Viernes, 8 de enero de 2016 | Hoy
VISTO Y LEíDO II
Revelaciones sin salida, la materia de los sueños y una reflexión sobre la poesía se despliegan en La boca de la tormenta, de Eugenia Almeida.
Por Daniel Riera
“La primera piedra cae en la frente. Duele tanto que/encandila. Los ojos se abren y ves las cosas./ Quedan pegadas a los párpados.” Así empieza todo. Los sueños, entonces, dejan de ser tales y se convierten en pasadizos por donde se ve lo insoportable, la muerte. Tener poderes: alguien va a morir y yo lo estoy viendo y sintiendo. “Yo me he dormido sintiendo el vuelco en el cuerpo,/sin saber a quién decírselo.” Y no es sólo que lo veo, sino que las visiones “quedan pegadas a los párpados”. Quiere decir que pesan. Quiere decir que es imposible despegarlas. ¿Qué puedo hacer con eso que vi? Nada. ¿Qué clase de poder es, entonces? Bueno, algo se puede hacer. Algo: describirlo. “Interpretar es decir no”, dice. Habla de los sueños. ¿Habla de la poesía? Veremos. La boca de la tormenta es un poema fantasmagórico y existencial a la vez donde las revelaciones se van sucediendo y de la mano de las revelaciones sucede una cierta frustración; porque las revelaciones desconciertan en la medida en que no se puede hacer casi nada con ellas; porque las revelaciones no se buscan, sino que simplemente acuden. No parecen tener un propósito definido excepto, tal vez, el de perturbar a quien las recibe. “Los que están por morir, los que vienen a buscar en/mí algo que ni yo sé que tengo, esos, suelen ser/desconocidos. Rostros cejas bocas cierta forma de/mover los dedos. Cicatrices. Arrugas./Signos de algo que yo podría haber amado./Sin embargo: desconocidos. Tan familiares.” ¿Por qué tan familiares si son desconocidos? Tal vez porque van a morir, tal vez porque los une (nos une) ese mismo sino trágico. Todxs tenemos la certeza de lo irreversible: sólo que aquí hay información precisa respecto de cómo, de cuándo y a quiénes. Presagios. Tener algo que nadie tiene y descubrir fatalmente que es mejor no tenerlo, que se sufre menos. El abismo de ver lo que nadie ve: la condena a la soledad y a la incomprensión. Las posibilidades de la lengua, siempre relativas, aquí son bien escasas: porque no se puede nombrar lo que no se entiende, lo que no se soporta, lo que, por otra parte, nadie quiere escuchar. Y sin embargo hay un texto que trabaja, precisamente, sobre esas limitaciones, sobre esas imposibilidades. Los sueños son intraducibles. “El sueño viene en lengua extranjera, dicen./Yo digo: viene sin lengua, es la lengua, la falta de lengua./No viene a decir nada. En el sueño no hay decir o no/decir. No hay callar.” El sueño se parece bastante a la poesía, entonces: hay un lugar inaccesible, un lugar donde no puede llegar la cárcel del sentido. Y en este caso el sueño mismo no se atreve a ser nombrado del todo como sueño, porque los límites entre la ensoñación y lo real son bien difusos, porque el sueño es también presagio, recuerdo de lo porvenir. “Nada es traducible”. Todo el poema consiste en eso: la búsqueda de ese sentido que se escapa una y otra vez y que tal vez se encuentre en esa misma búsqueda imposible. Los ojos que ven hacia adentro y hacia afuera. “...Caen/ los dedos bajo los ojos, yo estoy viendo esto.” El encuentro con lxs muertxs y la locura inevitable. “A esto voy a pagarlo con locura”, dice: es un presagio sobre el efecto que surtirá tanto presagio junto. Y la mirada de lxs demás, lxs que se encargan de censurar el desvío. Ella ve lo que se supone que no debería ver. “¿Van a lapidarme? ¿Eso significa?” La visión como el primer paso hacia la condena. “Van a decir que veo demasiado signo.” ¿Cómo se mide ese “demasiado” si no es comparando con lo que ven lxs demás, con la proporción que lxs demás estiman correcta? ¿Cómo se mide ese “demasiado” sino en términos de condena ajena? La visión que convierte en culpable, ante los ojos de los que no ven, al que ve. “Me he acostumbrado a la brutalidad de los que están/seguros. Y sin embargo, nunca he sido tan torpe.”
La boca de la tormenta
Eugenia Almeida
DocumentA/Escénicas
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