet y están los murales y las inscripciones y los carteles de los estudiantes. Se ven objetos y señales que remiten a leer, escribir y contar –las tareas básicas y tradicionales de la escuela– pero también se evidencian otros saberes, por ejemplo los que circulan en las minas, los talleres, el campo, las orquestas, la danza y el deporte. Está la escuela en el hospital y la escuela en las casas. Pero lo que aparece, sobre todo, es más libertad, y esto es particularmente llamativo tratándose de un libro de imágenes editado por el Ministerio de Educación.”
Está la foto de unas chicas en el recreo, jugando a la pelota vieja, en la Escuela Juan Bautista Alberdi de San Miguel de Tucumán. Está la imagen de las orquestas-escuela, de lxs chicxs que en lugar de smartphones cargan los “caparazones de madera”, como describía Cortázar a los contrabajos, y otros instrumentos. Está el retrato de una alumna de una agrotécnica de Colonia El Alba, Pirané (Formosa) que en su pecho se tatuó notas musicales. Están la chica gótica y su compañero punk, con unos peinados más prolijos que el uniforme gris de mangas blancas de su escuela, en Catamarca. Se ven jóvenes manejando un tractor en una agrotécnica de San Francisco de Laishi (Formosa). Y una nena que se rasca la cabeza como si el gesto le devolviera pistas para mover las piezas del tablero de ajedrez que tiene enfrente; está en un Intercolegial que transcurre en el Centro Cultural Fontanarrosa, Rosario (Santa Fe).
La artista Julieta Escardó, editora, docente de fotografía contemporánea y directora técnica de este ensayo coral, cuenta cómo fue el proceso, también estaba guiado por la libertad para mirar. “No tuvimos ninguna bajada de línea. Es más, nosotros mismos hicimos la producción. Intuitivamente o por sugerencias de personas conocidas elegíamos las escuelas, nos presentábamos... Fue un proceso entre marginal y soberano, según cómo se mire. Coincidimos en que el gran cambio en esta época es la gestualidad: el modo de habitar las escuelas que tienen hoy los cuerpos. Y tiene que ver con cómo se mueven, cómo se visten, cómo se tunean; tiene que ver con la diversidad. En relación al material, nuestra ilusión es pensarlo en el futuro, y está relacionada con la posibilidad que tiene la fotografía de construir sentidos. Pensamos ¿cómo será leído dentro de 20 años? También registramos lo que falta, no hay ninguna sobreactuación tipo guau, todo es genial, porque no lo es. No queríamos hacer algo propagandístico como mostrar a una niña sonriendo con la netbook en sus manos. Y como trabajo artístico fue muy interesante también: retratar en equipo es una forma de estar alineados con la época. Hoy la mística tiene que ver con lo colectivo. Hay algo en el modo de producir discurso que se potencia... Nos pasó que nos quedábamos sin presupuesto y los fotógrafos se iban enterando de algo mejor para cubrir, y lo hacían igual.”
Las fotos muestran también, como un loop, los pupitres viejos, las ventanas rotas, los pizarrones cansados. Están –porque todavía están– las postales de la escuela pública que conocíamos, esas que contienen, a pesar de todo. Está el registro de la pobreza y de la precarización de los recursos, pero no está documentado desde la estetización sino desde la fuerza y la dignidad con la que la población escolar empuja hacia adelante a pesar de. “Este libro intenta salir de la mirada pesimista de todo lo que falta. Sin caer en la afirmación de que en ella está todo bien, muestra lo vital, lo que sucede en sus aulas”, reconoce Jaime Perczyk, ex Secretario de Educación, en las páginas del libro.
Se muestran caras, pelos, cuerpos, paisajes, miradas de lactantes, niños y niñas, adolescentes, jóvenes, adultos y viejos de distintos lugares del país y contextos diferentes. Es un documento y un testimonio y un resultado y un recuerdo de doce de años de una política educativa federal que se declama viva, inclusiva, igualitaria, de calidad, compleja, dirigida a nuevos colectivos sociales, que procura la convivencia democrática, que abre el juego entre la cultura escolar y las culturas infanto-juveniles, digitales, populares, regionales.
Las cifras oficiales enumeran: en este período se levantaron 1900 nuevas escuelas, sin contar a las 900 que aun están por terminarse. Más de 6500 establecimientos fueron refaccionados; 15000 recibieron fondos para reparaciones. Nació el Programa Nacional de Educación Sexual Integral. Se armaron las ludotecas para el nivel inicial. Conectar igualdad equipó con más de 5 millones de netbooks a los secundarios. Se crearon aulas digitales móviles y laboratorios de ciencia en primarias. Se distribuyeron 90 millones de libros. Se recuperó la educación técnica según la estructura productiva del país. Se abrió el Instituto Nacional de Formación Docente. Se hicieron alianzas entre la tecnología, la televisión educativa y los programas para la construcción de ciudadanía. Se trabajó en el fortalecimiento y la descentralización universitaria. Afirman que la gestión kirchnerista realizó la mayor inversión financiera de la historia en el área. Con la implementación de la Ley de Educación Nacional, promulgada a fines del año 2006, se establecen ocho modalidades para el sistema: técnica, artística, especial, educación de permanente de jóvenes y adultos, rural, intercultural-bilingüe, domiciliaria, hospitalaria y en contextos de privación de libertad. Por este último rango, por ejemplo, la cantidad de alumnos y alumnas aumentó un 250% desde 2001 hasta hoy.
“Nunca decimos ´llegamos´ en políticas públicas, porque sabemos que mucho falta por alcanzar para el pleno acceso de todos y todas a la escuela y los aprendizajes”, aclara Sileoni en su prólogo.
En Presente, retratos de la educación argentina está también la foto de los germinadores amuchados y con nombres de pila adheridos con cinta a cada frasco; el pizarrón que anuncia que hoy es un día de sol; el retrato de la nenas mendocinas de una escuela rural con sus guardapolvos blancos con cuello bebé; el niño-lactario-koala estrenando pintorcito y agazapado a las piernas de su mamá; los cumpas que rodean a un caracol para tocar sus antenitas y los que ofrecen sus billetes de cinco pesos al señor que dirige ese excitante laboratorio de trueque capitalista que es, en los primeros años de primaria, el kiosco de escuela. Están la maestra-madre y la cocinera incansable.
“Una última nota distintiva en estas fotos son los amores –remata Dussel–. En los retratos se reiteran los abrazos y besos, las sonrisas y la complicidad; hay algo de la escuela como un espacio para el cuidado y la protección entre las generaciones, para una vida con otros, que se expresa en esos gestos de afecto cotidiano, y que se destaca en esta selección. Y también se ve otro amor, el amor por el mundo como lo llamaba Hannah Arendt, en la pasión que ponen docentes y chicos por aprender y por transmitir, ya sea el ajedrez, la danza, la aeronáutica, la apicultura o la literatura. En los dos casos son afectos que tienen que ver con lo público, con un vínculo con otros y una construcción de lo común. No es casual, creo, que la mirada fotográfica afirme en este momento una visión amorosa de la escuela: después de varias décadas de escarnio y descrédito, estas imágenes muestran la fuerza que hoy tiene la promesa de mejores presentes y futuros para la educación argentina.”
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